domingo, 18 de enero de 2009

Tú también, estrógeno

La naturaleza atrasa. Proporciona a las mujeres el medio propicio para que los trámites relacionados con la reproducción sean apacibles y hagan deseable el acto fundante. Definido el acuerdo, velas y champagne mediante (o lo que sea), el hombre encuentra pocas resistencias en ese medio húmedo y suave que es una vagina naturalmente lubricada. Esta facilidad se repetirá cuantas veces sea deseada y aceptada por ambos a lo largo de ¿la vida? No. A lo largo de la edad fértil de la mujer. Una vez terminado el no demasiado extenso período en que una hembra humana puede ser fecundada, el equipo de mantenimiento microscópico que mantiene aceitados los motores se bate en retirada. Y a recurrir a la cultura, entonces. Es decir, a los medios artificiales, que nunca serán lo mismo.

Seguramente, las primeras generaciones (¿cientos de miles, millones?) de ejemplares humanos femeninos no sobrevivían a su edad de fertilidad. Sea como fuere que funcione de verdad la evolución, las características anatómicas y funcionales femeninas fueron seleccionadas teniendo en cuenta esta duración. Y los procesos evolutivos son lentos, vaya que lo son. Tanto, que nos vimos obligados a recurrir a la tecnología, y ése parece ser hoy el campo de la evolución. Tal vez, si el mundo dura el tiempo suficiente, se produzcan alguna vez los cambios genéticos que faciliten a los seres humanos el derecho al placer más allá de la descendencia, sin más vueltas; pero ahora, hoy, la naturaleza no es tan sabia como pensamos.

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