lunes, 28 de diciembre de 2009

Yo estar enojada

Resulta que desde hace un tiempo, tanto en los discursos como en los agradecimientos por haber recibido un premio, o en las despedidas, por ejemplo, mucha gente empieza diciendo “Agradecer a…” ¿Alguien me puede explicar de dónde salió esta costumbre de decirlo así, en infinitivo?

Parece como si, por alguna razón desconocida, el verbo agradecer estuviera eximido de las conjugaciones de tiempo y sujeto.

¿Es tan difícil decir “agradezco a…” o “quiero agradecer a…”?

Por favor, conjuguemos todos los verbos. A menos que nuestra meta sea parecernos a Tarzán.

Y éste es sólo un ejemplo de las numerosas costumbres de mal gusto que se van adueñando del habla.

Joder.

martes, 22 de diciembre de 2009

Todos los jardines, un jardín

Como eran todos amigos, decidieron que compartirían los terrenos que había detrás de sus respectivas casas. Eliminaron los cercos, emparejaron el suelo con el mismo tipo de césped y consiguieron un jardín trasero común en el que construyeron una gran parrilla bajo techo, con piso de cerámica y una mesa larga para sentarse a comer asado todos juntos cuando quisieran.

Como las puertas que daban al fondo estaban siempre abiertas, cada uno entraba y salía a su antojo para buscar la sal, un tenedor, servilletas y también cremas para el sol, toallas y algún libro de la biblioteca de sus vecinos.

Como no eran muy ordenados, solía suceder que en una de las casas hubiera, por ejemplo, dos juegos de cubiertos y ninguna ensaladera, en otra veinticinco vasos y ningún plato de postre, y que todos tuvieran juegos de platos formados por modelos totalmente diversos.

Como esta situación a veces se volvía un poco incómoda, sobre todo por las noches, cada tanto hacían inventario, devolvían todo lo que no les pertenecía y volvían a tener sus casas equipadas como al comienzo. Al principio todo era muy descansado y reinaba la armonía; pero al poco tiempo empezaban a aburrirse, y entonces se hacían visibles los conflictos que había en el interior de cada casa. Pero después, con el correr de los días, el intercambio producía sus efectos, todo se mezclaba, y la vida volvía a ser normal.

Un babero ahí

Mis nietos tienen una relación muy particular con el lenguaje.

Ramiro, de dos años, habla un dialecto africano que sólo los más allegados entendemos por completo. Cuando quiere dibujar, por ejemplo, dice ngá. La música para él es m’ca. Para compensar, las vocales que le sobraron las usa sueltas: si un perro lo cargosea demasiado, le dice , que no quiere decir quedate ahí sino salí.

Lucía, que lee y escribe aunque todavía no va a la escuela, tiene un nivel de habla con la que produce la falsa ilusión de que estamos hablando con una adulta. Y no es solamente por el vocabulario, no; lo de ella son conceptos, claridad. El otro día nos pedía que la interrumpiéramos como parte de un juego que había inventado, y lo dijo de esta forma: acá, ustedes se me atraviesan.

Yo los miro a los dos con mucho respeto. Por no decir veneración, que quedaría exagerado.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El Estado como patio trasero

Hace algunos años, antes de que Mauricio Macri se convirtiera en jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, aparecieron unos afiches cuyo propósito era convencer a los dueños de perros de que no dejaran la suciedad de sus animalitos en la calle. Era una frase muy simple: “Tu perro, tu caca”. No sé si tuvo algún efecto, pero el significado era muy claro: si lo que está ahí salió de tu perro, llevátelo o tiralo a la basura, pero no se lo impongas a los demás. Hoy, tras la designación de Abel Posse como ministro de Educación de Buenos Aires, se me ocurre que podemos decirle a Macri algo muy parecido: tu ministro, tu caca.
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sábado, 5 de diciembre de 2009

Ojalá

Las agrupaciones de centroizquierda, con honrosas excepciones (como la de Martín Sabbatella) se aliaron con el centroderecha para “darle una lección” al gobierno en la conformación del nuevo Congreso. Mediante el recurso de sacarse la foto grupal, lograron la mayoría suficiente como para quedarse con la titularidad de las comisiones, algo que no había ocurrido antes en la historia de la democracia argentina (en aquellas ocasiones en las que el oficialismo tuvo la primera minoría, como en este caso). Esto modifica bastante el escenario, obligando al partido de gobierno a usar toda la creatividad para imponer su voluntad.

Parecería ser que éste es el momento, para Cristina Fernández, de radicalizar posiciones y presentar el tipo de proyectos que los partidos de izquierda no puedan votar en contra sin ruborizarse.

Me gustaría, por ejemplo, que se tratase la modificación de la ley de bancos que tiene en carpeta, desde hace tiempo, Carlos Heller. O alguna medida que sirva para controlar la gula de los laboratorios, evocando aquella movida del presidente Illia que, entre otras, lo sacó de escena. También, más impuestos para los que más tienen. Y ya que está, medidas de protección del ambiente y de control estatal de los recursos naturales.

Quedan dos años para unir fuerzas. Ojalá el gobierno quiera jugarse, y ojalá que los partidos de centroizquierda recapaciten.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Si se gana con la derecha, gana la derecha.

Qué lástima la mezquindad. Qué lástima la miopía. Qué lástima la ambición de poder, la estupidez, la omnipotencia, la falta de solidaridad, la elección de caminos equivocados, el egoísmo, la cobardía, la especulación, la incapacidad, la arrogancia, la obstinación necia, la falta de humildad, la ceguera. Qué lástima que las fuerzas de centroizquierda no sean capaces de construir un espacio común para enfrentar a la derecha.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Greguerías

Después de analizar el lugar que ocupan para ciertos canales y radios las noticias de asaltos, violaciones, secuestros, robos y asesinatos, se me ocurrió una frase digna del rabino Bergman: el miedo es el mensaje.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Y no es celeste

Cada vez que estamos en noviembre, y como si la experiencia no contara, las flores de jacarandá me provocan asombro. Se podría decir que es por el color, porque ocupan toda la copa del árbol reemplazando por completo las hojas, porque alfombran la vereda con una capa increíblemente tupida. Pero hay algo más, y este año me di cuenta: tienen luz propia. Si no me creen, salgan al atardecer, después de la puesta del sol, y van a entender de qué hablo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Trances pasajeros

Acostados, acurrucados, inmóviles y en silencio, como en esos momentos secretos en los que sólo se tienen fuerzas para llorar.

Descrédito

Hay personas que se rasgan las vestiduras. Otras veces se rasgan las dictaduras. No les creo en ninguno de los dos casos.

Tengo miedo

El mundo se ha vuelto muy peligroso. Dicen que andan sueltos por la calle seres irracionales e insensibles, disfrazados de personas buenas, pero capaces de hacer mucho daño. Conozco algunos de los nombres: Mirtha Legrand, Marcelo Tinelli, Susana Giménez. Hay algunos más, pero no son taaan famosos, y eso los hace un poquito más inofensivos.

Libertad provisoria

Dejó escapar un grito. Dejó escapar un gemido. Dejó escapar un exabrupto. Dejó escapar una protesta. Dejó escapar un resoplido. Dejó escapar un sarcasmo. Dejó escapar un quejido. Dejó escapar un insulto. Dejó escapar un elogio.

Gritos, gemidos, exabruptos, protestas, resoplidos, sarcasmos, quejidos, insultos y elogios anduvieron por ahí alegremente, disfrutando de su recién adquirida libertad, hasta que a alguien se le ocurrió, nuevamente, que había que reprimirlos.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Seres vivos sin fronteras parte II

Esta tarde, cuando volví de la calle, descubrí con tristeza que habían podado (sí, podado) la acacia de flores aromáticas. Por lo visto, mi vecina sí conoce de títulos de propiedad. Adiós, ramas perfumadas. Adiós.

martes, 10 de noviembre de 2009

Seres vivos sin fronteras

Mi terraza —o patio, nunca sé cómo llamarla— recibe visitas.

Hay tres gatos que suelen atravesarla por turnos, la mayoría de las veces haciendo equilibrio en el borde de las medianeras, como parte de su recorrido depredador. No se quedan: no hay roedores, y tampoco los invito a entrar. Simplemente, me gusta mirarlos.

Los pájaros parecen haberse convencido de que no los voy a molestar, y no sólo pasan volando sino que se posan en las baldosas rojas, buscando semillitas, o en las macetas, donde tratan de cazar lombrices.

Por la pared derecha, cubierta en parte por una enredadera cuyo crecimiento he decidido no interrumpir, se asoman varios penachos de un árbol que creo haber identificado, Google mediante, como una acacia de madera negra. Está florecida, y el aroma es exquisito. Nadie me impide cortar algunas ramitas y ponerlas en un vaso alto sobre el escritorio. Gracias a ese estallido floral, una brigada proveniente de un enjambre de abejas de domicilio desconocido aporta su presencia interesante. Las miro con respeto, espero que se vayan para cortar flores.

Ninguno de estos seres vivos me pertenece: viven por su propia cuenta, o bien a expensas de los cuidados de mis vecinos. Pero eso no parece importarles a ellos, y tampoco a mí. La naturaleza no sabe de títulos de propiedad.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Descubrimiento de la madurez

Lucía, de seis años:
—Mamá, ¿por qué los niños cuando crecen ya no son más divertidos?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

África mía

Sólo a la especie humana se le podía ocurrir virar al blanco después de miles y miles de años bajo el sol.
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martes, 3 de noviembre de 2009

Noventa y ocho nietos

Apareció el nieto número 98, alguien que ni siquiera sospechaban que existía. Viva el análisis de ADN. Vivan las Abuelas, que le prepararon el camino para llegar.

sábado, 31 de octubre de 2009

Monólogo de un ciudadano asustado

Que no se junten. No, por favor, que no se junten. Así, por separado, me dan ternura. Despiertan mi compasión, quiero ayudarlos. Pero juntos, no.

Estoy dispuesto a darles un plato de sopa cuando se acercan a mi puerta, a regalarles en pan de ayer, a darles para el colectivo. Pero que no se junten.

Mi voz se alza indignada cuando pienso en la cantidad de pobres que hay, qué sé yo, por ahí, en esos sitios horribles en donde suelen vivir. El gobierno no hace nada por ellos, digo indignado, cuando los veo de a uno, a lo sumo dos o tres. Pero me los imagino de a muchos y veo todo negro. Todos juntos, no, por favor.

Dicen que están empezando a armarse. Dicen que son violentos. Dicen que se drogan. Dicen que son todos ladrones. Dicen que son feos, sucios y malos. Dicen que vienen por nosotros, la gente de bien. Dios mío, tengo miedo, mucho miedo. Creo que están empezando a juntarse. Hay que hacer algo.

viernes, 30 de octubre de 2009

Pescador de rótulos

Lugar: Arba, sucursal Olivos. Mesa de entradas. Para ser atendido hay que pasar obligatoriamente por ese mostrador, donde entregan un papelito con el número correspondiente al trámite y el número de llegada de cada uno. Están bien organizados, no es el caso. Tampoco hablaré aquí del disgusto de ser intimada por varios pagos que no adeudo, en fin, cuestiones administrativas enojosas que cada uno debe solucionar como pueda. Lo que me llamó la atención esta vez es el sistema de decodificación del empleado de la mesa de entradas. El contribuyente va con todo el ímpetu, esgrimiendo comprobantes, llevando la carta de intimación, por ejemplo, y, haciendo gala de toda su dignidad ciudadana, se pone a explicar para qué está allí. El empleado oye sólo una palabra: la que corresponde al trámite. En mi caso, Ingresos brutos. Y de esta forma, va pescando la única palabra que le interesa en los parlamentos de cada persona que entra. Me imagino así la recepción del mensaje:
Bss bsss bsss bsss RENTAS bsss.
Bsss bsss bsss bss AUTOMOTOR bsss bss.
Bsss bsss bsss bss INMOBILIARIO bsss bss bsss bss.
Bsss bsss bsss bss INGRESOS BRUTOS bsss bss.
No deja de ser una habilidad admirable, por más decepcionados que nos deje.

martes, 27 de octubre de 2009

A colorear, mi amor

Tomaron una decisión histórica: reemplazarían las armas mortales por un sistema de ataques simbólicos. A partir de ese momento, cada vez que un conflicto se entrometía en la vida de dos o más países, manchas azules, rojas, verdes, amarillas y de todos los tonos y colores imaginables empezaron a aparecer en las paredes exteriores de las embajadas, que rápidamente eran pintadas de nuevo con el color original. Unos inofensivos cañones diseñados para ese efecto disparaban cápsulas de pintura que se estrellaban, obedientes, en los objetivos designados.

El sistema era tan divertido que, al poco tiempo, hubo más gente dedicada a este servicio que a las tareas destinadas a proveer a la población de alimentos, ropa, muebles, artefactos y demás.

Destruido el equilibrio entre el trabajo y el consumo, las economías de los países que habían adoptado este método tendieron a colapsar.

Entonces, el gobierno del país que había tomado la iniciativa (como tantas otras, en el pasado) llegó a la única conclusión posible. Para salir adelante, hacía falta una guerra de verdad.

domingo, 25 de octubre de 2009

Elecciones

Un abrazo para los hermanos uruguayos.

sábado, 24 de octubre de 2009

Bond, James Bond

Nuevamente, no sé si reírme o qué. Creo que lo mejor es reírme.

Es que el examen de la trama de espionaje descubierta en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no me deja escapatoria, tengo que decirlo: NO SIRVEN NI PARA ESPIAR.

viernes, 23 de octubre de 2009

Terrorismo mediático

En este momento me gustaría tener una especie de megáfono gigante para pedir calma. Para decirle a “la gente” (esa categoría anodina que hemos sabido parir en las últimas décadas) que trate de bajarle un poco los decibeles a la voz de los medios que dominan hoy la comunicación.

Periodistas famosos de los canales de TV del grupo Clarín o de América, columnistas destacados de La Nación, redactores obedientes o convencidos de Clarín (e inclusive algún medio del exterior, como El país de España, del grupo Prisa) parecen hoy hermanados en una escalada enloquecida de vaticinios delirantes y, sobre todo, malintencionados.

Con el propósito de seguir soliviantando los ánimos, alimentan el miedo con una constancia que excluye cualquier casualidad. Parecen seguir un plan: sembrar el terror. La delincuencia, el dengue, la gripe A, la supuesta violencia de algunas organizaciones sociales o piqueteras, cualquier recurso es válido dentro de ese plan, cuya expresión más descarnada son las expresiones alucinadas de la doctora Elisa Carrió, multiplicadas por cuanto micrófono se le ponga por delante.

Y todo esto, por no hablar de las cadenas de e-mails surgidos de fuentes anónimas, pero en las que no es difícil adivinar, no ya una mano golpista, sino explícitamente antidemocrática. ¿Por qué no nos paramos a pensar un poco?

Perdón por tanta adjetivación, pero necesitaba decir esto.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Vitrificación de la libertad

La libertad no se encuentra, como podría suponerse siguiendo una lógica lineal, suelta (o sea, en forma libre). Por el contrario, viene dentro de ciertos agentes que, con el correr del tiempo, sufren modificaciones, en virtud de las cuales su cuota de libertad experimenta un proceso que podríamos catalogar como vitrificación, algo que puede producirse por medio de calentamiento o enfriamiento muy rápido, o mediante la mezcla con un aditivo, como por ejemplo el contacto con otros agentes mayores que él. Una vez vitrificada, la libertad tiene muy pocas posibilidades de expresarse.

Pero en esas primeras etapas, ay, qué maravilla es verla desplegarse en todo su esplendor, mezclando colores sin ningún prejuicio, ignorando las reglas de la educación, hablando en todos los idiomas y en ninguno, ensuciándose las rodillas, pringando los muebles con caramelo y mirando el mundo desde abajo, sin que esto tenga importancia porque, después de todo, es libre de volar por donde le plazca.

lunes, 19 de octubre de 2009

Arqueología

La máquina del tiempo existe. Es mi hermano Daniel.

Con la muerte de mi madre descubrí que había preguntas que ya no podría hacerle a nadie. Porque, como pasa en estos casos, la persona que muere se lleva para siempre historias, datos y secretos únicos. La historia familiar ya no tendrá ese potencial de reconstrucción, esa fuente de información que creemos inagotable, la de los últimos testigos.

Pero, por suerte, tengo un hermano. Y no hace mucho tiempo me di cuenta de que, por ser mayor que yo (y por tener su propia perspectiva de la vida), conserva algunas piezas de ese rompecabezas que a mí me faltan, y que creí que nunca iba a encontrar. Y no sólo eso: guarda cosas. Hace unos días me mandó por correo electrónico varias fotos de su último fin de semana en el Tigre, y en dos de ellas pude ver a su nieto jugando con la carretilla que, allá por los años 50, nos habían traído los Reyes Magos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Las reglas del tango

Cómo evitar que a continuación de “viento”, en el verso siguiente, venga “lamento”. O que un par de respiraciones después de garúa aparezca púa, y después de sombra, nombra. La risa loca tiene que estar junto a su boca. El último café siempre tuvo una soledad sin para qué. Sus labios con frío necesariamente evocan un suspiro. El que da consejos sabe jugarse el pellejo. La más papa milonguera fue la reina del festín en una noche diquera, aunque no sepamos qué es esto. Los resplandores desaparecieron de sus ojos al mismo tiempo que de su cara los colores. Las notas del tango hacen vibrar el almita de la papusa de fango. Pensar en los tiempos pasados hace latir destrozado su cansado corazón.

Cómo recordaríamos la letra de un tango, si no fuera por las inefables rimas que la atraviesan, impiadosas, con esa necesaria ternura cursi en cada verso.

Talento especial

A veces hago magia. Son actos simples, para nada espectaculares, que podrían pasar tranquilamente por resultados casuales, producto del azar. Pero no, es magia.

No hay ningún truco en esos actos, y si lo hay, es involuntario. Ignoro por completo los mecanismos que permiten la realización de tales proezas. Simplemente, me salen.

Ninguna emoción intensa está involucrada, ningún asombro. Una vez producida la magia, lo tomo como algo natural, sin demasiada trascendencia. Y tampoco espero admiración por parte de quienes me rodean. Es más: la mayor parte de las veces —me atrevería a decir que la totalidad— nadie se da cuenta.

Ayer, sin ir más lejos, hice que el señalador de cartón del libro que estaba leyendo permaneciera durante casi un minuto en perfecto equilibrio sobre uno de sus cantos, en la superficie de madera irregular de la mesa del café al que suelo ir por las tardes.

lunes, 12 de octubre de 2009

Estímulo

No sabemos si la anécdota es verdadera, pero en todo caso es digna del protagonista. Se cuenta que Picasso, al ver la mirada perpleja de un modelo frente al retrato que terminaba de hacerle, le palmeó la espalda y lo animó con esta frase: “Bueno, ahora, ¡a parecerse!”

Algo así me suena que tienen que haber sido las intenciones de los jueces encargados de repartir los premios Nobel, al darle el de la paz a Barack Obama. Ni él mismo se lo creyó, y no es para menos: más allá de sus proclamados deseos de paz, no son muchos los hechos que inclinan la balanza a su favor. Para dar sólo un ejemplo, la cárcel de Guantánamo sigue estando allí.

Somos unos cuantos los que cruzamos los dedos para que Obama pueda hacer realidad algunos de sus proyectos, pero no nos engañemos: ser presidente de los Estados Unidos no siempre es tener todo el poder.

Así que, sin descruzar los dedos, señor Obama, ahora, a merecer el premio.

Zapatillas y boleadoras

Cada vez que veo allá en la altura, en uno de los cables que cruzan la calle en una esquina, un par de zapatillas colgando de sus cordones, pienso en boleadoras. El concepto es el mismo: un cordón, con dos elementos más o menos pesados en sus extremos, que se arroja a lo lejos para atrapar algo. Con similar obediencia, el cordón (o el tiento de cuero) queda enredado mientras las zapatillas (o las bolas) giran alrededor, atrapando el cable (o las patas del animal).

Las zapatillas enredadas en el cable suelen ser la señal de que allí se vende droga. No es necesario poner ningún cartel, ni preguntar a nadie; esa marca visible permanecerá allí durante mucho tiempo, mientras nadie se suba a una escalera (que más bien debería ser una grúa) para sacarlas. Y aun cuando ya nadie haga negocios ilegales en esa esquina, las zapatillas estarán, mostrando en forma dramática lo que hace una adicción: atar, asfixiar a su presa hasta inmovilizarla y dejarla inerme. Como las boleadoras.

sábado, 10 de octubre de 2009

Tácito y explícito

Hablábamos de costumbres. Qué hacer los fines de semana, cuando salir no es una opción atractiva. Leer, claro. Hojear el diario, para mí un ritual de papel crujiente que marca la diferencia con la lectura virtual de lunes a viernes. A ella (la amiga de una amiga, muy simpática y agradable) le pasaba lo mismo. Y mientras la charla fluía con frescura, me di cuenta de yo sabía algo que ella no sabía. Por eso, cuando nombró el diario que leía —La Nación— no fue ninguna novedad. Y fue en ese momento cuando decidió entrar en detalles (insisto: yo sabía algo que ella no). Hoy leí La Nación y me llené de indignación, dijo. No con esas palabras, pero más o menos. Lo dijo con el tono que ya conozco, dando por sentado que yo compartía su misma indignación y no hacían falta explicaciones. Quiero aclararte algo antes de que sigas, dije. El diario que yo leo es Página 12. Me miró con espanto, aspirando con ruido, tapándose la boca, casi dando un salto.

Esto me pasó hoy, día de la sanción (y promulgación, ya, a estas horas) de la nueva ley de medios audiovisuales.

martes, 6 de octubre de 2009

Consumidor promedio

—Buenas. ¿Tiene pensado?
—¿Eh?
—Digo, si tiene pensado.
—Si tengo pensado ¿qué?
—Bueno, lo que sea. Yo compro todo pensado. Compro todo lo que pueda conseguir, y hago stock. Así, cada vez que necesito una respuesta, una opinión, la busco ahí. Algunas están siempre arriba de la pila, las tengo repetidas.
—Y eso, ¿por qué?
—No sé, me las ofrecen y, qué sé yo, no me puedo resistir.
—Pero… ¿no es mucho más interesante que las piense usted?
—Bueno, puede ser, pero no tengo tiempo. Además, ya perdí la costumbre. Un día me di cuenta de que no sabía qué pensaba de un montón de cosas. Y descubrí también que hay mucha gente que está todo el tiempo diciendo lo que piensa. Usted prende el televisor, sin ir más lejos, y aunque no ponga el volumen, se entera de cómo hay que pensar. Esas frases que ponen en la parte de abajo de la pantalla, por ejemplo. Son muy útiles. Uno se las aprende sin querer, así, sin darse cuenta. Y después, cuando las dice, es fantástico, porque no se acuerda de que las vio escritas. Usted piensa que se le acaban de ocurrir, se siente ingenioso.
—Pero eso, ¿no es engañarse a sí mismo?
—Ahí está, ve. Usted ve todo lo negativo. Usted va contra la corriente, y eso no es bueno. Tiene que dejarse llevar. Haga como yo: compre todo pensado.

jueves, 1 de octubre de 2009

Soy escrita

Sólo se trata de confianza, me digo. De dejar que suceda. Como por las noches, cuando me vuelvo sobre el costado izquierdo y espero. Simplemente, espero. Y a la larga —o a la corta— el sueño llega. Así de simple.

Intento hacer lo mismo con otras cosas. Por ejemplo, para llegar a escribir. Nadie me obliga, no hay una función fisiológica que me imponga la necesidad de hacerlo. Pero siento que tengo que hacerlo. Entonces busco frases guardadas, claves, títulos, temas de archivo. Los miro por encima del hombro, con escepticismo y en ocasiones hasta con desprecio. La mayoría de las veces, desisto.

Pero hay momentos, como éste, en que no quiero darme por vencida. Trato de relajarme, de ver qué pasa, simplemente con el cuaderno y el lápiz a mano, como si de ahí pudiera salir algún efluvio mágico. A veces, muy pocas veces, sucede. Es decir: dejo que suceda. Y un infinitesimal grado de escritura me atraviesa fugazmente, dejándome con la sensación de que no alcanza, de que todo ha sido una ilusión, de que eso que queda ahí, para bien o para mal, nada ha tenido que ver con mi esfuerzo, ni con mi voluntad, ni con mis ganas.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Solidificación del miedo

Cuando, ya sea debido a procesos internos o acontecimientos graves del entorno, las glándulas del miedo se hipertrofian, segregan la sustancia que les da nombre sin poder detenerse nunca; y llega un momento en que el torrente general sufre un desequilibrio de todos sus componentes en desmedro de dicha sustancia. Si en ese momento hiciéramos un análisis de laboratorio, veríamos que esta sustancia, el miedo, sería la partícula que se encontrase en mayor cantidad, ocupando espacios que antes albergaban cuerpos líquidos, o a lo sumo viscosos.

Este fenómeno produce cambios físicos y químicos generales, haciendo que todos los elementos adquieran características parecidas a las del mencionado miedo en expansión. Paradojalmente, esa dilatación no licúa la materia de la que está hecha el miedo sino que, por el contrario, desencadena un proceso de calcificación en virtud del cual el miedo se vuelve cada vez más sólido, hasta alcanzar un estado de, diríamos, rigidez. Y ésta es la razón esencial por la que podríamos afirmar que, llegado a cierto extremo, el miedo paraliza.

martes, 29 de septiembre de 2009

Certeza

Sabe que está ahí, tiene que estar. En alguna parte, en el núcleo más oscuro y encerrado de su mente, seguro que hay un gran pensamiento. Algo original, inteligente y revelador. Una de esas ideas que expresan el verdadero talento creador. Qué digo el talento: el genio. Un pensamiento que, si pudiera salir a la luz, dejaría a todos con la boca abierta. En parte, por la incapacidad de la mayoría para entenderlo; y en parte por la enormidad, por la grandiosidad de su contenido, por su belleza más allá de toda comprensión.

Pero sabe también que, rodeando ese extraordinario pensamiento, hay una sarta de estupideces y de lugares comunes que ha ido cultivando durante toda su vida, que, fuertemente entrelazados, se encargan de asfixiar e impedir cualquier desplazamiento de esa cosa extraordinaria que él, con toda seguridad —cada vez se le hace más evidente—, debe estar albergando, quién sabe desde cuándo, en ese recóndito escondrijo de su cabeza.

Todas estas certezas, en lugar de afligirlo, le dan más fuerzas. Nadie más que él sabe de la existencia de ese pensamiento maravilloso, que ni él mismo conoce y que, probablemente, no conocerá. Pero sabe que está ahí, y eso le basta. Y lejos de dejarse ganar por la inquietud, acepta la realidad de los hechos. Su genio creador permanece oculto y a salvo mientras él deja salir, uno tras otro, pensamientos gastados, chatos y opacos, al mismo tiempo que esboza la acostumbrada sonrisa de superioridad que lo ha hecho famoso.

lunes, 31 de agosto de 2009

No sé si reír o criticar

Si se aprueba un proyecto de ley impulsado por el lobby conservador religioso, se podría recibir una pena de entre seis meses y dos años de prisión por criticar a un cura o pastor. ¿Qué es lo que está poniendo en evidencia esta iniciativa?

El hecho de que una diputada considere necesario reprimir esos actos, me hace pensar que en la sociedad hay unas ganas incontenibles de dar rienda suelta a esas críticas. No puedo evitarlo; la imagen directamente asociada a esta propuesta es una enorme cantidad de personas que se salen de la vaina por hablar mal de los curas. ¿No es un poco humillante para los representantes de la iglesia?

domingo, 30 de agosto de 2009

Unasur

Una de las tantas perlitas de la apasionante reunión de la Unasur del viernes 28 de agosto: para no quedar como antidemocráticos, todos los presidentes aprobaron (Lula a regañadientes) el pedido de Uribe de que la conferencia se transmitiera en su totalidad, en vivo y en directo. Como calcado de esas técnicas de algunas artes marciales en las que se usa la fuerza del enemigo como propia, a su debido momento el presidente Correa (que no tiene ningún desperdicio) aprovechó esa situación para hablarle directamente al pueblo de Colombia, haciendo referencia a los engaños y a las propuestas mentirosas que planteaba su presidente con respecto a la instalación de bases militares y a la lucha contra el narcotráfico. En medio de una exposición apoyada en datos gráficos y numéricos que se proyectaban en las pantallas, miraba de pronto a cámara y decía así: “pueblo de Colombia”, en una cordial pero firme rectificación que a Uribe, a juzgar por la expresión de su rostro, no ha de haberle gustado nada.

Lo que me sorprende es que ningún periodista, ni aquéllos que sigo habitualmente, haya levantado esta acción. ¿Estaré viendo demasiadas cosas?

miércoles, 29 de julio de 2009

Golpistas. Así, como suena.

No, no son destituyentes. Basta de eufemismos. Son golpistas. Los bienintencionados muchachos de Carta Abierta son demasiado educados para calificar a estos energúmenos que ha parido la última etapa democrática.

Hoy, la derecha es la misma en toda América Latina: en Honduras, en Ecuador, en Venezuela, en Bolivia, en Paraguay y aquí, en la República Argentina. Tienen los mismos objetivos de dominación y poder. Quieren esclavos a quienes dar órdenes, se trate de peones o de diputados. Nada ha cambiado. Y parece que se cansaron de disimular. Tanto, que ya me está entrando pánico.

El retroceso histórico del reciente golpe en Honduras no es algo para ser mirado como un hecho aislado que sucede en un paisito lejano y extraño. Es más: acabo de enterarme de que si bien los hondureños hablan con acento caribeño, usan la conjugación rioplatense (“sos” en lugar de eres). El golpe de Honduras tiene un costado ejemplificador. Cuanto más tiempo logre mantenerse, mayores oportunidades hay de que se repita en otros estados. Aquí ya hay voces tratando de hacer que se vea como un “conflicto” entre dos partes. Y hay muchos a los que les gustaría borrar de un plumazo no a uno, sino a varios presidentes. Por lo menos a dos: Chávez y Cristina Fernández. Hace unos días, el empresario del cuello tatuado sugirió que justificaría un golpe contra Chávez.

Hoy, más que en otros momentos, se vuelve claro el significado de una vieja palabra: “reacción”. Sí, la derecha reacciona. Ve a un presidente que se preocupa un poquito por los sumergidos, y reacciona. Se ve venir medidas fiscales que podrían achicar un poco sus enormes ganancias, y reacciona. Advierte que el Estado está tratando de hacer honor a su esencia, y reacciona. Aquí, en Bolivia, en Venezuela, en Honduras y en donde sea.

Leo en Página 12 que ayer, en la reunión de la Comisión de Agricultura, los representantes del “campo” impidieron el tratamiento de cualquier otro tema que no fueran las retenciones, con argumentos que intentaban ser persuasivos de una manera que es, por lo menos, poco elegante:

“El 80 por ciento del país votó en contra de este gobierno y dijo estar a favor del campo, así que ellos tienen que hacer lo que nosotros queremos”, señaló un ruralista.

–Pero lo que ustedes están proponiendo es como un golpe de Estado –respondió Macaluse, con cara de sorprendido.

Obviamente, la respuesta no se hizo esperar.

–No, para nada. Lo que pedimos es un impeachment (revocar el mandato presidencial). Eso sí es legal –aclaró, como si nada, el ruralista.”

Si eso no es golpismo, el golpismo dónde está.

lunes, 29 de junio de 2009

El infierno de los vivos

No tengo creencias religiosas, pero en los momentos de mayor desolación trato de pensar siguiendo el camino marcado por un texto que es casi como una oración para mí. Es el último párrafo de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino –una cita que no me canso de recordarles a mis amigos más queridos– y condensa en pocas líneas una visión fundamental, capaz de hacerme pasar el mal rato con algo parecido a la esperanza, o por lo menos con la certeza de que las buenas compañías están ahí, al alcance de la mano, como una forma de conjuro. Dice así:

“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

El barco escora hacia la derecha

Todos quienes, desde dentro o desde fuera del peronismo, tuvimos la certeza de que había que tomar decisiones para defender el proceso actual frente al avance de la derecha, tuvimos, en el resultado de estas elecciones, la muestra más amarga de que el peligro era algo real y palpable. Una parte importante de la sociedad decidió en forma contraria. Es hoy cuando empieza la verdadera resistencia.

miércoles, 17 de junio de 2009

Resistiré

Muy pocas veces he sido oficialista. Quiero decir, he votado por algún candidato que luego fue presidente, como Alfonsín; pero en cada una de esas ocasiones, un tiempo después me sumé a la crítica generalizada. Ésta es la única oportunidad en la que, a pesar de tener críticas hacia este gobierno, voy a sostenerlo con mi voto sin ningún tipo de dudas ni recelos. Es la primera vez que, luego de varios años de iniciado un proceso gubernamental (el de Néstor Kirchner primero y el de Cristina Fernández después), sigo pensando que es el mejor que podríamos tener. Y claro que se puede mejorar. Pero estoy convencidísima de que el único que está en condiciones de llevar adelante las mejoras es el gobierno actual.

¿Qué tenemos por el otro lado? En las dos fuerzas que están en condiciones de reunir la mayor cantidad de votos fuera del oficialismo, y especialmente en la del Pro, hay claramente una tendencia a cuestionar todo lo hecho por este gobierno. Apoyados en la campaña deshonesta de los grupos de medios, se aseguraron la adhesión de una gran masa que, sin saber por qué, odia a los Kirchner. No soportan el estilo, dicen. Que son autoritarios, dicen. ¿Autoritarios? ¿Quién es más autoritario que un diario que publica mentiras impunemente, aunque el mismo Departamento de Estado de los Estados Unidos se lo reproche? ¿Quién manipula más que un medio que publica en la tapa una encuesta que, contrariando los resultados de todas las otras encuestadoras, pronostica una victoria “ajustada” para De Narváez? ¿Quién coarta más la libertad de expresión que un canal –nuevamente el de De Narváez– que levanta del aire, antes de que termine de hablar el periodista, un programa (y en el Día del Periodista) en el que, unos minutos antes, se había hecho preguntas incómodas a su propietario, a la sazón en campaña?

A quienes, a pesar de todo, quieren votar a De Narváez sólo para derrotar a Kirchner, me encantaría poder decirles que van a tirar el agua sucia junto con el bebé. Un gobierno de derecha significaría volver atrás en el proceso de valorización del rol del estado, que ha producido resultados como la estatización de los fondos de jubilación, la nacionalización de Aerolíneas, la intervención en los casos de quiebras de empresas, la ayuda a cooperativas y muchos ejemplos más, que ponen el énfasis en el bienestar y que sitúan al ser humano como sujeto, a pesar de provenir de un gobierno que se maneja dentro de las reglas del capitalismo.

Todos los candidatos de la oposición prometen mejorar la calidad de vida. Lo que no está claro es cómo lo harían. Dónde conseguirían los recursos para hacerlo. ¿Endeudándonos otra vez, como propone la doctora Carrió, con el FMI, el organismo que se pasó todos estos años exigiendo ajuste y flexibilización laboral, augurando los peores cataclismos a quienes no hacían los deberes, y que no pudo prever la caída estrepitosa del sistema financiero?

Por el otro lado, las agrupaciones de izquierda proponen estatizaciones y nacionalizaciones aún más osadas, tocar intereses sectoriales con mucha mayor fiereza que el gobierno actual, apuntar sin miramientos contra el sistema financiero. Ideológicamente estoy mucho más cerca de estas propuestas. Lo que no creo es que puedan materializarse, empezando porque los candidatos que las proclaman están muy lejos de ganar la contienda; sí me parece saludable que existan, que generen referencias. Proponen un horizonte donde lo humano está por encima de todo. Pero en este momento, en vista del histérico avance de la derecha, no creo que sea saludable llevar la pureza ideológica hasta sus últimas consecuencias. Es suicida.

No soy peronista, y sin embargo he llegado a entender que en este país hay un fenómeno ineludible: las masas siguen siendo peronistas. El peronismo es un movimiento muy complejo, que reúne tanto fuerzas de izquierda como de derecha. Ya sabemos qué pasa cuando el titular del Poder Ejecutivo es un peronista de derecha. Hemos sufrido a Menem y todavía seguimos sufriendo las consecuencias de su cruzada globalizadora. Ahora, quiero darme el gusto de seguir viendo en el poder a un gobierno –peronista– con acentuados matices de izquierda, en un inédito momento histórico en el que varios países de América Latina transitan por este camino (mientras puedan).

Hay personas amigas, con la que comparto muchas inclinaciones teóricas (además del afecto), que me preguntan qué me pasa que me volví tan kirchnerista. Y yo les contesto que no es que sea kirchnerista, que lo que pasa es que no estoy dispuesta a hacer nada, por pequeño que sea, que pueda permitir el avance de esa derecha inhumana, privatizadora y tramposa que quiere gobernar sólo para el treinta por ciento del país, como me dijo una vez un menemista durante los años del uno a uno. Por eso, el 28 de junio voy a votar a Kirchner. Y me banco las testimoniales, me banco que estoy votando a Scioli (¡a Scioli!) y muchas cosas más. Porque tengo muy claro cuáles son los objetivos. Creo que es la elección en la que tengo menos dudas; a pesar de que no es presidencial, estoy segura de que en esta coyuntura se juega algo importante.

Esta mañana escuché a alguien en la radio decir que, extrañamente, hoy la oposición es el oficialismo. Hay una presión tan fuerte en contra, un ensañamiento tan despiadado y arbitrario, que estar a favor se ha vuelto una empresa titánica. La crítica constante está en el aire, en los lugares comunes repetidos por el quiosquero, por el conductor del taxi, por la vecina de al lado. Es muy difícil, en estos días, hablar bien del gobierno. Está mal visto. Podría decirse, entonces, que hoy, ser oficialista es estar en la resistencia. En otro momento de la historia, con vientos menos favorables, podré permitirme votar con pureza, hacer de mi voto un gesto romántico y bello. Hoy no, no se puede. Hoy tengo que resistir.

miércoles, 3 de junio de 2009

Ficción

A veces sospecho que formo parte de una ficción. Como el entrañable Truman de Jim Carrey, sigo un guión preestablecido convencida de que todo es azaroso y espontáneo. Pero en algún momento siento que hay una mano detrás de cada escena, y que los actores están perfectamente aleccionados para hacer y decir lo suyo. Un pájaro atraviesa el espacio delante de mis ojos en el momento exacto en que alcanzo el cordón de la vereda, dos vecinas hablan del tiempo con una naturalidad que es sólo aparente, el diariero saluda a la dueña de la panadería, y todo, absolutamente todo, es como tiene que ser. Sin embargo, percibo que hay algo de falsedad en todo lo que me rodea, aunque no puedo descifrarlo hasta que descubro que en el medio de la calle han empezado a producirse movimientos extraños y nerviosos, alguien se ha caído o intenta venir hacia mí mientras otras personas lo sujetan con fuerza para impedírselo, y justo en ese instante un ómnibus escolar se interpone y no puedo ver nada, corro hacia atrás del vehículo para rodearlo porque se ha detenido, y cuando por fin consigo ver lo que hay del otro lado, todos se han dispersado y hacen como si nada hubiera sucedido. Ah, pero ya van a ver. Alguna vez los voy a desenmascarar.

martes, 12 de mayo de 2009

Vida frugal

La ropa necesaria para no pasar frío ni vergüenza. Unos toques de seducción aquí y allá, sin embargo. De ésa, de la que no necesita marcas ni fama. Delineador en los ojos, por ejemplo. Recetas para inventar platos mágicos con casi nada. Cada tanto una copa de vino. Lana para tejer. Mis pollitos: las dos hijas que ya son madres, y sus dos bomboncitos. El privilegio de tener trabajo y amigos. La radio, para enojarme cuando no se dan cuenta de que ahí, justo ahí, habría cabido decir esas palabras exactas. O para sonreír cuando dicen lo que estoy pensando que hacía falta decir. Lectura, para informarme y sobre todo para vivir. Música, especialmente de la que no promocionan las grandes empresas discográficas. Esas joyas que suelen traer de su casa algunos, sólo algunos conductores de programas de radio. Y la posibilidad, multiplicada por los ojos y oídos de amigos queridos, de descubrir, entre la masa de estupideces cotidianas, aquellas voces que señalan, en palabras de Italo Calvino, lo que “en medio del infierno, no es infierno”.

martes, 28 de abril de 2009

Belleza pura

Era una tristeza tan hermosa que todos se daban vuelta para mirarla. Y juraban que era la tristeza más hermosa del mundo. Los que no podían verla juraban, en cambio, que la oían: sonaba como una guitarra portuguesa.

lunes, 20 de abril de 2009

Ha muerto un hombre libre

Ayer, a los setenta y ocho años, murió J. G. Ballard, uno de mis escritores más valorados. Nació en Shanghai y vivió una parte de su infancia y su adolescencia en un campo de concentración japonés en el que, según cuenta en su autobiografía, se sintió libre. Muchos de sus libros se encuadran dentro de la ciencia ficción, aunque hablaba, con metáforas pero sin pelos en la lengua, del mundo tal como es hoy: el encierro, la muerte, la violencia en lo cotidiano, la destrucción del medio, la avidez por el consumo, la locura colectiva. Su estilo era cruel, a veces de manera insoportable; tanto, que a veces duele leerlo.

Ballard, para mí, como para tantos otros, está ligado inseparablemente a su principal traductor, mi amigo Marcial Souto, que disfrutó de la amistad de Ballard desde muy joven. Los que leímos a Ballard en castellano, casi sin excepciones, leímos la prosa de Marcial, los textos que Marcial fue encontrando laboriosamente, levantando piedra tras piedra según diría él, buscando la mejor manera de decir eso que estaba ahí, y que era tan difícil no traicionar. Estoy segura de que las traducciones de Marcial nunca traicionaron la obra de Ballard, sino todo lo contrario: fueron su mayor muestra de lealtad hacia un escritor al que admiraba, al que ahora muchos otros –oh milagro de la muerte– van a empezar a admirar con bombos y platillos.

Gracias, Ballard. Gracias, Marcial.

domingo, 19 de abril de 2009

Dilatación del odio

Digamos que cuando el odio va entrando en calor, y a medida que la temperatura disuelve los últimos restos de prudencia, se vuelve de un color parecido al fuego, y sin querer empieza a ocupar espacios que antes eran azules, o verdes, e incluso blancos también, por qué no. Esto es porque el aumento del calor hace que el odio se dilate, o sea, aumente de volumen, y ya no lo vemos solamente en alguna frase que se deja caer así, como al pasar, o en alguna opinión un poco subida de tono aunque inocente en el fondo, sino que ahora se muestra en toda su extensión: decide organizarse, pinta carteles con consignas que en otro momento le habrían parecido excesivas pero que ahora que está agrandado lo llenan de orgullo, como por ejemplo pedir que se controle la natalidad de la gente pobre para que no tengan hijos que puedan transformarse en delincuentes, y recibe la confirmación cuando, ya enterado de que hay otros odios como él, crecidos, maduros, a punto, sale a la calle junto con ellos y recibe aplausos por su ingenio, y la temperatura sigue aumentando hasta que encuentran un cuerpo que no es del mismo color ni de la misma temperatura que ellos, y allá van, dispuestos a darle su merecido, y si es necesario, darle una paliza que acabe con él en un hospital, qué tanto.

miércoles, 15 de abril de 2009

Ubicuidad de la angustia

El problema con la ubicuidad, en el caso de la angustia, es que cuando creemos que hemos establecido el sitio exacto en el que anida, el centro, el punto de arraigo por así decirlo, aparece donde menos la esperábamos: en un pie, bajo la forma de calambres insoportables; en un ojo, el que frotamos inútilmente tratando de sacar esa pestaña inexistente que lo ha dejado irritado hasta la exasperación; o en el cuero cabelludo, por ejemplo, que empieza entonces a descamarse como si el otoño fuera una invitación al despojamiento de todas las envolturas externas. Y ahí es donde se hace más patente la contradicción: el poder de ubicuidad de la angustia, a la vez que le permite estar en todas partes al mismo tiempo, delata su condición de territorio oculto que, sin embargo, se desvive por ser descubierto, sacando capa tras capa de piel inservible. Pero cuando ya estamos convencidos de que la tenemos agarrada por el cogote, cloqueando con voz afónica y pataleando en el aire sin poder escapar, listos para asestarle el golpe mortal, descubrimos que lo que estamos viendo es solamente el mapa.

Con el perdón de Julio

Querida Josiane (1):
Ahora lo sé; en algún momento va a suceder, la gente va a andar por ahí con su propio aparato hablando por la calle, cómo no se me ocurrió antes, dentro de unos años cada uno va a tener su número privado, su teléfono sin cables, algo minúsculo en el bolsillo, negro o plateado o azul, y todo el mundo va a poder, entonces, encontrarte estés donde estés.

Te preguntarás cómo lo sé. Yo también me lo pregunto, cómo es que un sueño puede ser tan certero, cómo esta visión del futuro se me presenta así, transparente, sin fisuras, como si en realidad fuera un recuerdo de algo que sucedió. Pero no tengo otra forma de contestarte: lo sé porque lo he soñado.

Y tengo la impresión de que no puedo contárselo a nadie que no seas tú, querida Josiane. Solamente tú puedes imaginarte estos mundos imposibles de mis sueños y hacerlos reales. ¿A quién más podría contárselo, si no? ¿A la tía Clelia, tan apegada a lo que hay, tan estricta, tan té de tilo? No, Josiane, tía Clelia (2) no podría imaginarse nunca un mundo como el que he soñado, porque adónde iríamos a parar, claro.

Te escribo con todo el entusiasmo de este descubrimiento, y a la vez con miedo. Es tan frágil el mundo en que vivimos, Josiane. Un aleteo de pestañas, y podría desaparecer todo: las galerías, los puentes, el cielo sobre tu cabeza, mi barrio, el otro cielo. Nuestros encuentros impredecibles. Porque cómo va a haber encuentros inesperados en un mundo en el que todos están conectados por un hilo nervioso e invisible, que no deja lugar para otra cosa. Me dirás, Josiane, por el contrario, que no hay nada más inesperado que un llamado en ese momento improbable, cuando salgo del cine hipando por el llanto, desencajado, tratando de reponerme del drama que nunca ocurrió pero que parecía tan real aunque fuera en blanco y negro. Y es cierto; hasta podría pensarse que sería una manera casi mágica de saber, siempre, dónde y cómo encontrarte. Pero para mí, la magia es no saber. Porque bajo mi cielo, las reglas son otras. Atravieso un umbral y ahí estás. O, por el contrario, pasan días y meses sin que pueda encontrarte, lo que hace más intenso el momento de verte.

Tengo miedo de que haya un día en que sea imposible perderse en las calles de París como si uno estuviera por completo desaparecido, o más aún, como si nunca hubiera existido. Todo es tan rápido, Josiane. Y nos aferramos tanto al final del recorrido de la flecha, como si nada hubiera entre el arquero y el blanco, ningún recorrido, ningún pensamiento. A mí, Josiane, me atrae el viaje de la flecha, no la llegada. No ese momento en que se clava en el lugar exacto, sino su viaje interminable, cuando el final puede ser cualquier cosa, cuando todos los finales son posibles. Hay tantas cosas que se pueden poner en el medio, Josiane, tantas vidas. Uno podría perderse en tantos cielos, descubrir tantos barrios furtivos. Jugar con el gato, transformarlo en tigre y verlo asomarse por la puerta del comedor, un miedo con garras peludas paseando lo más tranquilo por la casa mientras todos duermen la siesta del verano. Soñar con esa isla que asoma al mediodía por la ventanilla del avión. Elegir a la más linda desde un tren en movimiento, mientras ellas juegan a las estatuas. Dormirse boca arriba en una cama de hospital y despertar, también boca arriba, al infierno de la selva en medio de un ritual de sacrificio (uno sería el sacrificado, claro). Ves, Josiane, aquí sería bueno que sonara un teléfono en el bolsillo de mi pantalón y me devolviera al mundo del hospital, para mantenerme por siempre en un sueño de alcohol y algodones, sin preocuparme en absoluto porque las hormigas se hayan comido el jardín.

Pero todo es muy rápido, y llegará el día en que nadie pueda inventar caminos alternativos para ir de un sitio a otro, como por ejemplo instalar un tablón entre dos ventanas de un piso alto y pasar de ventana a ventana todas las tardes para tomar mate sin que te importe nada, nunca. Todo estará ya inventado entonces, y sería muy ridículo que el teléfono sonara justo en ese momento en que estás en cuatro patas en la mitad del tablón, decidiendo que no vas a caerte por más que el suelo de baldosas, allá abajo, te parezca la compañía más lógica dadas las circunstancias.

No habrá tiempo, tampoco, para ir a los velorios y transformar las horas quietas en una actividad febril de cafés, copitas de anís y palabras reconfortantes para esa viuda a la que no conocemos pero que se deja conducir con una expresión blanda en la cara y los hombros, como si supiera que no hay nada que hacer porque ya hemos tomado el mando y no lo declinaremos sino que seguiremos haciendo lo nuestro hasta el momento final, como lo hacemos siempre cada vez que hay un velorio.

Qué será de nuestras viejas obsesiones, Josiane, cuando nos preocupe más que nada saber si ha sonado el teléfono mientras estábamos atravesando un túnel, o si alguien se habrá enojado porque no contestábamos y no ha querido dejarnos ningún mensaje, ni siquiera para decirnos quién era. Cómo imaginarse un teléfono sonando en esas cabinas con los vidrios empañados por el invierno de París, que muy pronto nadie querrá usar. O por el contrario, cuántas cosas podremos inventar para hacer en esas cabinas, cuando el teléfono no sea más que un objeto encaramado a la pared como un pájaro cansado, mientras millones de luciérnagas tintinean en los bolsillos de los transeúntes.

Entonces, Josiane, tal vez no sea necesario vivir apresuradamente y sacar un conejo de la galera a cada segundo, tal vez podamos seguir haciendo magia y perdernos en los laberintos de arroz con leche y canela, porque no nos importará saber dónde estamos, porque siempre podremos retorcer cada objeto y exprimirlo para sacarle el jugo que más nos convenga, o inventarle un cuento, aunque suene y suene como un mirlo asustado al que no podemos encontrar porque no sé, me lo saqué del cinturón y no tengo idea de dónde lo habré dejado.

1) Personaje de El otro cielo de Julio Cortázar
2) Personaje de La salud de los enfermos de Julio Cortázar

lunes, 13 de abril de 2009

Al final, la lucha de clases sí existía.

Parece que no, que no somos todos hermanos. O por lo menos, parece que algunos son menos hermanos que otros. Qué digo hermanos: personas.

“Tenemos que cuidar a la gente”, dijo el intendente Posse. Y ordenó construir el muro de San Isidro. Eso: construir, una palabra hermosa. Pero el muro.

La gente, dijo. Digamos las cosas como son: la gente, en este discurso, son los que están de este lado del muro. Del otro lado, no sabemos qué hay. Por lo visto, gente, no. Lo que hay, supuestamente, es una clase distinta, compuesta por individuos de los que es necesario separarse. Si es posible, ni verlos. Salvo cuando vienen a limpiar nuestros baños, o a levantar nuestras paredes.

Separarse de la otra clase, en este caso, es atacarla. Ponerle barreras, hacerle la vida miserable. Impedirle el libre tránsito. Decirles en la cara que son de cuarta. Humillarlos, acusarlos, ponerlos a todos en la misma bolsa: la de la delincuencia. Ese fenómeno que, según los más estudiosos expertos en seguridad, es consecuencia directa de la desigualdad.

Los de este lado del muro están en lucha. Es una lucha encarnizada, porque además tienen los recursos. Y los motivos: tienen mucho que perder. Los del otro lado, no. Pero tampoco tienen una paciencia ilimitada. Y los que tiraron la primera piedra, está claro, son los de este lado. Por ahora, los del otro lado se limitaron a derribar el muro. Eso fue todo, por ahora. No se sabe hasta cuándo: los de este lado no han dado muestras de querer abandonar la lucha.

jueves, 2 de abril de 2009

Padre nuestro

En los últimos años, muchos de nosotros hemos encontrado razones para pensar que, a fuerza de crisis y sobresaltos, los argentinos tuvimos la oportunidad de adquirir algunas habilidades. Yo podría resumirlas diciendo que aprendimos a hacer limonada cuando nos tiran con limones. La carencia, el dolor, las dificultades, pueden hacer surgir recursos de debajo de las piedras, y, pasada la ilusión del “deme dos”, aquí todo se recicla, todo se transforma, para bien o para mal. Todo sirve. ¿Qué haremos con la muerte de Alfonsín, pasado el duelo y los homenajes? Esto que está sucediendo hoy, ahora, es demasiado importante como para dejarlo pasar. Alfonsín era un grande, y hasta los que nos enojamos con él en su momento, hoy transitamos por diversos grados de congoja y de admiración por su estatura. Nos quedamos con lo esencial: su tremenda honestidad, su fuerza, su coraje para volver inevitable el parto de esa débil democracia de entonces, una democracia que hoy vemos como si nos hubiera pertenecido siempre, nosotros, tan olvidadizos. Y en estos dos días que vienen sucediendo a su muerte, por primera vez en mucho tiempo, asistimos a un paréntesis del odio. Hoy, ahora, no nos tiramos con cuchillos. Hoy, ahora, la polarización brutal que impregna todos los discursos desde hace más de un año, parece haber dejado paso a la reflexión, al reconocimiento de lo que verdaderamente vale. ¿Será posible que un pequeño remanente de ese estado perdure? ¿Habrá alguna chance de que este hombre que hizo cosas que nadie creía posibles, como el juicio a los militares, que tuvo en contra medios como Clarín, que fue cercado por el poder económico, tenga algún poder sobre nosotros, estemos del lado que sea, ahora, después de muerto? ¿Podrán acallarse las mentiras, oírse otras campanas? ¿Despertaremos de este sueño inducido por los periodistas que hacen preguntas por encargo, de esta realidad parcial dibujada en “los matutinos de mayor presencia”? Tal vez sean preguntas ingenuas, pero nadie me quita esta sensación de cierto alivio que da el descubrir que, en el fondo, hoy somos todos hijos de Alfonsín. O sea, hermanos.

martes, 17 de marzo de 2009

Volatilidad del amor

Todo empieza cuando A se da cuenta de que está sintiendo calor en una zona en la que nunca había experimentado tal sensación hasta ese momento. Es más: ni siquiera sabía que la tenía. Se palpa entonces, tratando de establecer la ubicación exacta de la zona caliente. O más caliente que el resto, mejor dicho. En ese momento se da cuenta de que hay allí una sustancia, digamos líquida, con cierta tendencia a expandirse. Cuanto más aumenta la temperatura, y la presión que A realiza para reconocer esa materia, mayor es el espacio que ocupa. Tanto es así, que parece no conformarse con llenar por completo el área exclusiva de A, y desarrolla una especie de seudópodos que tantean el aire, buscando algo que todavía no sabemos qué es. Pero A sí lo sabe. Y presiente que “eso” que es tan ansiosamente buscado por las prolongaciones de su materia expansiva es, justamente, lo que causa todo el fenómeno en cuestión. “Eso” es B, que, a su vez, comparte, en ese momento, la misma sustancia líquida con A. Pero el hecho de que la materia volátil de A sea de la misma naturaleza que la de B, no garantiza que los procesos sean iguales. En efecto, comprobamos que B, por razones que desconocemos, necesita mucho menos calor que A para transformar ese material líquido en vapor. Esto nos permite llegar a una conclusión importante: B (mejor dicho, su sustancia amorosa, que de eso se trata) es más volátil que A. Es ahí cuando empiezan los problemas, porque en el mismo tiempo que una pequeña parte del amor de A necesita para volatilizarse, el de B se ha evaporado casi por completo. Y es entonces cuando A, por fin, se sienta en la semipenumbra de su estudio y, como quien no quiere la cosa, compone de un tirón la letra del tango más sentimental de la historia.

domingo, 8 de marzo de 2009

Elogio de la sensualidad

Hasta unos desabridos fideos tallarines pueden volverse gloriosos con un toque de pimienta y un chorrito de aceite. El sabor provocativo y sensual de la pimienta, ese viagra de las papilas gustativas, es pariente de otras sensaciones parecidas: la albahaca fresca, unas aceitunas carnosas, un queso bien estacionado, pimientos asados al fuego, el aroma de la carne asada a las brasas, una copa de cabernet sauvignon a la temperatura justa, buena música, el diario del domingo, la inminencia de la llegada de personas interesantes y queridas. Y no hay que ser ricos para disfrutar de estos placeres.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un clásico

El cuchillo era un utensilio común de cocina. Mango de madera, hoja de acero ancha en la base, terminada en punta, afilada. La mano lo sostenía con el filo hacia abajo, el brazo flexionado, levantado, con el puño a la altura de la oreja. La cortina del baño estaba corrida y podía verse por encima la flor por donde salía el agua de la ducha. El antebrazo retrocedió, tomó impulso y avanzó. Una, dos, tres, cuatro, diez veces, golpeando, rasgando, mientras la música rasgaba a su vez el aire, hiriéndolo con sonidos chillones.

Una vez consumado el acto, el portador del cuchillo recogió los restos de la cortina, envolviéndola de cualquier manera para deshacerse de ella. Inmediatamente, sintió un inmenso alivio: desde la primera vez que la vio, había odiado de veras esa cortina.

martes, 3 de marzo de 2009

Fracaso

La noticia rondaba por las mesas de los periodistas, se metía en sus cabezas, iniciaba movimientos en las lenguas y en los músculos de los antebrazos ya casi apoyados sobre el teclado. En la pantalla del televisor, las letras se movían nerviosas formando frases hipotéticas sobre fondos de distinto color según el canal, pero todas con el mismo tono de expectativa. Sería, habría trascendido, en minutos más, podría decirse. Todo en condicional, todo entre paréntesis. Había allí un hecho desconocido pero palpitado, probable pero no declarado, casi seguro, nada seguro aún. Mucha información en potencia pero ninguna que mostrar todavía. Los micrófonos se juntaban, se volvían a separar, se tensaban, bailaban, se agitaban, cambiaban de rumbo, temblaban. Algo estaba por producirse, algo estaba por saberse. Los adjetivos calificaban eso que hasta el momento no era nada, pero que todos esperaban. Todavía no ha trascendido, decían. Qué. Parece imponerse. En instantes. Tenemos todos los detalles. Enseguida. Les anticipamos. Les reiteramos. En minutos más. Vamos. Ya. Ahora.

De pronto alguien sugirió que podría ser un falso rumor, y todo cambió. La noticia se fue desinflando de a poco, los indicios perdieron fuerza, las fuentes se retrajeron, se desdijeron, se desmintieron. El rumor se aquietó, quedó en la nada. Los brazos se aflojaron, las lenguas se aquietaron. Los preparativos quedaron atrás, se volvieron inútiles. La ansiedad dejó paso a la frustración. Tanta energía puesta en juego, y al final, nada.

lunes, 2 de marzo de 2009

Sobrecarga

Marzo se va hinchando desde temprano. Empiezan a cargarlo apenas termina el año, con la primera bengala y los últimos abrazos mojados de sidra o champagne. Ya en enero, marzo parece todavía un puerto lejano en el que se puede proyectar todo lo que no cabe, todas esas tareas que no es momento de emprender cuando la mitad de la gente se ha ido de vacaciones y todo queda en suspenso. Febrero, a punto de llegar a la curva, es una descarga constante, de la que marzo es nada más ni nada menos que una cuenta regresiva. Debe ser por eso que, cuando por fin empieza marzo, todos nos sentimos un poco pesados y lentos, y, por más que bostezamos y nos desperezamos para sacudirnos las últimas hilachas del verano, no podemos evitar esa sensación de torpeza, como si no hubiera espacio suficiente, o como si hubiéramos tropezado en el borde del muelle y estuviéramos cayendo muy despacio a este río tibio y amarronado que nos lleva, que inevitablemente nos dejará en abril sin que hayamos podido hacer ni la mitad de las cosas que debíamos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Grabando, un, dos, tres…

De algún modo, y aun antes de que se inventara cualquier método de grabación, la Tierra se las arregló para grabar todos los sonidos. Sin que nadie lo sospeche, guarda un registro completo escondido en alguna parte. O diseminado en toda su piel. Sonidos que tal vez algún día conseguiremos reproducir. Ahí, bajo esa piedra, las primeras palabras. La voz insegura multiplicada por el eco en la caverna, nombrando algo al fin: un animal, el hambre, agua, fuego, humo, miedo. En ese pozo de arena, los cantos rituales del entierro de un faraón. El gorgoteo del agua cayendo dentro de un cántaro. El rugido de un león enfrentado a su gladiador de turno. Entre las ruinas de una vieja ciudad, el bramido del volcán que sepultó a Pompeya. Bajo el puente que ya nadie usa, escalas musicales salidas del piano de Mozart a los cinco años, bajo la estricta vigilancia de su aún más estricto padre. Los extraños solos agudos de los eunucos. El ruido sibilante de la guillotina a punto de caer sobre el cuello de María Antonieta. En algún sitio de esa pradera, los lamentos de los esclavos en las bodegas de los barcos que los alejaban para siempre de África, sus viejas canciones entre las espigas de maíz. Debajo de esa alcantarilla, el bufido caliente y espeso de la primera máquina a vapor, los pregones de las vendedoras de sardinas, el repique de las campanas llamando a misa. En lo alto de ese monumento de bronce, el taconeo de las botas militares de un desfile, las hurañas voces de mando de los oficiales, los discursos de todos los presidentes. En el fondo cubierto de monedas de esa fuente, todas las promesas de amor, todos los secretos, todas las risas, todos los arrepentimientos, todas las mentiras.

Hay quien dice que el procedimiento usado para guardar todos esos sonidos es algo así como un invisible envasado al vacío. Y en ese caso, nunca podremos reproducirlos. Nadie los conocerá, nadie los oirá jamás; porque, como es sabido, el sonido no se propaga en el vacío.

Hay otros, en cambio, que sostienen que hay una forma de escucharlos. Y que lo hemos venido haciendo desde tiempos inmemoriales. Primero, a través de las narraciones orales. Después, con la palabra escrita.

sábado, 28 de febrero de 2009

Primer aniversario

Nacer el último día de febrero de un año bisiesto tiene sus inconvenientes. Sólo se puede celebrar el aniversario exacto cada cuatro años, por ejemplo. Este blog empezó el 29 de febrero del año bisiesto 2008, y mañana debería cumplir un año; pero mañana es primero de marzo. Así que lo tengo un poco desconcertado, arqueando el lomo para ver si recibe alguna caricia y dando vueltas por ahí, tratando de festejar un cumpleaños definitivamente imposible. A quién se le ocurre parir en año bisiesto.

viernes, 27 de febrero de 2009

El estado somos nosotros

Resulta que en la Argentina no hubo un presidente más hábil a la hora de llenarse los bolsillos que el gran privatizador Carlos Menem. De él no se puede decir que se haya enriquecido agrandando el estado, exactamente: más bien se dedicó a los negocios privados. Y resulta que ahora, que tenemos un gobierno dispuesto a darle un papel más preponderante al estado, se lo acusa de querer robarse el dinero de los contribuyentes, como si los billetes provenientes de las AFJP o de una hipotética estatización de las exportaciones los fuera a usar Cristina Fernández para comprarse zapatos. A este gobierno se lo puede criticar por muchas, muchas cosas, pero no precisamente por querer sacar al estado de la anorexia en la que lo tuvieron sumergido durante tanto tiempo.

Literalidad del tacto

Hay sensaciones que son inconfundibles. Por ejemplo, yo podría identificar sin lugar a dudas, aun con los ojos vendados o a oscuras, el tacto suave y pegajoso, y la presión blanda, oscilante a causa del leve batir de unas alas desmesuradas para el tamaño del cuerpo, de las patas de una mariposa sobre mi dedo índice.

Ladran, Sánchez

La Central de Intriga Americana (CIA), basada en cierta información de vaya a saberse qué fuentes objetivas y desinteresadas (me guardo todas las comillas para más adelante), acaba de decretar que el nuestro es uno de los países que “podrían desestabilizarse” por la crisis. Me pregunto: ¿éste es el mismo organismo que no pudo prever la “desestabilización” de las Torres Gemelas, y, más cerca, del sistema financiero?

Los habitantes de ese benemérito país, ¿se creerán todo lo que dice la CIA? ¿Se sentirán respaldados, cuidados, mecidos, apapachados por este tipo de políticas?

Bush, como buen hijo de su papito, debe estar encantado con esta clase de informes. Y Obama, ¿qué dirá? Obama, te escucho.

sábado, 21 de febrero de 2009

Atentado al pudor

Estaba tan distraído que salió con las neuronas al aire. Al principio no se dio cuenta, pero notaba algo inquietante a su alrededor. Como si lo mirasen más que de costumbre. Se pasó la mano por las quijadas. No, no se había olvidado de afeitarse. Con disimulo, inspeccionó los zapatos, las medias, los pantalones, la camisa. Con la excepción de alguna que otra arruga, estaba todo en su lugar. Entonces fue cuando sintió el aire fresco en esa zona privada, aquella que nunca debía mostrar en público, la que contenía eso tan íntimo que los demás no debían ver nunca sin su autorización. Abrumado por una vergüenza irreversible, se dio cuenta de que se le notaban todos los pensamientos.

viernes, 20 de febrero de 2009

Exabrupto

Me irritan las personas que, ante una afirmación con la que no están de acuerdo, dicen “A ver”. ¿Por qué no dicen, simplemente, “yo pienso de otra manera”? Ese “a ver” es como decir “voy a poner en el microscopio este pensamiento microbiano tuyo, y lo voy a analizar de una forma tan despiadada que no queden dudas, y si es necesario lo voy a diseccionar para que no quede nada de él, así no tengo que volver a verlo nunca más”.

Entropía de la pasión

Para gastar una pasión, especialmente si es del tipo de la que sale de un ser humano para dirigirse hacia otro, hacen falta muy pocos elementos. El más importante es el tiempo. Las moléculas de la pasión en su etapa inicial están que arden, pero a la vez completamente organizadas y empeñadas responsablemente en formar ese estado, muy modositas ellas, ordenadas en un conjunto primoroso que no deja lugar a dudas. Se las puede ver cantando mientras trabajan, yendo de aquí para allá pero todas juntas, en un grado de cohesión grupal que da gusto. Con el tiempo, algunas de esas moléculas se pierden en el camino. Pero hay tantas, que las demás ni siquiera se dan cuenta, y siguen en lo suyo. Tal vez empiecen a sentir un poco de frío, y se les ocurra que haciendo ejercicios puedan recuperar de nuevo el calor; pero no, la energía también ha huido, y tendrán que conformarse así durante un tiempo más. A medida que se cumplen las etapas, notan que están comenzando a desorganizarse un poco. Se tropiezan entre ellas, confunden los nombres, no saben muy bien qué hacer. Y están cada vez más cansadas, ya ni siquiera tienen ganas de barrer un poco. El polvo se acumula por todos los rincones, y un viento frío entra por las ventanas y las dispersa sin que puedan hacer demasiado. Son cada vez menos, ya se han dado cuenta. Algunas entusiastas todavía creen que podrán volver a encender el fuego en el hogar, pero los leños están húmedos y sólo consiguen un débil humito que, en lugar de calentarlas, les da tos. Hartas de tanta penuria, se acuestan a dormir sin saber que seguramente no despertarán. Queda una sola, la más tenaz, la última en ver la realidad. Sin advertir que sus compañeras se han marchado para siempre, intenta llamarlas por sus nombres. Prueba una y otra vez, pero es inútil: los ha olvidado.

jueves, 19 de febrero de 2009

Mecánica de los sentimientos

Si se toman las precauciones necesarias, las penas y las alegrías marchan por separado. Suelen formar unas filas irregulares, con picos de ensanchamiento en algunos tramos y sectores muy despoblados en otros, tan delgados que podrían cortarse en dos. Hay que tener mucho cuidado, porque en ocasiones se les da por hacer una fila curva, y casi siempre las alegrías forman una especie de luna en cuarto creciente, mientras que al mismo tiempo las penas se agrupan en cuarto menguante. Pero lo verdaderamente peligroso es cuando el cuarto creciente de las alegrías se enfrenta al cuarto menguante de las penas, los cuatro cuernos casi fundidos; la separación ya no es visible, y todo se sale de control. Entonces es cuando las penas se mezclan con las alegrías, giran desenfrenadamente, bailan juntas y cometen toda clase de desmanes. Especialmente las penas, que suelen tener una ligera tendencia a confundir su papel. A veces, la velocidad centrífuga de los giros las empuja hacia afuera, y es ahí cuando una de ellas se pone a temblar al mismo tiempo que da pequeños saltos con estilo conmovedor, y consigue brillar con luz propia. Y hay tanta belleza en esa pena.

domingo, 15 de febrero de 2009

Una chica en la lluvia

Éramos cuatro personas y la mesa daba a la calle. Hablábamos de todo y de nada a la vez, cuando el cielo se puso negro en un segundo y empezó el aguacero. Corriendo y chapoteando en los charcos que ya se habían formado, una chica muy joven se acercó a nuestra ventana y apoyó los codos mojados, mostrándonos una sonrisa de dientes blanquísimos. “¡Es mi cumpleaños!” dijo, y provocó inmediatamente una andanada de felicitaciones y parabienes. Antes de que pudiéramos preguntarle algo, se dio media vuelta y subió a un colectivo. A todos nos pareció admirable su frescura, y la envidiamos un poco. Seguramente se iría a buscar a sus amigas, o a encontrarse con el novio, y después festejarían con la alegría ruidosa de siempre. No pudimos evitar la nostalgia, el recuerdo idealizado de nuestros veinte años, esas ganas. El recurso de la espontaneidad para recibir más y más reconocimiento, aunque fuera de perfectos desconocidos, nos pareció sublime. Ésa era una edad para cumplir años.

Al día siguiente tuve que encontrarme con un amigo en ese mismo bar. Elegimos, también, una mesa junto a la ventana. Estábamos enfrascados en una conversación muy seria que, seguramente, no nos iba a llevar a ninguna parte, cuando reconocí la sonrisa y la voz fresca. “¡Es mi cumpleaños!”. Sin dudarlo, mi amigo se puso a conversar con ella, encantado de haber sido el destinatario de semejante halago, una ninfa de la ciudad que aparecía de la nada para compartir con él un momento tan feliz y despreocupado: la celebración de nada menos que su cumpleaños. Cuando la chica se fue, él había rejuvenecido veinte años. Ahí mismo decidí que lo mejor era ocultarle la verdad. No podía robarle ese momento.

Atributos físicos de la felicidad

Un día descubrió que la felicidad era elástica. Midió la suya: en ese momento tenía sólo dos centímetros. Tiró de los extremos y consiguió estirarla, pero sólo un poco. Desde esa vez, todos los días hacía el intento de probar la elasticidad de su porción de felicidad, y así fue como llegó a una serie de conclusiones interesantes. Los días de sol, especialmente aquellos en los que había conseguido hacer las paces consigo mismo por un rato, se extendía más. Los días de tormenta, en cambio, o los momentos difíciles en los que todo parecía conspirar contra la realización de sus deseos, se encogía hasta desaparecer de la vista casi por completo. Pero aprendió algo más importante todavía: hiciera lo que hiciera, o sucediera lo que sucediese en su vida –hechos venturosos, desdichas, golpes de suerte o casualidades desafortunadas– su reserva flexible de felicidad nunca pasaba de un máximo de cuarenta centímetros, ni de un mínimo de dos milímetros. Por lo menos, sabía con qué podía contar; que no es poco.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Buenos negocios

–Le vendo una guerra.
–¿Y eso para qué me sirve?
–Pero cómo, usted, ¿no lee los diarios? ¿Todavía no se dio cuenta de las ventajas que traen?
–Bueno, esteee… en realidad no, no le veo la ganancia. Aunque pensándolo bien, a alguien deben favorecer, porque si no, no se entiende por qué siguen existiendo, en un mundo que se llama a sí mismo “civilizado”.
–Me extraña, amigo. ¿Cómo cree que surgieron las civilizaciones? Y yendo más atrás, ¿qué es lo que encuentran los arqueólogos cuando buscan herramientas fabricadas por los primeros hombres, o lo que fueran? Hachas, mazas, puntas de flecha. Sí: armas. Y usted, ¿se piensa que las usaban solamente para cazar mamuts? Está muy equivocado. Seguro que también se encontraron cráneos con marcas hechas por un agresor que tenía, por lo menos, su mismo nivel de inteligencia. Un buen mazazo aquí, una flecha envenenada allá…
–¿Y qué me quiere decir con eso?
–Le quiero decir esto: los que llegamos hasta aquí, somos los sobrevivientes. Los que la podemos contar. ¿O no? Selección natural, amigo. La ley del más fuerte. Convénzase.
–Oiga, ¿por qué me dice todo el tiempo “amigo”?
–Porque se la quiero vender, no gastármela en usted. Escuche: ¿cómo terminaron los dramáticos años treinta para los Estados Unidos? Con una guerra. Meta fabricar fusiles, ametralladoras, balas. La industria metalúrgica se fue para arriba, con ganas. Y todos contentos.
–Bueno, no sé. De todos modos, qué podría hacer yo con una guerra. A quién se la voy a declarar. Nadie me creería.
–Ése es el problema, ve. Por culpa de gente como usted, los dueños de la guerra son siempre los mismos. Así no vamos a ninguna parte. Y un detalle más: ¿sabe quiénes son los que más usan la palabra paz?
–No sé. ¿Las modelos? Cuando les preguntan por qué hacen votos, contestan “por la paz mundial”.
–No, amigo, los que más hablan de pacificar son los que hacen la guerra. Para ellos, siempre son conflictos pacificadores. Qué maestros. Y ahora me voy, que tengo que tratar de vendérsela a alguien antes de que me estalle en las manos. Adiós.
–Adiós, que tenga suerte. Paz y amor.

martes, 10 de febrero de 2009

Variedad de las especies

Hay peces que vuelan, aves que nadan y seres humanos que se arrastran.Enlace

lunes, 9 de febrero de 2009

Archivo

Un día, al despertar, se dio cuenta de que recordaba todo lo que había soñado en su vida.

Los sueños se presentaban ordenados en orden cronológico, del más antiguo al más reciente.

Sueños de ríos de miel y acequias de leche, formas que apenas reconocía porque pertenecían a los rostros del pasado. Un mechón de pelo oscuro balanceándose sobre la frente de su madre mientras lo amamantaba.

Pesadillas de las que solía despertar gritando, a la vez que se despertaba el resto de la familia.

Sueños que contenían, a veces distorsionadas, otras veces con una claridad absoluta, las imágenes olvidadas de su infancia. Polvorientas cortinas de tul en la ventana del comedor en la casa de la abuela. Abejas doradas atravesando un haz de luz entre los árboles, en el bosquecito que había detrás de la casa de la isla. El olor a corteza barrosa de los álamos mojados por la inundación. El reflejo en los adornos de vidrio del primer árbol de navidad. La percusión de las gotas de un aguacero sobre las tablas resecas y despintadas de la persiana. La desolación de los pasillos vacíos en la escuela durante una hora de clase, mientras buscaba algo por encargo de la maestra.

Sueños de abandono.

Sueños de interiores laberínticos, de casas imposibles en las que la puerta del baño no podía cerrarse jamás. Trenes que no llegaban a ninguna parte, que nadie sabía de dónde venían. Sitios a los que era imposible llegar.

Sueños de vértigo, una escalera empinada que sus pies apenas tocaban al bajar, las suelas de los zapatos resbalando por los bordes de los escalones, como si esquiara en una montaña de mármol. Sueños de caída de los que solamente podía despertarse cayendo pesadamente sobre el colchón. Sueños eróticos. Sueños dentro de los sueños.

Atrapó todos esos sueños, los atesoró en algún hueco de su mente y los olvidó de inmediato. Algún día acudirían en su ayuda.

Final de película

El asesino vivía en una película en blanco y negro. En esa época, la sangre no era un elemento de atracción importante; así que, una vez producido el disparo, y viendo que el cuerpo yacía inmóvil sobre la cama, limpió las huellas y huyó. Pero la bala no había dado en el blanco, sino que había pasado a unos centímetros. El destinatario de la agresión ni siquiera se enteró: era completamente sordo.

Una hora más tarde, el segundo asesino entró por la ventana entreabierta que daba al jardín. Llevaba guantes y había envuelto sus zapatos con plástico, para no dejar rastros. Su víctima dormía plácidamente sobre las sábanas arrugadas. Se acercó a unos metros, le apuntó con el arma provista de silenciador, disparó y salió por la misma ventana. Un primer plano mostró los párpados cerrados del agredido, los globos oculares moviéndose rápìdamente, para hacer evidente que estaba dormido y atravesando una etapa de sueños.

Dos horas después irrumpió el tercer asesino. Cubría su rostro con una máscara, tal vez porque se trataba de alguien a quien la potencial víctima conocía. El arma que llevaba era pequeña y tuvo que acercarse para no errar. El disparo sonó como un portazo en la noche silenciosa, un sonido breve y seco que el durmiente no pudo oír. Pero esta vez no tuvo suerte: la bala atravesó el cerebro y le borró todos los sueños en un instante.

El equipo de policía científica nunca pudo descifrar el enigma de los otros dos proyectiles que habían impactado fuera del cuerpo, uno en la mesa de luz y el otro en la almohada de la víctima.

sábado, 7 de febrero de 2009

Aventuras que sueño

Entro en las casas de gente desconocida. Lo hago por la noche, cuando imagino que están todos adentro. Recorro los jardines de atrás sin que nadie me descubra, tratando de ver a cierta distancia cómo son los interiores. Algunos, iluminados por un color cálido y suave que hace brillar los pisos de madera clara, me parecen más vastos y abiertos que el exterior oscuro que los envuelve. Y más vacíos también, a pesar de las siluetas móviles que se deslizan entre los muebles, estirando un mantel, arrimando sillas, pasando las manos ahuecadas a sólo centímetros de los objetos que los rodean, como para asegurarse de que el halo invisible que emanan les pertenece tanto como los objetos mismos. A veces me desoriento, y no sé por dónde salir. Después de un breve momento de pánico, descubro una puerta de reja entreabierta. Cuando estoy por atravesarla me doy cuenta de que el dueño de casa ha salido, tal vez a fumar, y está ahí, del lado de afuera de esa puerta. Paso con total naturalidad y digo “Buenas noches”. “Buenas” me contesta, sin hacer ningún esfuerzo por detenerme mientras cruzo la calle y me alejo por la vereda de enfrente, como si le pareciera grosero preguntarme quién soy.

martes, 3 de febrero de 2009

Fragmentos

Apoyó sobre la hierba la vida que le quedaba. No era demasiada, y tampoco parecía dispuesta a quedarse por mucho rato. Se recostó de espaldas, sintiendo que la frescura de todo el planeta le absorbía los últimos resabios de oscuridad. Ya casi no pensaba, descubrió con una sensación de triunfo. Cuando se lo contara a… La frase le quedó en suspenso en la cabeza, una expresión ya sin ningún sentido, palabras que no comprendía del todo. Unas voces lejanas parecían tenderle trampas, pero ni siquiera consiguieron provocarle inquietud. Las últimas energías se escurrieron hacia los cuatro puntos cardinales, buscando la tierra. Allí se calentaron, se reunieron y entraron en ebullición, formando remolinos ascendentes que escapaban por los poros del suelo, procurando salir, volver a la fuente primordial. Algo fuerte le golpeó el pecho desde el interior como una explosión de viento estival; la espalda se le arqueó en una convulsión apenas perceptible. La vida había vuelto, y ya no había nada que pudiera hacerse.

lunes, 26 de enero de 2009

Expresión de deseos

Tengo la esperanza de que alguna vez va a volver a suceder. Ya ocurrió otras veces (no muchas) y a partir de eso viví como en trance durante un tiempo. Es algo que difícilmente aparezca cuando lo buscamos, como el enamoramiento. Eso sí: hay que tener una disposición especial. Hay que desearlo. Y de pronto, una idea toma la fuerza suficiente como para imponerse. La idea viene con un tono. Eso es crucial; las primeras frases tienen que sonar de esa manera, y de ninguna otra. Y las que siguen, y las que vendrán. Como el hilo mítico, algo nos va conduciendo por el laberinto. Todo lo demás es solamente eso: las paredes del laberinto. Tabiques que impiden la visión lateral, que podría distraernos, y nos dejan un estrecho paso para buscar la salida, dando vueltas, perdiéndonos gozosamente entre los recovecos, sufriendo cuando pasamos una y otra vez por el mismo sitio, anhelando. Sin saber cuándo vamos a salir, un norte que en ese momento importa muy poco, porque lo bueno está ahí, en el laberinto, en ese relato. Pueden aparecer personajes, lugares, hechos que nos sorprenden a nosotros mismos. Agradecemos al héroe o a la heroína esas lágrimas que se nos escapan en los momentos de intensidad emocional, cuando hemos decidido que la historia debe ser dramática con ganas. Releemos y corregimos aquí y allá. Pero siempre avanzando. Siempre escribiendo.

Léase

Convencido de la inutilidad de la escritura en un mundo en el que ya nadie leía, se le ocurrió una idea: proponer biografías escritas por él, cada una de las cuales se editaría en un único ejemplar para ser leído con mucho interés, a no dudarlo, al menos por una persona.

sábado, 24 de enero de 2009

Tu nombre tan temido

Estamos acostumbrados a asociar el cáncer con algo oculto, siniestro y oscuro que la mayoría de las veces no se deja ver a menos que lo iluminemos con los focos más potentes del arsenal científico y tecnológico. La misma palabra, cáncer, suena no sólo a mal presagio y condena, sino a enemigo con cara de monstruo agazapado entre las sombras. Pero ¿qué pasa cuando el cáncer está ahí, visible, palpable, en uno de nuestros miembros inferiores? Apenas una ondulación rosada sobre el muslo, pero totalmente expuesto. Tanto que podemos pasar el dedo y sentir la extrema suavidad de esa piel extraña, diferente. Algo que no deja lugar a dudas. Una nada de tamaño, pero cargado de sentido. Un centímetro cuadrado de piel que es capaz de requerir más atención que todo el resto del cuerpo. Y ni siquiera duele, solamente está ahí. Se llama epitelioma, y, dentro de los tipos de cáncer de piel, es el más inofensivo. Los médicos no se cansan de repetirme que me quede tranquila, que es superficial, que una vez extirpado sólo hay que ir a los controles y ya está. Cuidarse del sol todo el año, esas cosas. Nada para angustiarse. Pero la palabra.

miércoles, 21 de enero de 2009

Conversaciones de los ruiseñores a la hora del té

–¿Hay moros en la costa?
–No sé, no veo bien. No podaron los árboles, lo cual es una suerte, pero ahora no puedo ver si hay alguien merodeando por ahí. No tengo nada contra los humanos, pero que se queden allá abajo. No los quiero en mi casa.
–Claro, te dan miedo.
–No, me dan un poquito de asco.
–Confieso que a mí también. Cuando se juntan varios de ellos se me ponen las plumas de gallina. La forma como mueven los brazos y las piernas, el ruido que hacen.
–Debe ser algo ancestral. Después de todo, no se olviden de una cosa: ellos hace millones de años que están aquí.
–Sí, es verdad. Son indestructibles. ¡Puagh! Ni lo mencionemos.
–Estoy seguro de que nos van a sobrevivir. Ya se han probado todos los métodos, pero, no sé, es como si generaran cepas resistentes, viste.
–Sí, aunque haya una guerra nuclear. Van a desaparecer hasta las cucarachas, pero ellos van a seguir estando ahí.
–Ay, no sigas, se me está revolviendo el estómago.
–Sí, mejor hablemos de otra cosa.

martes, 20 de enero de 2009

Donación

Voy a entregarme para que puedan abrirme, explorarme, hurgarme, interrogarme, investigarme y analizarme como se hace con los cuerpos en la morgue. No tengo secretos ni quiero tenerlos, más allá de algún pecado de juventud. Y si tengo algún misterio, lo es para mí también. Ah, es así, dirán algunos. Muy bien. Otros fruncirán la nariz como si olieran algo desagradable. No puedo hacer nada contra eso. Muchos no podrán ver más allá del epitelio. Lo siento, tampoco puedo hacer nada al respecto. Sólo puedo exponerme, como lo he hecho hasta ahora, contradiciendo los consejos bienintencionados de gente amiga. No tengo por costumbre cerrarme. Es cierto, hay muchas cosas más que las que se ven en la superficie. Pero no es porque yo haga un esfuerzo especial por ocultarlas. Muchos signos se interpretarán de maneras diferentes, otros no significarán nada, otros querrán decir exactamente lo contrario. No he dicho que sería fácil. Pero pónganse en mi lugar por un momento, y verán que tampoco es sencillo lo que me propongo. Una última advertencia: no traten de cambiar nada. Todavía sigo viva.

domingo, 18 de enero de 2009

Tú también, estrógeno

La naturaleza atrasa. Proporciona a las mujeres el medio propicio para que los trámites relacionados con la reproducción sean apacibles y hagan deseable el acto fundante. Definido el acuerdo, velas y champagne mediante (o lo que sea), el hombre encuentra pocas resistencias en ese medio húmedo y suave que es una vagina naturalmente lubricada. Esta facilidad se repetirá cuantas veces sea deseada y aceptada por ambos a lo largo de ¿la vida? No. A lo largo de la edad fértil de la mujer. Una vez terminado el no demasiado extenso período en que una hembra humana puede ser fecundada, el equipo de mantenimiento microscópico que mantiene aceitados los motores se bate en retirada. Y a recurrir a la cultura, entonces. Es decir, a los medios artificiales, que nunca serán lo mismo.

Seguramente, las primeras generaciones (¿cientos de miles, millones?) de ejemplares humanos femeninos no sobrevivían a su edad de fertilidad. Sea como fuere que funcione de verdad la evolución, las características anatómicas y funcionales femeninas fueron seleccionadas teniendo en cuenta esta duración. Y los procesos evolutivos son lentos, vaya que lo son. Tanto, que nos vimos obligados a recurrir a la tecnología, y ése parece ser hoy el campo de la evolución. Tal vez, si el mundo dura el tiempo suficiente, se produzcan alguna vez los cambios genéticos que faciliten a los seres humanos el derecho al placer más allá de la descendencia, sin más vueltas; pero ahora, hoy, la naturaleza no es tan sabia como pensamos.