lunes, 29 de junio de 2009

El infierno de los vivos

No tengo creencias religiosas, pero en los momentos de mayor desolación trato de pensar siguiendo el camino marcado por un texto que es casi como una oración para mí. Es el último párrafo de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino –una cita que no me canso de recordarles a mis amigos más queridos– y condensa en pocas líneas una visión fundamental, capaz de hacerme pasar el mal rato con algo parecido a la esperanza, o por lo menos con la certeza de que las buenas compañías están ahí, al alcance de la mano, como una forma de conjuro. Dice así:

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

El barco escora hacia la derecha

Todos quienes, desde dentro o desde fuera del peronismo, tuvimos la certeza de que había que tomar decisiones para defender el proceso actual frente al avance de la derecha, tuvimos, en el resultado de estas elecciones, la muestra más amarga de que el peligro era algo real y palpable. Una parte importante de la sociedad decidió en forma contraria. Es hoy cuando empieza la verdadera resistencia.

miércoles, 17 de junio de 2009

Resistiré

Muy pocas veces he sido oficialista. Quiero decir, he votado por algún candidato que luego fue presidente, como Alfonsín; pero en cada una de esas ocasiones, un tiempo después me sumé a la crítica generalizada. Ésta es la única oportunidad en la que, a pesar de tener críticas hacia este gobierno, voy a sostenerlo con mi voto sin ningún tipo de dudas ni recelos. Es la primera vez que, luego de varios años de iniciado un proceso gubernamental (el de Néstor Kirchner primero y el de Cristina Fernández después), sigo pensando que es el mejor que podríamos tener. Y claro que se puede mejorar. Pero estoy convencidísima de que el único que está en condiciones de llevar adelante las mejoras es el gobierno actual.

¿Qué tenemos por el otro lado? En las dos fuerzas que están en condiciones de reunir la mayor cantidad de votos fuera del oficialismo, y especialmente en la del Pro, hay claramente una tendencia a cuestionar todo lo hecho por este gobierno. Apoyados en la campaña deshonesta de los grupos de medios, se aseguraron la adhesión de una gran masa que, sin saber por qué, odia a los Kirchner. No soportan el estilo, dicen. Que son autoritarios, dicen. ¿Autoritarios? ¿Quién es más autoritario que un diario que publica mentiras impunemente, aunque el mismo Departamento de Estado de los Estados Unidos se lo reproche? ¿Quién manipula más que un medio que publica en la tapa una encuesta que, contrariando los resultados de todas las otras encuestadoras, pronostica una victoria “ajustada” para De Narváez? ¿Quién coarta más la libertad de expresión que un canal –nuevamente el de De Narváez– que levanta del aire, antes de que termine de hablar el periodista, un programa (y en el Día del Periodista) en el que, unos minutos antes, se había hecho preguntas incómodas a su propietario, a la sazón en campaña?

A quienes, a pesar de todo, quieren votar a De Narváez sólo para derrotar a Kirchner, me encantaría poder decirles que van a tirar el agua sucia junto con el bebé. Un gobierno de derecha significaría volver atrás en el proceso de valorización del rol del estado, que ha producido resultados como la estatización de los fondos de jubilación, la nacionalización de Aerolíneas, la intervención en los casos de quiebras de empresas, la ayuda a cooperativas y muchos ejemplos más, que ponen el énfasis en el bienestar y que sitúan al ser humano como sujeto, a pesar de provenir de un gobierno que se maneja dentro de las reglas del capitalismo.

Todos los candidatos de la oposición prometen mejorar la calidad de vida. Lo que no está claro es cómo lo harían. Dónde conseguirían los recursos para hacerlo. ¿Endeudándonos otra vez, como propone la doctora Carrió, con el FMI, el organismo que se pasó todos estos años exigiendo ajuste y flexibilización laboral, augurando los peores cataclismos a quienes no hacían los deberes, y que no pudo prever la caída estrepitosa del sistema financiero?

Por el otro lado, las agrupaciones de izquierda proponen estatizaciones y nacionalizaciones aún más osadas, tocar intereses sectoriales con mucha mayor fiereza que el gobierno actual, apuntar sin miramientos contra el sistema financiero. Ideológicamente estoy mucho más cerca de estas propuestas. Lo que no creo es que puedan materializarse, empezando porque los candidatos que las proclaman están muy lejos de ganar la contienda; sí me parece saludable que existan, que generen referencias. Proponen un horizonte donde lo humano está por encima de todo. Pero en este momento, en vista del histérico avance de la derecha, no creo que sea saludable llevar la pureza ideológica hasta sus últimas consecuencias. Es suicida.

No soy peronista, y sin embargo he llegado a entender que en este país hay un fenómeno ineludible: las masas siguen siendo peronistas. El peronismo es un movimiento muy complejo, que reúne tanto fuerzas de izquierda como de derecha. Ya sabemos qué pasa cuando el titular del Poder Ejecutivo es un peronista de derecha. Hemos sufrido a Menem y todavía seguimos sufriendo las consecuencias de su cruzada globalizadora. Ahora, quiero darme el gusto de seguir viendo en el poder a un gobierno –peronista– con acentuados matices de izquierda, en un inédito momento histórico en el que varios países de América Latina transitan por este camino (mientras puedan).

Hay personas amigas, con la que comparto muchas inclinaciones teóricas (además del afecto), que me preguntan qué me pasa que me volví tan kirchnerista. Y yo les contesto que no es que sea kirchnerista, que lo que pasa es que no estoy dispuesta a hacer nada, por pequeño que sea, que pueda permitir el avance de esa derecha inhumana, privatizadora y tramposa que quiere gobernar sólo para el treinta por ciento del país, como me dijo una vez un menemista durante los años del uno a uno. Por eso, el 28 de junio voy a votar a Kirchner. Y me banco las testimoniales, me banco que estoy votando a Scioli (¡a Scioli!) y muchas cosas más. Porque tengo muy claro cuáles son los objetivos. Creo que es la elección en la que tengo menos dudas; a pesar de que no es presidencial, estoy segura de que en esta coyuntura se juega algo importante.

Esta mañana escuché a alguien en la radio decir que, extrañamente, hoy la oposición es el oficialismo. Hay una presión tan fuerte en contra, un ensañamiento tan despiadado y arbitrario, que estar a favor se ha vuelto una empresa titánica. La crítica constante está en el aire, en los lugares comunes repetidos por el quiosquero, por el conductor del taxi, por la vecina de al lado. Es muy difícil, en estos días, hablar bien del gobierno. Está mal visto. Podría decirse, entonces, que hoy, ser oficialista es estar en la resistencia. En otro momento de la historia, con vientos menos favorables, podré permitirme votar con pureza, hacer de mi voto un gesto romántico y bello. Hoy no, no se puede. Hoy tengo que resistir.

miércoles, 3 de junio de 2009

Ficción

A veces sospecho que formo parte de una ficción. Como el entrañable Truman de Jim Carrey, sigo un guión preestablecido convencida de que todo es azaroso y espontáneo. Pero en algún momento siento que hay una mano detrás de cada escena, y que los actores están perfectamente aleccionados para hacer y decir lo suyo. Un pájaro atraviesa el espacio delante de mis ojos en el momento exacto en que alcanzo el cordón de la vereda, dos vecinas hablan del tiempo con una naturalidad que es sólo aparente, el diariero saluda a la dueña de la panadería, y todo, absolutamente todo, es como tiene que ser. Sin embargo, percibo que hay algo de falsedad en todo lo que me rodea, aunque no puedo descifrarlo hasta que descubro que en el medio de la calle han empezado a producirse movimientos extraños y nerviosos, alguien se ha caído o intenta venir hacia mí mientras otras personas lo sujetan con fuerza para impedírselo, y justo en ese instante un ómnibus escolar se interpone y no puedo ver nada, corro hacia atrás del vehículo para rodearlo porque se ha detenido, y cuando por fin consigo ver lo que hay del otro lado, todos se han dispersado y hacen como si nada hubiera sucedido. Ah, pero ya van a ver. Alguna vez los voy a desenmascarar.