lunes, 26 de enero de 2009

Expresión de deseos

Tengo la esperanza de que alguna vez va a volver a suceder. Ya ocurrió otras veces (no muchas) y a partir de eso viví como en trance durante un tiempo. Es algo que difícilmente aparezca cuando lo buscamos, como el enamoramiento. Eso sí: hay que tener una disposición especial. Hay que desearlo. Y de pronto, una idea toma la fuerza suficiente como para imponerse. La idea viene con un tono. Eso es crucial; las primeras frases tienen que sonar de esa manera, y de ninguna otra. Y las que siguen, y las que vendrán. Como el hilo mítico, algo nos va conduciendo por el laberinto. Todo lo demás es solamente eso: las paredes del laberinto. Tabiques que impiden la visión lateral, que podría distraernos, y nos dejan un estrecho paso para buscar la salida, dando vueltas, perdiéndonos gozosamente entre los recovecos, sufriendo cuando pasamos una y otra vez por el mismo sitio, anhelando. Sin saber cuándo vamos a salir, un norte que en ese momento importa muy poco, porque lo bueno está ahí, en el laberinto, en ese relato. Pueden aparecer personajes, lugares, hechos que nos sorprenden a nosotros mismos. Agradecemos al héroe o a la heroína esas lágrimas que se nos escapan en los momentos de intensidad emocional, cuando hemos decidido que la historia debe ser dramática con ganas. Releemos y corregimos aquí y allá. Pero siempre avanzando. Siempre escribiendo.

Léase

Convencido de la inutilidad de la escritura en un mundo en el que ya nadie leía, se le ocurrió una idea: proponer biografías escritas por él, cada una de las cuales se editaría en un único ejemplar para ser leído con mucho interés, a no dudarlo, al menos por una persona.

sábado, 24 de enero de 2009

Tu nombre tan temido

Estamos acostumbrados a asociar el cáncer con algo oculto, siniestro y oscuro que la mayoría de las veces no se deja ver a menos que lo iluminemos con los focos más potentes del arsenal científico y tecnológico. La misma palabra, cáncer, suena no sólo a mal presagio y condena, sino a enemigo con cara de monstruo agazapado entre las sombras. Pero ¿qué pasa cuando el cáncer está ahí, visible, palpable, en uno de nuestros miembros inferiores? Apenas una ondulación rosada sobre el muslo, pero totalmente expuesto. Tanto que podemos pasar el dedo y sentir la extrema suavidad de esa piel extraña, diferente. Algo que no deja lugar a dudas. Una nada de tamaño, pero cargado de sentido. Un centímetro cuadrado de piel que es capaz de requerir más atención que todo el resto del cuerpo. Y ni siquiera duele, solamente está ahí. Se llama epitelioma, y, dentro de los tipos de cáncer de piel, es el más inofensivo. Los médicos no se cansan de repetirme que me quede tranquila, que es superficial, que una vez extirpado sólo hay que ir a los controles y ya está. Cuidarse del sol todo el año, esas cosas. Nada para angustiarse. Pero la palabra.

miércoles, 21 de enero de 2009

Conversaciones de los ruiseñores a la hora del té

–¿Hay moros en la costa?
–No sé, no veo bien. No podaron los árboles, lo cual es una suerte, pero ahora no puedo ver si hay alguien merodeando por ahí. No tengo nada contra los humanos, pero que se queden allá abajo. No los quiero en mi casa.
–Claro, te dan miedo.
–No, me dan un poquito de asco.
–Confieso que a mí también. Cuando se juntan varios de ellos se me ponen las plumas de gallina. La forma como mueven los brazos y las piernas, el ruido que hacen.
–Debe ser algo ancestral. Después de todo, no se olviden de una cosa: ellos hace millones de años que están aquí.
–Sí, es verdad. Son indestructibles. ¡Puagh! Ni lo mencionemos.
–Estoy seguro de que nos van a sobrevivir. Ya se han probado todos los métodos, pero, no sé, es como si generaran cepas resistentes, viste.
–Sí, aunque haya una guerra nuclear. Van a desaparecer hasta las cucarachas, pero ellos van a seguir estando ahí.
–Ay, no sigas, se me está revolviendo el estómago.
–Sí, mejor hablemos de otra cosa.

martes, 20 de enero de 2009

Donación

Voy a entregarme para que puedan abrirme, explorarme, hurgarme, interrogarme, investigarme y analizarme como se hace con los cuerpos en la morgue. No tengo secretos ni quiero tenerlos, más allá de algún pecado de juventud. Y si tengo algún misterio, lo es para mí también. Ah, es así, dirán algunos. Muy bien. Otros fruncirán la nariz como si olieran algo desagradable. No puedo hacer nada contra eso. Muchos no podrán ver más allá del epitelio. Lo siento, tampoco puedo hacer nada al respecto. Sólo puedo exponerme, como lo he hecho hasta ahora, contradiciendo los consejos bienintencionados de gente amiga. No tengo por costumbre cerrarme. Es cierto, hay muchas cosas más que las que se ven en la superficie. Pero no es porque yo haga un esfuerzo especial por ocultarlas. Muchos signos se interpretarán de maneras diferentes, otros no significarán nada, otros querrán decir exactamente lo contrario. No he dicho que sería fácil. Pero pónganse en mi lugar por un momento, y verán que tampoco es sencillo lo que me propongo. Una última advertencia: no traten de cambiar nada. Todavía sigo viva.

domingo, 18 de enero de 2009

Tú también, estrógeno

La naturaleza atrasa. Proporciona a las mujeres el medio propicio para que los trámites relacionados con la reproducción sean apacibles y hagan deseable el acto fundante. Definido el acuerdo, velas y champagne mediante (o lo que sea), el hombre encuentra pocas resistencias en ese medio húmedo y suave que es una vagina naturalmente lubricada. Esta facilidad se repetirá cuantas veces sea deseada y aceptada por ambos a lo largo de ¿la vida? No. A lo largo de la edad fértil de la mujer. Una vez terminado el no demasiado extenso período en que una hembra humana puede ser fecundada, el equipo de mantenimiento microscópico que mantiene aceitados los motores se bate en retirada. Y a recurrir a la cultura, entonces. Es decir, a los medios artificiales, que nunca serán lo mismo.

Seguramente, las primeras generaciones (¿cientos de miles, millones?) de ejemplares humanos femeninos no sobrevivían a su edad de fertilidad. Sea como fuere que funcione de verdad la evolución, las características anatómicas y funcionales femeninas fueron seleccionadas teniendo en cuenta esta duración. Y los procesos evolutivos son lentos, vaya que lo son. Tanto, que nos vimos obligados a recurrir a la tecnología, y ése parece ser hoy el campo de la evolución. Tal vez, si el mundo dura el tiempo suficiente, se produzcan alguna vez los cambios genéticos que faciliten a los seres humanos el derecho al placer más allá de la descendencia, sin más vueltas; pero ahora, hoy, la naturaleza no es tan sabia como pensamos.

jueves, 15 de enero de 2009

Simiente

Tomó un puñado de letras y las echó en su delantal de labranza. La tierra estaba esponjosa, y el sol que rebotaba en los surcos le hacía olas en la cabeza. Se agachó para tocarla, pero más que nada para olerla. Tenía el olor de lo desconocido. Se enderezó, aspiró hondo y empezó a caminar entre esas hileras de tierra labrada, como ínfimas cadenas montañosas simétricas hasta la náusea. Con una mano sostenía el borde del delantal, con la otra iba tomando las letras para arrojarlas al voleo con toda la soltura que le era posible. Por momentos sentía pena por las letras; seguramente se las comerían las aves, confundiéndolas con vaya a saberse qué cosas. Pero lo guiaba un pensamiento, casi una certeza: algunas conseguirían quedarse un tiempo en la oscuridad amable del suelo, y entonces brotaría algo de ellas. Y por fin, con el tiempo, hasta podrían servir de alimento.

Póngase la letra que corresponda

A veces, la palabra desgano se parece a desgarro por motivos mucho más poderosos que un sonido similar.

El todo por las partes

Jugamos con Lucía (cinco años) a adivinar animales.
Lucía: –¿Tiene plumas?
Yo: –Sí.
Lucía: –¿Vuela?
Yo: –Sí.
Lucía: –Eeeeh... dame una ayudita.
Yo: –Es verde.
Lucía: –¡La mosca!

Por si le sirve a alguien

Quiero compartir un descubrimiento: a algunas personas, la baja presión atmosférica nos hace muy, pero muy mal. Muchas veces había oído por allí “debe haber baja presión, tengo un poco de decaimiento”. Pues bien: lo mío no es un poco de decaimiento, es que me siento verdaderamente enferma cada vez que hay baja presión. Enferma, como si tuviera un virus, sin fuerzas, sin ganas de nada más que estar acostada. Me estoy tomando la molestia de consultar el Servicio Meteorológico Nacional cada vez que esto me ocurre, y oh casualidad, la presión está baja en ese momento. Y no es que me sienta mejor por saberlo, pero al menos aleja unos cuantos fantasmas, incluidos los de la depresión, que no existen pero que los hay, los hay. Así que me lo tomo de la manera más deportiva posible, hago lo que puedo y espero que el clima tome un rumbo más propicio. Buenas tardes.

domingo, 11 de enero de 2009

No lo tome a mal

Cuando usted lo crea conveniente, es un decir, no vaya a pensar que lo mío es una orden perentoria, pero en fin, la película ya ha terminado, todos comienzan a levantarse de las butacas y quieren salir, así que, si no es para usted demasiada molestia, le juro que nunca me he encontrado antes en una situación semejante, en una condición diríamos bochornosa para ambos, porque estoy seguro de que lo será también para usted cuando caiga en la cuenta, digo, que me gustaría, en fin, cuando usted lo considere apropiado, y sin ofensas, quisiera que me devuelva mi zapato.

Agua salada

Hallada la forma de atravesar los océanos, los límites fueron borrándose y la curva del horizonte se hizo más cercana. Pronto las rutas de agua perdieron sus secretos, y los navegantes empezaron a buscar nuevos cantos de sirena. Hallada la forma de eludir a las sirenas y llegar a buen puerto, los navegantes se lanzaron a la conquista de nuevas tierras para, desde allí, impulsarse hacia el espacio. Hallada la forma de atravesar el espacio, los navegantes se regocijaron ante la idea de encontrar, en planetas cada vez más lejanos, otros canales y otros mares, con más y mejores misterios.

Climas

Sin ver muy bien lo que hacía, Gregorio apuntó hacia el televisor con el control remoto del aire acondicionado y pulsó el botón de la temperatura hasta bajarla en dos grados. El canal en el que estaba sintonizado ponía siempre películas sentimentales y empalagosas, y ésta no era ninguna excepción. El protagonista, James, era un hombre trabajador y sufrido, padre de varios hijos que lo esperaban todas las tardes para compartir agotadoras sesiones de juego con él. Por supuesto, jamás se negaba. En el momento de accionar el control, James sonreía en cuatro patas con la menor de sus hijas sobre la espalda. A Gregorio le pareció que algo cambiaba en la expresión de ese rostro, como si la sonrisa hubiera perdido algo de la dulzura anterior. El volumen estaba un poco alto. Distraído, volvió a usar el control equivocado y la pantallita marcó una temperatura de veintidós grados. En la película, la familia estaba reunida alrededor de la mesa, cenando. Gregorio notó una diferencia en la voz de James, algo como un endurecimiento. El tono era distante; las respuestas, casi circunstanciales.
–Esta mañana operaron al hijito de la señora Murray, quién sabe si volverá a caminar –dijo, apenada, su mujer.
–Ahá –contestó James. Y siguió comiendo como si nada.
Sólo por ver qué pasaba, Gregorio apuntó una vez más hacia la pantalla con el control de temperatura, pero esta vez la aumentó en cuatro grados.
–¡Oh, no! –dijo esta vez James con voz desgarradora, luego de entender cabalmente lo que su mujer le contaba acerca del hijo tullido de su vecina. –¡No el pequeño Tim, no, pobrecito! ¡Dios mío, ayúdalo!– decía, mientras las lágrimas corrían por la cara bronceada. Y cosas por el estilo.
Gregorio opinó que ya era suficiente. Decidido, apuntó por cuarta vez y dejó la temperatura del televisor en dieciocho grados. Así aprenderían.

viernes, 9 de enero de 2009

Somos todos Hércules

Siempre admiré a las personas que se ganan la vida haciendo tareas en cuya realización se involucran diversos músculos del cuerpo, en especial las manos. La concentración, la habilidad que a veces se transmuta en sabiduría, las horas de entrenamiento para dominar las técnicas, el esfuerzo para conseguir un resultado satisfactorio. El cansancio y, supongo que a veces, el tedio.

Yo, en cambio, tengo que permanecer sentada tratando de combinar palabras de la mejor manera posible, para diversos propósitos, algunos de los cuales tienen que ver con el sustento y otros con una necesidad vital que no sé muy bien de dónde viene. Mi entrenamiento principal es la lectura, algo placentero de por sí. Un alimento para el que siempre tengo hambre.

Muchas veces, sin embargo, me impongo tareas diferentes. Pintar muebles, por ejemplo. Ir a la pinturería, averiguar qué producto me conviene, comprar todos los elementos. Pasar la lija o la espátula, dar una mano de pintura, esperar que se seque, dar otra mano. Usar aguarrás para que el pincel no quede duro, poner papel debajo del mueble para no ensuciar el piso. Ponerme guantes para evitar las costras de pintura al menos en las manos, algo que casi nunca consigo. Y descubro que es cansador, pero bellísimo. Y más fácil que muchas de las cosas que hago habitualmente. Las superficies a pintar están ahí, la pintura está en el tarro, basta con tomar la decisión y empezar.

Ojalá pudiera encarar con la misma soltura ese monstruo en el que suele encarnarse, la mayoría de las veces, su graciosa majestad la página en blanco.