miércoles, 29 de octubre de 2008

Todo sea para bien

No se ponga nerviosa, me dice el albañil. Ya hace quince días que le pedí un presupuesto. Ilusa de mí, pensaba que a más tardar a los dos días estarían trabajando; pero no. Me siento una invasora sin lugar propio para vivir desde hace más de tres meses, ahora tengo las llaves de mi casa pero no puedo mudarme hasta que no estén avanzadas las reformas, y él me dice que no me ponga nerviosa. Con su tono más simpático, me lo dice. Y ni siquiera me puedo enojar, a ver si todavía me planta definitivamente. Cuando me pasa el presupuesto, casi me da un infarto. Consulto. No, es lo habitual, me dicen los que saben. Apruebo el presupuesto casi infartante. Al rato llamo al de los pisos de parquet, un viejo conocido. Por esas cosas de la confianza, se sabe. Nosotros hacemos de todo, me dice, también albañilería. No tengo idea de cuánto me cobraría, pero igual ya es tarde: arreglé con el albañil bonachón y sus secuaces para esa misma tarde. Por esas cosas de la confianza, claro. Y todavía me falta el presupuesto del pintor, y el del plomero, y el del electricista. Inmediatamente, se me aparece una imagen de mí misma con los ojos vendados y un par de esposas en las muñecas, los brazos adelante, totalmente entregada.

viernes, 24 de octubre de 2008

Invasores

–Subió por el desagüe –dijo Mike, al mismo tiempo que ponía una tapa en la boca abierta bajo la pileta de la cocina.

­–O, mejor dicho, subieron –dije yo. Había huellas (es una manera elegante de decirlo) de todos los tamaños en el piso de la cocina y dentro del mueble vacío, bajo la mesada. Me corrió un escalofrío cuando me sugirieron (Mike, el albañil, una amiga) que recogiera algunas de esas muestras y las llevara a la veterinaria, para saber de qué roedor se trataba. Me negué rotundamente. Lo único que me faltaba es llevar caca de rata en mi cartera.

No quedaba otra alternativa: comprar veneno. El desagüe, salida teórica según nuestra investigación improvisada, había sido tapado; pero nunca se sabe.

Nunca había comprado veneno para ratas. Lo había visto, vagamente, allá por mi lejana infancia, en el piso de cemento de la planta baja en la casa de la isla. Lo recordaba como unos gránulos rosados, de aspecto inocente. Hasta diría que apetitosos. Pero ir a comprarlo, enfrentarme con el vendedor y decirle “quiero veneno para ratas”, ya era otra cosa. Mucho policial negro, muchas malas películas sobre malas mujeres que malamente envenenan al marido, al amante y hasta a sus propios hijos. ¿Y si pensaban que estaba usando las ratas como excusa para perpetrar un crimen? ¿Y si se moría alguien –un vecino, por ejemplo– y había testigos en mi contra, los vendedores, algún cliente con memoria fotográfica? Claro que también había testigos a mi favor. El mismo albañil, sin ir más lejos.

El hecho es que fui a la ferretería, pedí el veneno para ratas y me lo dieron. Y ahora que lo pienso, me da mucha risa la cara de aburrimiento del vendedor mientras yo le daba montones de explicaciones innecesarias sobre lo que había pasado, y por qué necesitaba el veneno, y cómo lo iba a usar por si acaso, porque seguramente ya se habían ido, pero no se sabe, y por las dudas. Por las dudas, repitió él, con su mayor cortesía.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Malas compañías

Mientras vivía en el bosque, creía que tomar distancia de ese sitio sería suficiente para dejar atrás los fantasmas. Las ánimas santas, los muertos peregrinos, las brujas, las luces malas que aparecían de noche, especialmente cuando estaba solo. Los miedos vivían allí, sólo allí, donde debería sentirse seguro y protegido. Por eso se asomaba a la carretera, apenas un camino de tierra endurecida por el que pasaban, traqueteando, escasos coches polvorientos.

Un día, el destino lo puso en una de esas rutas, lo llevó en un barco oscuro como el vino a través del mar, lejos, muy lejos. Inabarcablemente lejos. Conoció el mundo, y el mundo lo conoció por sus hazañas. Creó universos. Hizo magia, una magia nueva e inextinguible. Y finalmente, descubrió que todas las tierras son la Tierra; porque los fantasmas del bosque seguían allí, donde quiera que él estuviese.

domingo, 12 de octubre de 2008

A quién querían engañar

Por más parches que le pongan, el capitalismo ha demostrado sobradamente que es irracional, y seguirá siéndolo. Está en su naturaleza: no puede ser racional, por definición, un sistema que no tiene en cuenta las necesidades del ser humano. De todos los seres humanos.

jueves, 9 de octubre de 2008

Comportamiento de los cables

Lo que más les intrigaba era la inutilidad de ese cable. Emergía abruptamente (emergía es un decir, en algún extremo había que situar el origen) por una esquina del cuarto de planchado y salía de allí recorriendo varias paredes por sobre el zócalo, bordeando las puertas, subiendo y bajando por pasillos y habitaciones hasta terminar en la pared de la cocina, donde se metía en un agujero calado en la pared a unos centímetros de la ventana. Un día, la punta del inicio del recorrido se desprendió, como si alguien tironeara del otro lado. De manera casi imperceptible, el cable empezó a desplazarse con movimientos sinuosos. Sólo acercándose mucho, quedándose quietos y en silencio, se podían ver las pequeñas eses que dibujaba, como una lombriz hipnotizada. Todo era muy lento, se diría que maravillosamente lento, pero a la vez continuo. Si alguien lo tocaba de cierta manera con la punta de los dedos, temblaba ligeramente y se quedaba quieto apenas una fracción de segundo, pero luego recomenzaba. A pesar de ser apenas visible, el temblor producía un sentimiento a medio camino entre la compasión y la ternura. De cualquier modo, fuera de estas observaciones -que al fin y al cabo parecían encerrar un grado importante de subjetividad- se podía notar el avance, más que nada, porque el tramo de pared que antes había ocupado la parte inicial del cable se hacía cada vez más largo. Un día llegaron a la conclusión de que por las noches avanzaba más rápido, y varias veces tuvieron la impresión de que los movimientos sinuosos y lentos que hacía de día tenían algo de provocativo. Al quinto día estaban divididos en dos grupos: el de los que lo miraban con simpatía, y pensaban que todo en él era honesto y genuino, y el de los que recelaban constantemente, achacándole toda clase de intenciones malvadas. Al décimo día desapareció por completo. Nunca supieron dónde había ido, pero todos por igual estaban muy resentidos con él. Después de todo, convengamos, no son maneras de comportarse.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Un paradigma ahí, por favor

¿Será cierto? ¿Llegaremos a ver a los habitantes del país más poderoso de la Tierra buscando tierras más promisorias fuera de los límites de su patria? ¿Guardarán su bandera de barras y estrellas en una valija y la llevarán hacia donde soplan mejores vientos para hacerla flamear? Tal como están las cosas, no sería extraño que, en un futuro cercano, asistamos al despliegue de una nueva corriente inmigratoria, la de los rubios de ojos celestes, abandonando con mirada atónita su amado suelo en busca de un nuevo lugar bajo el sol. Esta suposición es, seguramente, prematura y exagerada. Pero ya no resultan tan descabelladas las historias de desarraigo masivo de Ray Bradbury, plasmadas con visión candorosa y poética en sus Crónicas Marcianas.

martes, 7 de octubre de 2008

Exorcismo

Ese dolor en el costado, cerca de las vértebras lumbares, que se sostiene con la tozudez de una verdad absoluta. Ese dolor agudo, no fuerte, no insoportable, pero sí capaz de invadir los pensamientos más inocuos. Ese dolor adormecido, asustado, viejo, sordo, cerrado, altivo, tacaño, endurecido, inútil, gastado, obsesivo, impermeable, tozudo, que se impone con la fuerza de la necedad.

lunes, 6 de octubre de 2008

Tribalidad

El mechón de pelo le cae sobre un ojo. No sobre parte del ojo: sobre el ojo en su totalidad. Con ese ojo, no ve. De este modo dicen los emos (hasta donde yo sé, una tribu urbana de adolescentes o preadolescentes) que tratan de evitar la visión de la realidad, al menos de una mitad de la realidad. Algo así. Pero mirándolos caminar, viendo cómo se acomodan ese mechón subrepticiamente, con un gesto mecánico, como quien no le da importancia, se me ocurre que es otra cosa: un recurso ideal para esconderse y aislarse del mundo de los adultos. Donde creemos ver exhibicionismo, es todo lo contrario. Es el ocultamiento de la individualidad. No vemos a ese chico en particular, vemos a un emo. Al pertenecer a ese grupo, ha conseguido (eso cree) evitar momentáneamente el enfrentamiento con su propia y única identidad. El ingenio adolescente tiene una nueva cara en cada generación, aunque no pueda huir de sus designios.

domingo, 5 de octubre de 2008

Diferencias

Se miran con desconfianza. Se miden. Piensan qué estará haciendo ahí, apenas a unos pasos de la puerta de mi casa. Por qué se sentó a tomar mate en el cordón de la vereda. Está bien que es un lindo día de sol, pero, tomar mate en la vereda… Por qué me mira desde la ventana entreabierta, qué le pasa. Yo no le hago nada, sólo estoy aquí, tomando mate en la vereda, descansando, aprovechando que hay sol. Por las ventanas de mi casa entra un poco de sol, pero nada comparado a esta amplitud, a este aire que hay en la calle… Qué tendrá de lindo estar ahí afuera, no es cómodo, por qué no se va a su casa, algo estará tramando… Seguro que ahora sale y me dice algo, ah, pero me va a tener que oír, tengo todo el derecho del mundo a estar aquí, la calle es de todos, nadie puede echarme…
Si se conocieran, nada de esto tendría lugar. Se saludarían, sonreirían con simpatía, cada cual seguiría en lo suyo. Al mismo tiempo, un poco más allá, en la esquina, dos perros se olfatean, se miran, tratan de reconocerse. Se miden. Tal vez piensan, también.

viernes, 3 de octubre de 2008

Sólo cajas

Siempre iba quedando alguna caja sin abrir. Todas tenían etiquetas, pero las direcciones no eran siempre las mismas. Algunas decían Agustín Álvarez, otras decían Romina 5to. piso, otras PH. En muchos casos, la etiqueta había sido pegada encima de otra, de modo que si se sacaban de a una se podía seguir el itinerario de la caja, de un lugar a otro. Del piso diez al quince, del quince al tercero, del tercero a la planta baja. Además de las etiquetas, las cajas tenían inscripciones hechas con una fibra gruesa. Decían COCINA, o LIBROS, o ELEMENTOS DE ESCRITORIO. Pero todas ésas ya habían sido abiertas, y vaciadas, y plegadas en espera de que se las llevara algún cartonero. Las que quedaban, las que nadie se había decidido a desocupar, tenían otro tipo de inscripciones. En una que encontramos en el fondo de un ropero, decía CAMISAS PROBLEMÁTICAS. En otro armario, en el cajón más bajo, había una que decía LLAVES PERDIDAS. En el mismo armario, pero en un estante alto, se encontraba una con la inscripción FOTOS OLVIDADAS. El cuarto de planchado tenía varias de estas cajas sin abrir. Decían MATERIAL DESCARTABLE, MANZANAS DE LA DISCORDIA, ETAPAS SUPERADAS, DESPERDICIOS INTERESANTES, LUJOS INÚTILES. En el altillo había dos. En una decía SEMILLAS DE MALDAD. Pero la que más nos intrigaba, y sin embargo no nos atrevíamos a abrir todavía, era una que decía INSTRUMENTOS PARA INTERROGAR.