sábado, 22 de diciembre de 2012

El fin del mundo

El segundo día después del fin del mundo cantó una chicharra. El segundo día después del fin del mundo crujieron las tablas de casi todos los pisos de madera. El segundo día después del fin del mundo resbaló el señalador en la página del libro olvidado a medio leer. El segundo día después del fin del mundo, las panaderías empezaron a atender a la hora acostumbrada. El segundo día después del fin del mundo maduraron los damascos y se abrieron los jazmines. El segundo día después del fin del mundo, al chico de la casa de al lado se le escapó la pelota al patio de la vecina. El segundo día después del fin del mundo se llenaron de gente los andenes de todas las estaciones de tren a la hora pico. El segundo día después del fin del mundo hubo una pelea callejera entre un peatón y un ciclista. El segundo día después del fin del mundo se encendieron las radios para escuchar las noticias y los televisores para ver la temperatura. El segundo día del fin del mundo se pareció muchísimo a cualquier otro día antes de que terminara el mundo.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Alternancia

El teclado de mi computadora huele a ajo y, a veces, a rúcula y a cebolla. Puede pasar que, en el medio de la preparación de una comida, se me ocurra la continuación de un cuento; y la urgencia por escribirlo antes de que la idea se esfume es tan grande que apenas tengo tiempo de secarme las manos con un repasador. También suele suceder que, en medio de la escritura, me dé hambre; por lo general, cuando eso me ocurre, viene acompañado por el deseo de algo en particular, muchas veces de alguna preparación rápida, que requiere pelar ajos o cebollas, o picar aceitunas o rúcula. Así que, con la seguridad de que puedo volver a este puerto en cualquier momento, abandono la escritura y me interno en los olores de la cocina, y los dedos se me impregnan de aromas deseables. Es una buena manera de cocinar. O de escribir, que es casi lo mismo.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El arte de resignarse

Reconozco que nunca hice un curso del Arte de vivir, así que todo lo que diga está basado en lo que vienen diciendo todos estos días en la radio y en la televisión. No pongo en duda los beneficios de respirar bien (tampoco pagaría para aprender), pero me llama la atención una frase del gurú, que se traduce en castellano como “si sucede, conviene”. O yo estoy un poco lela, o me afectó el tiempo (el del clima y el del reloj), o eso es una invitación a algo tan conocido como la resignación. Es el destino, decían antes los viejos y los no tan viejos.

Con solo haber estudiado historia universal en la escuela secundaria, cualquiera conoce algo del viejo sistema de castas de la India. No puede haber una filosofía más reaccionaria. Tenés que quedarte en la casta en la que naciste, aunque seas el pordiosero más despreciable del mundo. Y encima, te tiene que gustar. Si sucede, conviene. Y si tuviste la suerte de ser uno de los elegidos que fue procreado en alguna de las castas más altas, vivilo con felicidad y ojo con sentir culpa. Si sucede, conviene.

Si tus hijos son víctimas de los que venden paco en las villas y viven entrando y saliendo de la cárcel, si tienen diecisiete años y la salud de un octogenario, si te aumentaron el pasaje de subte y tenés que tomar cuatro colectivos para ir a trabajar, si estás internado en el Borda y te quieren sacar el taller protegido para hacer un negocio inmobiliario, resignate. Si sucede, conviene.

Por algo será, dijo una señora cuando el cronista le preguntó en la calle qué le parecería propinarle esta frase, por ejemplo, a un amigo que tiene cáncer. La transmigración de las almas sostiene que, si uno fue un ser despreciable en una vida anterior, se reencarnará en un desgraciado. Se lo tiene merecido. O sea: si sos un minusválido, es por tu culpa; aceptalo y viví feliz. Siempre y cuando puedas pagar un curso del Arte de vivir.

No cabe dudas sobre a quiénes tuvieron que convencer primero estos “gurúes”: a sí mismos. Tuvieron que convencerse de que merecían tener una buena vida, viajar, contar con miles de adeptos que trabajan gratis para ellos en todo el mundo, hacer negocios suculentos con gobernantes y empresarios, y todo eso, mostrando todo el tiempo una sonrisa imbatible ante cualquier circunstancia, no importa cuántas injusticias se les pongan delante de las narices. Porque frente a la injusticia, muchos eligen actuar, hacer algo para cambiar las cosas; y eso es política. Pero estos “maestros”, no: ellos quieren dejar todo así como está, y eso también es política. De acá a la India.

El Arte de vivir enseña a respirar bien, pero al mismo tiempo enseña a resignarse. ¿No suena a viejas recomendaciones de la iglesia?

Me parece bien no enroscarse todo el tiempo en posibles males futuros, me parece bien vivir el presente y disfrutarlo; pero sin perder de vista los proyectos, los ideales, la lucha por un mundo más justo y equitativo. Eso significa conflicto, obstáculos a vencer, pelea, cuestionar el individualismo.

Si tenés una buena vida, privilegios y comodidades, el santón que se llama a sí mismo Sri Sri te ayuda a sentir que te lo merecés, aunque para conseguir todo eso hayas dejado a unos cuantos al costado del camino. Si, en cambio, sos uno de esos que quedaron ahí tirados y no podés levantar cabeza, no hagas nada más que esto: respirá profundo, relajate y gozá.


jueves, 23 de agosto de 2012

Puntualidad

A ver si se entiende de una vez: puntual y puntualmente no son sinónimos de concreto, específico o particular. Puntual quiere decir “a tiempo”. Algo sucede puntualmente cuando se produce en el momento esperado. Alguien es puntual cuando aparece a la hora pactada.

Un hecho aislado es un hecho aislado, no un hecho puntual. Un caso concreto es un caso concreto, no un caso puntual. Específico es específico, no puntual. Particularmente no es puntualmente.

No sé de dónde salió esta moda, pero cada vez hay más locutores, políticos, actores y todo tipo de “comunicadores” que, apenas tienen un micrófono delante, usan palabras equivocadas con una frecuencia pasmosa, y están enseñándole a más de una generación a hablar mal. Es como si tuvieran un vocabulario tan limitado que mientras hablan van buscando la palabra comodín, y siempre, siempre, tropiezan con estas dos; y ahí se mandan. Puntual, puntualmente.

jueves, 16 de agosto de 2012

Enumeración

No pongo en duda los pájaros, las lupas, las pesadillas, la belleza de un fado, el olor de la muerte, la fuerza de los ríos, el sabor de la pimienta, la música de las palabras, el papel, la tibieza del líquido amniótico, las cenizas, el color azul, las voces amigas, los trenes, el polvo de las bibliotecas, el dolor, la oscuridad luminosa del cine, la risa involuntaria, las canas, el balanceo de las hamacas, el llanto de los perros abandonados, el mareo del vino, la caída de las hojas, la arena, la vergüenza, el abuso de la geometría, la puntualidad del verano, el aburrimiento, los fósiles, las heridas, el eco de los precipicios, la espera, el encandilamiento del sol, la soledad de la palabra asilo, el ocio, la lealtad de las agujas de tejer, el exilio, los abrazos, la limitación de las ventanas, el ocaso del lenguaje, la tenacidad de los puentes, la entropía, el calor de los aquelarres, la gracia de los lápices, la tristeza de las campanas, la memoria de las abejas, el frío, la solemnidad de las paredes, el olvido, la electricidad de una caricia, la gratitud, las espinas, las cadenas rotas, los manteles doblados, el aire espeso, la lluvia interminable, las sillas vacías.

Por todo lo demás, no pongo las manos en el fuego.

viernes, 13 de julio de 2012

Otro sueño

–Epinefrina –dijo el médico. Sí, claro, pensé yo. Que me inyecte lo antes posible. Me costaba respirar; lo hacía con la boca abierta, y podía escuchar mis propios ronquidos a través del sueño. El médico abrió una vitrina y sacó una ampolla. Vamos, pronto, pensé o dije, o ambas cosas. Pero él no se decidía. Magia, pensaba yo, que haga magia. Quiero respirar bien. Entonces me di vuelta sobre el costado, o cerré la boca, y la dificultad empezó a ceder. Sin embargo, yo seguía deseando esa inyección. El médico esperaba; era evidente que se había dado cuenta de que yo respiraba mejor, y no había modo de ocultárselo. De alguna manera entendió mi deseo oculto, porque se sintió obligado a explicar. Que era como tomar algo para dormir, dijo. Qué bien, pensé yo, completamente ignorante de que una inyección de epinefrina es como una dosis extra de adrenalina. Eso, quiero eso: magia. Pero no hubo caso; el médico no se dejó convencer, y yo me quedé sin mi epinefrina por el resto del sueño, y de la noche.

jueves, 12 de julio de 2012

Ataque

La mujer está sentada en el suelo y tiene la pierna izquierda estirada, casi apuntando hacia mí. Todo es falso, inventado; no hay dudas, es un sueño. Me burlo de la mujer sentada con una risa maligna que no alcanza a salir de la garganta porque estoy en una fase de parálisis del sueño. Le hablo sin voz, segura de que igual me entiende. Ustedes no existen, les digo a ella y a quien pudiera escuchar. Me ensaño, no puedo parar de provocar. Esta pierna es mía, le lanzo a la cara señalando esa pierna extendida. Me embarga un sentimiento de triunfo que me transforma en una persona audaz y agresiva. Un estado de éxtasis diabólico parece dominarme, me hace actuar como lo que no soy, sin medir las consecuencias de mi maldad. De repente empiezo a sentir que estoy cometiendo una imprudencia. Una idea insidiosa empieza a socavar mi sensación de poder: el sueño al que estoy atacando podría querer vengarse. Compruebo enseguida que no hay que darle ideas al enemigo: casi instantáneamente, el sueño me ataca. Miles de púas parecen tratar de clavarse en mis piernas. Me pinchan: tengo miedo. Grito sin voz; algo me oprime el pie derecho. Me duele. Me despierto y me libero de la bolsa de agua caliente que me pesaba en los pies. Se declara la amnistía.

viernes, 9 de marzo de 2012

Macri necesita un Esopo

Cuentan que Esopo, esclavo de un tal Janto, era muy astuto e inteligente. Un día, Janto se emborrachó y declaró, muy suelto de cuerpo, que era capaz de beber toda el agua del mar. Para darle más seriedad a su promesa, apostó su casa y dejó un anillo como prenda. Al día siguiente no se acordaba nada de lo que había hecho, pero notó que le faltaba el anillo; le preguntó a Esopo si sabía dónde estaba, y Esopo le contó lo que había pasado. Desesperado, Janto le pidió ayuda. Llegó el momento de cumplir la apuesta, y allá fueron Janto y su esclavo. Montaron a la orilla del mar una mesa y pusieron sobre ella una gran cantidad de vasos y recipientes; la multitud esperaba con mucha intriga. Entonces, Janto les dijo a todos, por consejo de Esopo, que él sería capaz de beberse toda el agua del mar, pero sólo la del mar y ninguna otra; así que necesitaba que detuvieran el curso de los ríos que en él desembocaban, para que no se mezclaran las aguas. Todos lo aplaudieron, y Janto salió airoso de semejante bochorno.

Macri es como Janto, aunque no es lo mismo prometer atragantarse con toda el agua del mar que manejar el transporte subterráneo. Después de haber prometido obras grandiosas y kilómetros de subte, él y todos sus funcionarios están diciendo, por estos días, que sí, que la Ciudad se haría cargo, pero que el gobierno nacional debe proveerle todos los recursos, los subsidios, los vagones nuevos y la mar en coche, valga la metáfora.

Al escuchar esas endebles excusas, pienso que a Macri le vendría bien contar con Esopo. Así, por lo menos, podríamos reírnos un poco.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Calendario bisiesto

Hace poco más de cuatro años, Eduardo Abel Gimenez me dijo: tenés que tener un blog. Y acepté con gusto. Experto en estas cuestiones, Eduardo se ofreció para armarme el blog y dejármelo listo para usar. Eso ocurrió hace exactamente cuatro años, un 29 de febrero. Apenas lo inauguré, me di cuenta de que el aniversario de este blog iba a ocurrir solamente en los años bisiestos; y este es el primero. Feliz cumpleaños, Gato.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Improbabilidad de la autoayuda

¿Nos sirve la experiencia de los demás? No me refiero a las advertencias que recibimos desde temprano, como cuando nos dicen que no toquemos un enchufe, o una silla recién pintada, o que esperemos la luz verde para cruzar. No es necesario poner los dedos en el tomacorriente para entender que allí habrá una descarga eléctrica dolorosa que pondrá nuestra vida en peligro. Hablo más bien de las cosas que hemos aprendido a valorar a lo largo de la vida, una vez que hemos llegado a cierta edad.

Cuando veo en la calle, por ejemplo, a una persona joven fumando, me gustaría pedirle que no lo haga. No porque yo haya sido fumadora; nunca encontré placer en un cigarrillo, a pesar de que fui tentada muchas veces en mi adolescencia: hubo quien llegó a decirme que “me quedaba bien”. Pero he llegado a una etapa en la que veo los estragos que hace este hábito en muchas personas queridas. Sin embargo, estoy segura de que nadie me haría caso.

Cuando se es joven, no se piensa en la edad madura. Todo lo contrario: alejamos de inmediato, como a un huésped indeseado, cualquier germen de la idea de que alguna vez llegaremos a esa edad. Cuando yo era chica calculé cuántos años tendría al cambiar el siglo, y eso bastó para que dejara de entusiasmarme la idea de estar viva en ese momento: sería espantosamente vieja. Estamos ya en la segunda década de ese siglo, y todavía no soy vieja.

A los jóvenes no les interesa pensar en ese futuro lejano, y tienen razón. Es una idea aguafiestas. Ellos no saben que querrán seguir aprovechando la vida, que les gustará sentir el aire fresco por la mañana, que tendrán ganas de reírse (claro que no con tanta frecuencia como a los veinte), que disfrutarán de ir al cine, leer un libro o saborear un bocado acompañado de una cerveza o una copa de vino al anochecer. ¿Cómo se hace, entonces, para prevenirlos de aquellas cosas que pueden hacerles daño a largo plazo, como en el caso del cigarrillo?

Tal vez habría que decirles que, si dejan de fumar, se sentirán mejores dentro de un par de meses. ¿Nos creerían? Es muy poco probable.

miércoles, 11 de enero de 2012

Lorenzo Cooke

Ta es un avión. Aunque también puede ser un pájaro, la luz o el ventilador de techo. Hay ligeras variantes, no en en el modo de pronunciarlo sino en la elevación de la mano siguiendo la dirección de la mirada, con la palma hacia arriba para sostener semejante afirmación. Es preciso tener en cuenta que esos dedos tienen, hasta ahora, solamente diez meses de vida.

Es seguro que, con el correr del tiempo, esta palabra perderá la pureza inicial y se transformará en “ahí está” o algo por el estilo.

Bababá o papapá es papa, o cualquier otro comestible.

En cambio, mamamamamá quiere decir, claramente, teta.

martes, 10 de enero de 2012

Cataclismo

Busco la sombra. Cambio de vereda todo el tiempo, cruzando la calle a sol abierto. Como los navegantes que ciñen la vela para poner a su favor el viento opuesto, voy en diagonal, tocando los puntos del rosario formado por las sombras que aparecen, aleatorias, de uno y otro lado de la franja de asfalto por la que no pasa ninguna bicicleta.

Me bautizo echándome en la cabeza chorros de agua de una botella. Sin darme cuenta murmuro algo parecido a una oración. No quiero morir, pero las andanadas de calor me han estado amenazando durante todo el trayecto. No miro el sol, y sin embargo estoy segura de que está mucho más próximo. Ha estado acercándose por la noche, cuando no podíamos verlo. Sé que es así, y ninguna verdad científica me convencerá de lo contrario.

Consigo llegar: no abro las ventanas, trato de conjurar la oscuridad. El aire está espeso como si fuera a explotar. El sol ya ha explotado. Ahora no veo el reflejo; es mejor así, cerrar los ojos, no enterarse, hacer como si no estuviera ahí.

En el medio de la habitación me pongo de rodillas, junto las palmas de las manos, me inclino con respeto y le doy las gracias al santo que inventó el aire acondicionado.