lunes, 22 de marzo de 2010

Temprano para luchar

A los seis años, Lucía ya está protagonizando luchas de género. Ella no lo sabe, y tampoco sus compañeritos, quienes, tal vez desconcertados por algunas señales, han iniciado una especie de hostigamiento que ella resiste, por ahora, con mucho coraje.

Lucía se niega a entrar en los estereotipos que se esperan para una nena. Ella no entiende por qué le tiene que gustar solamente jugar a la mamá o adorar a las princesas; y reclama su derecho a disfrutar del resto del mundo. No entiende por qué no puede decorar un cuaderno con Cenicienta y Campanita, y otro con Ben Diez (un héroe de historietas para varones).

Lucía no es para nada violenta, más bien todo lo contrario; pero tampoco es ñoña. Mira el mundo con ojos inteligentes desde el mismo momento de su nacimiento, cuando su mamá la tuvo frente a sí por primera vez y se estremeció por la firmeza de su mirada. Lucía nació y miró a su mamá a los ojos. Y algo debe haber visto en ellos, algo como una complicidad, un mensaje que iba más allá de las palabras, porque desde ese instante supo que tenía una aliada importante. Lucía tiene la suerte de tener la mamá que tiene.

Con el paso de los años, Lucía va a ser cada vez más interesante para sus amigos varones (no es que ahora no lo sea), y eso le valdrá el respeto de todos. Por ahora, le espera una larga lucha con una parte de la sociedad que trata de disciplinarla e imponerle una visión estática y simplificadora de los géneros, lo que no es sino una de las formas de la mediocridad.

jueves, 11 de marzo de 2010

Opiniones y verdades reveladas

Una opinión es una opinión. Ayer, hoy y siempre. En Atenas, en Chicago y en Venado Tuerto.

Una opinión es un pensamiento parcial, una toma de partido sobre uno o varios temas. Es subjetiva, aun cuando se nutra de grandes estudios y conocimientos. Una opinión no es una verdad: es una de tantas verdades posibles. O no es una verdad de ninguna manera.

En los últimos tiempos existe la tendencia a tomar ciertas opiniones como verdades absolutas. Esa transformación consigue resultados que encierran un riesgo importante, sobre todo porque no es inocente. Le sirve a determinado grupo de personas, especialmente las que detentan el poder económico. Que son quienes tienen, en consecuencia, la posibilidad de difundir estas verdades absolutas.

En función de esa capacidad –la de convertir opiniones en verdades y la de convencer a los desprevenidos, que son la mayoría, y también a ciertos aliados útiles– se transforma un procedimiento político válido en un escándalo, por ejemplo. O lo que es peor: en un delito.

Ayer, el Senado de la Nación Argentina transformó una opinión en una verdad revelada. La presidenta del Banco Central había actuado en contra de la opinión de los senadores opositores, y eso la transformó en delincuente.

Podemos estar o no de acuerdo en la rapidez con la que actuó Mercedes Marcó del Pont en darle curso al decreto sobre el uso de las reservas para el pago de la deuda, pero no podemos decir que cometió un delito. Que no nos guste no es motivo para echarla.

Mercedes Marcó del Pont no sólo explicó por qué lo suyo había sido actuar dentro de la ley, sino que hizo una defensa brillante de sus opiniones. Opiniones que, por supuesto, son opuestas a la de la mayoría actual en el Senado. Nadie le preguntó nada, nadie le dio oportunidad de rebatir la acusación. Hoy se aprestan a echarla, basados en opiniones que funcionan como verdades reveladas.

martes, 9 de marzo de 2010

La mejor y la peor de las cosas

El esclavo Esopo recibió de su amo Xanto la orden de ir al mercado a comprar lo mejor. Esopo volvió trayendo solamente lengua. “¿Esto es lo mejor?” preguntó Xanto. “Sin duda”, dijo Esopo, que no en vano era fabulista. “La lengua es el órgano de la verdad y la razón, y permite a los hombres entenderse entre ellos. La lengua nos une a todos. Sin la lengua no podríamos entendernos. Gracias a la lengua se construyen ciudades, gracias a la lengua podemos expresar nuestro amor. La lengua es el órgano del cariño, de la ternura, del amor, de la comprensión. La lengua hace eternos los versos de los poetas, las ideas de los grandes escritores”.

Pasados algunos días su patrón pidió a Esopo que fuera al mercado y trajera lo peor que encontrara. Nuevamente el sirviente compró sólo lengua. “¿Esto es lo peor?”, preguntó Xanto, y Esopo le dijo: “Nadie puede dudarlo. La lengua es el canal de la mentira, el chisme y las ofensas, el arma que usan los hombres para injuriarse. La lengua separa a la humanidad, divide a los pueblos. Es la lengua la que usan los malos políticos cuando quieren engañar con sus falsas promesas. Es la lengua la que usan los pícaros cuando quieren estafar. La lengua es el órgano de la mentira, de la discordia, de los malos entendidos, de las guerras, de la explotación. Es la lengua la que miente, la que esconde, engaña, explota, blasfema, insulta, se acobarda, mendiga, provoca, destruye, calumnia, vende, seduce, corrompe. Es por eso, señor, que la lengua es la mejor y la peor de todas las cosas”.

A veces pienso que pasa algo parecido con la política. Se suele culpar a la política de todos los males de la sociedad, cuando en realidad ninguna sociedad podría sostenerse sin ella. En la política se urden estafas, se engaña, se acumula poder, se miente, se manipula, se roba, se destruye. Pero con la política también se lucha, se resiste, se busca justicia y equidad, se adquiere dignidad, se desafía el poder, se brinda ayuda, se participa, se procura un mundo mejor, se construye.

Hay muchas personas que piensan que pueden vivir sin la política. Yo no soy una de ellas. Sin ser militante ni estar afiliada a ningún partido, gran parte del día lo ocupo en escuchar y leer a gente que piensa en la política, y eso produce en mi cabeza un interesante movimiento que me ayuda, entre otras cosas, a quitar la mirada de mi propio ombligo, lo que es un descanso. Tengo la suerte, también, de tener amigos y familiares con los que puedo intercambiar ideas sobre la política. Y eso me enriquece. También me agarro unas grandes rabietas, muchas veces. Lo cual confirma el paralelismo con el relato de Esopo: la política sería, en ese caso, la mejor y la peor de todas las cosas.

No se puede vivir sin la lengua, como no se puede vivir sin política.

miércoles, 3 de marzo de 2010

A desadjetivar

Sandra Russo habló hace un rato, en Radio Nacional, del abuso de los adjetivos, un mal presente no sólo en la literatura sino también en la política y el periodismo. Y no es un tema menor; por el contrario, es una buena manera de iluminar la materia.

En política, los adjetivos suelen usarse para descalificar, especialmente cuando no hay ideas o argumentos. Cuando se persiguen fines inconfesables (o confesables a medias) se adjetiva en exceso para inocular sentimientos y para generar estados de descontento o miedo, por ejemplo.

En literatura, el uso abusivo de la adjetivación empobrece. La palabra escrita tiene que provocar estados en el lector, no inyectarle contenidos o sensaciones. Los adjetivos le roban su autonomía creativa al lector. Le dan todo por hecho, masticado y pensado. Los adjetivos cierran. Las palabras no sólo tienen que “hacerle algo” al lector, también deberían ir a su encuentro abiertas, entregadas y a la vez indescifradas, para que él o ella “hagan algo” con ellas, las carguen de sentido, las transformen y se transformen a sí mismos. Casi nada.