miércoles, 19 de marzo de 2008

Transformaciones

Salgo a caminar. Más bien, salgo obligada por una serie de pagos que debo hacer. Si pudiera, me quedaría en casa. Camino. Hace calor. Sigo caminando, como si tuviera algún sentido. Me dicen que uno de los pagos no me lo pueden tomar, que tengo que ir a otro sitio, no lejos de allí pero en la dirección contraria al lugar donde vivo. Tengo esa sensación, como de no estar centrada, o como de que todo lo que estoy haciendo no es suficiente. Decido ir en ese mismo momento a esas oficinas de pago. Vuelvo a caminar. Paso por un puesto de flores y oigo unos acordes. Es el florista, que toca muy bien la guitarra. Me detengo un instante. Lo señalo con un dedo y digo “Delicado”. “¡Sí!”, me dice, “¿cómo se dio cuenta?”. Esto ya me predispone de otra forma. Tomo un camino que no recuerdo haber hecho a pie antes. Y entonces, algo empieza a funcionar distinto. Las imposibilidades se vuelven sólo dificultades. Veo casitas en las que me imagino que podría vivir perfectamente, por ejemplo. Y sobre todo, sin pagar expensas, como en un departamento (este tema es una de las preocupaciones más constantes de los últimos tiempos). La gimnasia cerebral (tomar otro camino) y las endorfinas de la caminata me despejan, y construyo realidades posibles. Estoy mejor; cansada pero con ganas de seguir caminando. Paso de largo por el edificio donde vivo, unos cien metros. Suspendo los diarios del fin de semana. Compro una planta. Ahora sólo me falta vender.

No hay comentarios: