miércoles, 5 de marzo de 2008

Apuntes para un monólogo II

Este tema tiene que ver con aquello que pasa cuando estamos hablando por teléfono rodeados de gente y se corta la comunicación justo, justo cuando estábamos por despedirnos. Si las personas que están a nuestro alrededor fueran viejos conocidos, seguramente diríamos “se cortó”, no sin antes haber pronunciado una o dos palabras poco elegantes, por decirlo de alguna manera. Esto justificaría nuestro silencio abrupto y el acto de cortar el teléfono sin más trámites. Pero si se trata de extraños, de gente con la que nunca hemos cruzado una palabra, ahí la cosa cambia. Es como si no pudiéramos resignarnos a colgar así nomás, sin darle un cierre a la cosa. Supongamos que, en el momento de percibir claramente el sonido que indica que ya NO ESTAMOS COMUNICADOS, estábamos en el medio de esta frase: “Bueno, José, realmente me alegro mucho de que hayamos tenido esta charla, espero que se repita”. Venimos TAN embalados con la expresión de nuestros sentimientos y deseos, tenemos un grado de entusiasmo tan grande, que no podemos vencer la inercia. Y entonces seguimos hasta el final, totalmente conscientes de la farsa. Hablándole a la nada absoluta. Y no contentos con eso, hasta somos capaces de agregarle un: “Te mando un abrazo y muchos cariños para tu mujer, adiós, adiós”. Para colmo, nuestra voz suena opaca, falsa, como si habláramos contra un decorado de cartón. Nos sentimos pésimos actores. Y todo esto, para no tener que dar explicaciones a la gente que nos rodea. Lo peor es que nos queda la sospecha. Nuestra actuación ha sido tan mala que no podemos evitar pensar “se dio cuenta, seguro que se dio cuenta”. Pero ya es tarde: no hay nada que podamos hacer para remediarlo. Desde ahora, propongo hacer todo lo contrario: que nos saquemos la careta y empecemos a desgañitarnos diciendo ¡HOLA! ¡HOLA! ¡Ya sé que no me estás escuchando, pero no puedo defraudar a toda esta gente! ¡Hagamos las cosas bien, como gente civilizada!

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