miércoles, 15 de diciembre de 2010

Primera persona del plural

Escucho a Macri: “¿Qué es el espacio público? Son nuestras plazas, nuestras calles, nuestras veredas… nuestras avenidas…” El audio forma parte de una serie de declaraciones editadas para un programa que suelo escuchar por la mañana, conducido por Víctor Hugo Morales; y no sé quién era el periodista que estaba frente a Macri en ese momento. Pero si hubiera sido yo esa persona –en el caso de que la declaración formara parte de una entrevista– sé qué le hubiera preguntado a continuación: nuestras, ¿de quiénes? ¿A quiénes incluye en ese sujeto supuestamente propietario de los espacios públicos? ¿A los argentinos nativos? ¿A los que viven en la Ciudad de Buenos Aires? ¿A la clase media? ¿A los que tienen vivienda propia, o pueden pagar un alquiler fuera de una villa? ¿A él y sus amigos?

Está claro que para Macri, los derechos no son iguales para todos. Se vio muy claro cuando sus unidades especiales de limpieza desalojaban por la fuerza a las personas en situación de calle que dormían en sus veredas. ¿Cómo van a vivir en nuestras veredas, man? Eso no puede ser. Son nuestras.

Han pasado varios años desde que el reinado del mercado dejara devastada a nuestra población, dejando profundos bolsones de pobreza que va a llevar mucho tiempo solucionar. La crisis de vivienda que estamos sufriendo es muy diferente de la crisis alimentaria que vivimos años atrás; pero es inocultable. Hay que hacer planes de vivienda, hay que hacerlos antes de que se desaten estos hechos tan tristes y sangrientos. Y no sólo en la capital del país. Se trata de decisiones políticas, más que nada. Es importante que, si el próximo gobierno sigue el mismo rumbo que éste, se profundicen las medidas en esta dirección. Va a ser difícil, porque vivimos en el sistema capitalista y, ya se sabe, el poder, la mayoría de las veces, es invisible. Pero hay que hacerlo. Hay que transformar el sujeto incluido en esa primera persona del plural que tan graciosamente usa Macri cuando les habla en vivo y en directo a sus electores.

martes, 14 de diciembre de 2010

Banco de pruebas

Algunos textos de este blog forman parte de un libro que estoy escribiendo. Hoy, al buscar para mí misma la explicación de por qué los publico aquí, me acordé de una costumbre de hace algunos años, cuando el vendedor de una tienda nos invitaba a acercarnos a la puerta para apreciar mejor el color de una seda o un terciopelo a la luz del día.

Ver partes de ese libro a la luz del blog me sirve para observarlos desde otro ángulo y seguir trabajando con ellos mientras siguen estando vivos.

Saturación de lo real

Las primeras noticias de la mañana cayeron con cierta morosidad, como si supieran que había suficiente espacio fresco para sentirse como en su casa y, al cabo de unos instantes, terminar disolviéndose sin inconvenientes.

Las que siguieron ya se encontraron con este estado de disolución previo que, no obstante, las recibía con naturalidad, las analizaba e intercambiaba datos, hasta que pasaban a formar parte, ellas mismas, de ese estado.

La disolución tenía, a esas alturas del día, una densidad considerable. Algunas partículas de información quedaban por unos minutos en suspensión antes de integrarse por completo, contribuyendo así al desarrollo de una sensación de extrañeza incipiente: los cabos sueltos tardaban en encontrar su camino, y había que hacer algunas piruetas para conseguir que todo eso se transformara en un cuerpo coherente.

Con el correr de las horas, las noticias no sólo aumentaron en número sino en dureza. Era muy difícil lograr disolverlas, quedaban girando en la superficie sin terminar de caer. Algunas de ellas se reunían allí arriba y parecían agruparse en una gestalt con cierto sentido, pero muy pronto eran empujadas por las nuevas, que las volvían a dispersar. Y por más vueltas que se le diera, lo único que se lograba era que llegaran al fondo completamente divorciadas hasta formar una capa inestable, como el manto arenoso de un lago de aguas turbias.

Al anochecer, la materia ya disuelta no admitía más información. Algunos crímenes quedaron afuera, así como las declaraciones de cierto jefe de gobierno que a su vez le respondía a un ministro que a su vez opinaba sobre lo que había dicho el embajador; y al final de día, agotada ya la capacidad de procesar semejante cantidad de partículas, las últimas noticias se convirtieron en los restos diurnos de una pesadilla, en medio de una noche sueño agitado que no iba a servir, de ninguna manera, para enfrentar el nuevo día.

A correr que se termina el año

No sé si a todos les pasará lo mismo, pero diciembre es una época en la que siento una especie de compulsión a hacer listas de cosas que me faltan hacer, como si a fin de año realmente terminara algo, como si tuviera que llegar al año próximo en estado de gracia, sin deudas ni pesos innecesarios, liviana como una libélula y despejada para enfrentar el nuevo almanaque. Vamos, a dejar las mochilas. Vamos, año 2010, andate de una vez por todas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Similitudes

No soy una entusiasta de las teorías conspirativas ni creo ser paranoica, pero me corre un escalofrío al escuchar los consejos de Duhalde desde el exterior, hablando de la necesidad de poner orden, justo en este momento.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Acústica del conflicto y otros fenómenos ondulatorios

Las ondas sonoras perturbaron el aire de la misma manera que siempre, transportando esa energía tan particular que a veces toma la forma de música, y otras veces la de una voz diciendo cosas.

La idea era que provocaran, a su vez, la salida de otras ondas equivalentes en sentido contrario, de vuelta hacia la fuente; pero esto no termina de producirse, y el aire, entonces, sufre una segunda perturbación, o así le parece a él. El sonido no había encontrado ningún obstáculo en su dirección de propagación; y si así hubiera sido, gracias a su capacidad de dispersión habría sido perfectamente capaz de rodearlo y seguir su camino hasta el oído de ella.

Eso era, efectivamente, lo que había ocurrido; la demora en la emisión de las ondas recíprocas tenía otras causas. Resulta que, además de producir una perturbación en el medio en el que había tenido lugar, perturbaron el ánimo de ella, haciendo casi imposible su capacidad de respuesta. Por eso, ahora el aire está quieto de una manera, diríamos, incómoda. Los otros sonidos –el ascensor deteniéndose algunos pisos más abajo, una radio mal sintonizada, bocinas, ladridos lejanos– no hacen más que acentuar ese silencio, el que no debería ocupar ahora el espacio entre ambos.

El problema es que no hay ninguna respuesta capaz de liberarlos de semejante incomodidad. Si ella dice que sí, miente. Si dice que no, provoca un abanico de sentimientos que abarcan, entre otros, consternación, humillación y dolor, que no quiere provocar de ninguna manera.

Por eso es que ella sigue en silencio, mientras él espera pensando cómo puede ser, cómo es que ella no ha podido, todavía, responder a una pregunta tan simple: “¿me extrañaste?”.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Biomecánica de la nostalgia

Para que el dolor no sea insoportable, los músculos de la nostalgia deben ser entrenados igual que los otros músculos.

El dolor de la nostalgia proviene del tironeo excesivo de la memoria, que trata de volver al punto de partida, allí donde se inserta el otro extremo del músculo. Pero éste se encuentra perfectamente anclado en su lugar de origen; de modo que sería inútil seguir insistiendo con el estiramiento: lo extrañado seguirá estando, de manera irremediable, en el pasado.

Es conveniente hacer extensiones moderadas con cierta frecuencia, saborear con una mezcla de prudencia y fruición las sensaciones que aparecen mientras dura el proceso, y luego volver a contraer el músculo de la nostalgia de modo tal que la consciencia vuelva al presente.

Si los intentos por reducir los daños fracasan, se experimentará una molestia localizada en el punto del recuerdo, que a veces puede generalizarse y abarcar la totalidad del ánimo.

Producido el dolor, y en los casos de sensibilidad excesiva, se puede recurrir a distintos métodos más o menos balsámicos, como masajes suaves, posturas de relajación, búsqueda de nuevas emociones y, en casos extremos, alcohol o psicofármacos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Lecciones de óptica dramática

Toda vez que una persona, o un gobierno, o un país, llegan a la conclusión de que su visión del mundo es la única y verdadera, suceden algunas cosas curiosas. Con frecuencia, las imágenes que le llegan del resto del mundo no coinciden con las suyas; en muchos casos, incluso, son opuestas por completo. Pero su sistema óptico no está preparado para percibirlas tal cual son; no es de extrañar, entonces, que estas imágenes, al ser manipuladas, sufran distorsiones o, dicho de una manera más técnica, aberraciones.

Es inútil tratar de corregir desde el receptor una imagen con error de registro. Una vez producida la aberración cromática lateral, que depende de la variación del aumento de la imagen según la longitud de onda, llega toda así, como si las distintas figuras de color que la componen no coincidieran sobre el plano. Se produce entonces algo así como una esquizofrenia de las imágenes que no tiene nada que ver con lo real, ya que solo quienes estamos, supuestamente, reflejados en las mismas, podemos entender que poner en el mismo plano el tango más la pasión por la política más la poesía más los abrazos y los besos no quiere decir estar locos.

Cuando la luz llega de un sitio inesperado, digamos, un hombre del Altiplano llegado al puesto de responsabilidad más alto en la conducción de un país, puede producirse otro tipo de aberración del sistema óptico, que tiene que ver con la diferencia de ángulo de incidencia de un rayo con respecto al eje. Pero la luz, por suerte, sigue fluyendo, como si emanara del rostro oscuro de ese hombre sabio.

Existen instrumentos y prótesis que pueden ayudar a corregir estas distorsiones visuales. Pero nada es capaz de corregir la soberbia, la ignorancia y el miedo a todo aquello que no encaje con la visión única del mundo que las origina.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Automatismos

Nos habíamos acostumbrado a pensar en automático. Cuando alguien decía que las ventas habían aflojado, cuando la búsqueda de empleo se volvía una actividad abstracta, cuando hablábamos de los aportes jubilatorios como una obligación improductiva, en todos esos casos y en muchos más, poníamos el cambio automático y justificábamos todo en función de que, claro, estamos en Argentina, qué se puede esperar. Esa explicación que situaba todas las causas en una misma vertiente común –la desgracia de haber nacido en estas latitudes– funcionó durante muchos años. Pensar en la Argentina como un gran país, y no sólo con sentido retórico, era casi una utopía. Y por eso mismo, por la extensión en el tiempo de esta sensación de imposibilidad, se marcó en la memoria una huella difícil de borrar.

Pero los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández demostraron que no todo era imposible. Los que en algún momento de nuestras vidas creímos que sólo se podría hacer cambios con la revolución, tuvimos que admitir que en las reformas introducidas por este gobierno había mucho para apoyar. Y que algunos de sus gestos eran verdaderamente revolucionarios, como lo fue el de descolgar los cuadros de los genocidas. Que la decisión soberana de decirle que no al ALCA y sí a la unidad latinoamericana era un hito histórico. Que, en su momento, la reforma de la Corte Suprema de Justicia eliminando la posibilidad de jueces adictos al gobierno nos dejó, a más de uno, con la boca abierta. Que los intentos de redistribución de la riqueza (no todos afortunados) formaban parte de un proceso que, ya adivinábamos, estaba en marcha a pesar de todos los pronósticos.

Y seguimos asombrándonos. Después del infierno atravesado en la crisis con los empresarios del campo, se produjo el milagro de la reestatización de los fondos jubilatorios y la ley que permite actualizar las jubilaciones (todavía atrasadas pero a años luz de lo que eran) dos veces por año.

Después de la derrota electoral de 2009 vinieron más asombros, como la Asignación Universal por Hijo y la cancelación de la deuda con los bonistas, una operación hecha contra viento y marea gracias a las reservas de dinero acumuladas que la oposición envidiosa quería retacear. Y que hoy, después de haber saldado esa deuda, no sólo se recuperaron sino que aumentaron.

Si toda esta fortaleza ante la adversidad, si esta marcha sin descanso y estos resultados imposibles de ocultar por ningún equipo ortodoxo, no nos llevan a sentirnos cada vez más orgullosos de nuestro país, entonces no tenemos remedio.

Sin embargo, sigo creyendo que debe haber alguna forma de borrar esa huella fantasmal, esa forma vacía del descrédito, ese hueco dejado por el escepticismo a toda prueba en quienes, con una mueca automática, siguen repitiendo, todavía hoy, “y, estamos en la Argentina”.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Sila

Era una castellana tímida y hermosa. Tenía muchos hermanos y un tío cura al que, una vez que se volvió diestra con el hilo y la aguja, le hacía hasta las sotanas. Bordaba, cantaba, se iba a merendar al monte con las amigas. Bailaba la jota con movimientos casi avergonzados, sin permitírselo del todo. Había cruzado el océano en barco, para vivir con el amor de su vida. Mientras estuvo aquí no podía dejar de hablar de esa otra vida, la de los cantos y los bailes con sus amigas de aquel pueblo de montaña en el que brotaba agua de fuente a cada paso. Crió dos hijos, tuvo cuatro nietos, conoció a tres bisnietos. Hablaba en voz baja. No podía estar sin hacer algo. Tejía sin mirar, a una velocidad pasmosa y con una perfección inimitable. Era mi madre, y hoy hubiera cumplido noventa y tres años.

martes, 16 de noviembre de 2010

Sepamos distinguir

La diferencia entre un psicótico y un psicópata es el manejo de la realidad. Un psicótico vive una realidad propia, delirante, creyendo que es la única que existe. Oye voces que los demás no podemos oír, ve cosas que no están ahí. Un psicópata no. El psicópata hace todo lo posible para que la realidad se acomode a sus necesidades sin el inconveniente que podrían presentar algunos sentimientos como la culpa, por ejemplo, ya que no puede sentirla. El psicótico corre peligro de hacerse daño a sí mismo. El psicópata es muy hábil haciendo daño a los demás, y no le importan las consecuencias. El psicótico sufre una angustia muy difícil de paliar y tiene miedo de ser atacado. El psicópata usa a los que tiene cerca para atacar. Puede amenazar a un colega con denunciarlo por corrupción en el canal de noticias más poderoso si sospecha que ese colega –pongamos, por caso, un diputado– está por hacer algo que podría favorecer al gobierno nacional, con quien mantiene, por ahora de palabra y gestos, una guerra sangrienta. He trabajado con psicóticos, he convivido largas horas con ellos en instituciones de salud, y nunca les tuve miedo. En cambio, tengo miedo de los psicópatas.

¿Qué pasó con las violetas?

Cuando yo iba a la escuela primaria, y tal vez unos años después también, me gustaban las violetas. Se vendían en la calle, las comprabas para regalárselas a tu mamá, a tus amigas, a quien te importase de un modo especial como para hacerle ese homenaje modesto. Porque las violetas eran eso: flores modestas, humildes, sin estridencias. De un color que no estaba de moda en esa época, que era casi de luto. Con un perfume suave pero inconfundible. Eran flores de bajo perfil.

Hace mucho tiempo que no veo violetas. ¿Qué pasó?

Hoy, las opciones se han multiplicado de manera astronómica. Y no hablo solamente de la enorme variedad de flores que inundan el mercado desde que formamos parte de un mundo cada vez más promiscuo. Las flores son más grandes, más coloridas, más espectaculares. Lo opuesto a las violetas. Pero las flores no son más que un síntoma. En el medio, el mundo cambió. Y en este mundo, las flores de bajo perfil no tienen cabida. Hay que tener más variedad, más cosas, hay que hacerse notar, hay que hablar más fuerte, hay que tirar lo que ya no es nuevo, hay que consumir. Más rápido, más caro, más, más. Hoy podemos acumular en una computadora tanta música y tantas películas que no nos alcanzaría la vida para disfrutarlas, aunque un naufragio nos dejara en una isla desierta. Hoy, lo más sencillo que podemos encontrar en un puesto de flores es un ramo de fresias, que son hermosas y tienen un perfume riquísimo, pero son más grandes que las violetas y, sobre todo, tienen más color.

El mundo de hoy no es ni mejor ni peor; es el que es. A todos nos gusta que haya mayores alternativas, todos adoramos conseguir información de lo que sea en cuanto la deseemos, probar los sabores de otras latitudes, oler los aromas que nacen más allá de nuestras fronteras. Pero es bueno, también, acordarse, cada tanto, de la callada, breve y austera belleza de las violetas.

martes, 2 de noviembre de 2010

Revelaciones

El posmodernismo, esa filosofía de surf que le calzaba como un guante a la era neoliberal, quiso extinguir todos los fuegos. Parecía que había llegado para quedarse, como si la historia pudiera tener, de verdad, un final. Salvo escasas excepciones, multitudes anestesiadas por un frío criogénico ignoraban con gusto que había otro mundo posible, mientras compraban las revistas Gente y Caras para ver cómo tomaban champagne y comían pizza los nuevos ricos, ésos que formaban parte de una minoría cada vez más estrecha. La juventud parecía haber quedado fijada para siempre en un destino de aburrimiento, fiestas disco, alcohol y desinterés.

En estos días, mucha gente se pregunta de dónde salieron todas esas personas, especialmente los jóvenes, que fueron a rendir homenaje a un ex presidente que, según la visión instalada por los medios, era repudiado por toda la sociedad argentina. ¿Dónde estaba ese fuego?

Como en una foto de la era predigital sin revelar, eran necesarias ciertas condiciones para ver la imagen que, a pesar de todos los esfuerzos por ocultarla, había quedado allí atrapada, palpitante y viva. Un cuarto iluminado por luz roja, papel sensible, drogas para revelar y después fijar el resultado, esa imagen que aparece como por arte de magia. Un hombre murió. Las puertas se abrieron y la otra verdad salió a la calle: la foto fue revelada. Y, sin que se entienda esto como una ilusa expresión de deseos –porque la tarea militante que falta hacer es hercúlea– la magia está empezando a producirse.

sábado, 30 de octubre de 2010

Avivar el fuego II

Hoy me acordé de algo que escribí hace dos años y medio, que ahora, con el recuerdo todavía caliente de los días que acabamos de atravesar (y la expectativa de los que vendrán), se me ocurre oportuno traer de nuevo:

"Hace más de veinte años años se estrenó La guerra del fuego, hoy una especie de clásico sobre la vida de las primeras tribus en nuestro planeta. Uno de los grupos –el que todavía no sabía producir fuego, pero sí disfrutarlo– se dedica con alma y vida a tratar de impedir la extinción de ese elemento cuya importancia habían aprendido a valorar. Hoy me pregunto si se darían cuenta del significado de lo que hacían, más allá de la necesidad de abrigo y seguridad. Mantener el fuego es una tarea muy difícil, casi imposible. No sólo hay que protegerlo de las corrientes de aire, hay que alimentarlo constantemente. No importa el cansancio, el aburrimiento o el desánimo. Si tenemos un fuego, aunque sea una llamita débil y vacilante, se requiere, además de voluntad, ganas. Unas inmensas ganas de que no se apague."

viernes, 29 de octubre de 2010

Adiós, Néstor querido

Ahí se va. Ahí se lo llevan, a paso lento, rodeado por su pueblo. Se va un hombre que fue capaz de sorprendernos haciendo las cosas que todos creíamos que ningún presidente iba a hacer ya. Hizo todo lo contrario de lo acostumbrado: excedió el techo de sus promesas. Metió de nuevo en la política a los jóvenes. Entusiasmó hasta a las piedras. Enojó a los poderosos y a los distraídos que se dejan engañar con facilidad. Y su muerte desató un milagro: mostró que está más vivo que nunca, multiplicado por millones. Lo que los médicos no pudieron hacer con él, lo hacemos todos nosotros abrazando a Cristina. A ella, y a todos los que se sumen a partir de ahora, porque los que ya estábamos no hay ninguna duda de que seguiremos. Murió Kirchner y nació un movimiento que va a arrastrar cantidades insospechadas de voluntades. Y los que hoy lloramos de tristeza, muy pronto nos vamos a sorprender con nuevas alegrías. Porque el kirchnerismo es sorprendente. Adiós, Néstor. Gracias.

jueves, 28 de octubre de 2010

Esos monstruos

Repudio desde lo más profundo de mis ser a todos los que ayer cometieron la increíble atrocidad de festejar la muerte.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Fuerza, Cristina

Pocas veces en la vida tiene tanto sentido como ahora una frase como ésta.

jueves, 21 de octubre de 2010

Miedo

Para la mafia, un muerto no es un muerto. Es un signo, una advertencia, una mercancía. Una marca destinada a impedir o a favorecer el curso de los acontecimientos. La mafia produce o usa las muertes violentas como método de lucha. Es su recurso expresivo por excelencia cuando se ve impotente en el juego limpio.

La mafia toma a un muerto y se lo arroja a sus enemigos como un arma, como una advertencia, como un estigma. Desde el momento en que se produjo su último latido, ya no es un ser humano que trabajaba, amaba y era amado, luchaba, gozaba, sufría, aprendía y enseñaba. Es una herramienta. Un hecho grave con el que salpicar de sangre al adversario.

Todavía no sabemos cuál será el resultado de las investigaciones destinadas a encontrar al culpable de la muerte de Mariano Ferreyra, pero no hay duda de que hay mafias en este país.

martes, 19 de octubre de 2010

Sueños literales

A veces sueño que me caigo de sueño. Pero en el sueño estoy impedida de dormir: tengo muchas cosas que hacer, preguntas que responder, sitios que visitar. Y ahí voy, con los ojos semicerrados, tratando de mantenerme despierta con un esfuerzo penosísimo, cuando en realidad podría apoyar la cabeza sobre la almohada y dormir tranquilamente.

¿Cuál es la fuerza que le da a esa dimensión una legitimidad tan grande, hasta el punto de superar a la real? ¿Qué es más verdadero, en ese momento: el sueño, donde estoy despierta a costa de gran esfuerzo y sufrimiento, o la realidad, en la que mi cuerpo reposa con los ojos cerrados, los músculos relajados, la cabeza apoyada sobre la almohada?

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Se puede ser tan perverso?

Los políticos –hablo de diputados y senadores– están acostumbrados a las triquiñuelas destinadas a proporcionarles un mayor grado de poder al partido al que pertenecen. En algunos casos se trata de picardías, como la de no bajar al recinto para dar quórum cuando el proyecto a tratar por los bloques adversarios tiene posibilidades de ganar. Y esto lo hacen todos, oficialistas y opositores; forma parte de las reglas del funcionamiento político. No está ni bien ni mal: es un recurso como cualquier otro.

Lo que ya resulta difícil de dejar fuera de un análisis ético, es cuando se impulsa un proyecto que contiene un fuerte contenido social, sólo con el fin de que el gobierno pague un costo político al tener que vetarlo. Sí, estoy hablando de la sanción de la ley conocida como 82% móvil. Una ley que, no tengo ninguna duda, fue impulsada para que Cristina la vetara. Y de eso son perfectamente conscientes todos los que levantaron la mano a favor, empezando (y terminando) por Cobos.

¿Cómo pueden ponerse contentos con este resultado? ¿No les da un poquito de vergüenza, por no hablar de culpa, que ya sería demasiado pedir? ¿No es demasiado perverso este mecanismo?

sábado, 25 de septiembre de 2010

Placeres amatorios

El hecho mecánico de escribir me produce placer; siempre fue así. Desde los tiempos en que escribía con una Olivetti o una Remington. Y el teclado de una computadora es casi un objeto amoroso, blando y amable, que se deja acariciar y cede ante el menor impulso de mis dedos amantes.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Se trata de respirar

Me gustaría saber de dónde viene esta sensación que tengo a veces de que todo lo que hago, desde barrer la cocina hasta probar métodos para trabajar en el desarrollo de algo que me sirva como excusa para escribir un libro, o un cuento, no es nada más (ni nada menos) que un recurso desesperado para poder seguir respirando.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Vida de los fantasmas

No es nada nuevo, pero aparecen como si lo fueran. Hay fantasmas. Atraviesan las puertas cerradas, las paredes, las claraboyas. Caminan en medio de las avenidas por la noche, resbalando apenas sobre el asfalto húmedo. A veces se caen o, quién sabe, se acuestan a dormir, cansados de que nadie los vea. Por momentos se los puede oír, y sus voces suenan tristes y a la vez exaltadas.

Tienen mucho para decir. Lo han guardado durante largo tiempo, aunque no siempre callaron. Repiten sus historias de oprobio, sus relatos de dolor, de lo que fue orgullo antes, cuando todavía no eran fantasmas. Tienen mucho para decir. Parece que hablaran del pasado, pero es bastante más que eso. Los fantasmas viven una vida atemporal. Quieren mostrarnos cosas, a nosotros, que sólo sabemos qué día es hoy, y nos alcanza con eso para saber que estamos vivos, o casi.

No se enojan con nosotros (ya dije que están fuera del tiempo), pero a veces tienen ganas de tomarnos con fuerza por los hombros y sacudirnos, a ver si así consiguen despertarnos por un rato de este sueño de realidad brumosa en el que estamos sumergidos. Por algunos momentos lo consiguen, y entonces es como si se multiplicaran a través de una simiente que circula entre las miradas, por la calle, en los trenes, en las voces de la radio y la televisión. Después, vuelven a ser fantasmas. Y es muy penoso ver qué cansancio, qué desazón los envuelve mientras golpean los vidrios de las ventanas sin que nadie lo note, sin que nadie, o casi nadie, crea que alguna vez existieron, que todavía existen.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Lo público y lo privado

“Los griegos clásicos se referían a los que no tenían interés por lo público como idiotes, los que tenían una carencia, precisamente la del interés por lo público. De ahí viene la palabra idiota. En realidad, no hay nada más idiota que pensar que somos Robinsones en una isla en la que sobrevivimos por nuestra inteligencia y no porque hemos sido socializados, porque podemos disfrutar de lo que ha creado la sociedad y acerca de lo cual nos ha instruido.”

Este párrafo pertenece a un trabajo de Juan Carlos Monedero que vale la pena leer: El socialismo del siglo XXI. Modelo para armar y desarmar. Y está aquí.

martes, 31 de agosto de 2010

¿Se va a acabar?

Desde hace un tiempo me torturo. No es una forma de decir: me someto a tortura física.

El médico me dijo que tenía que hacerlo todos los días. Al principio me negué, pero el vértigo no se va. El proceso es penoso, pero los síntomas de esto que me diagnosticaron como “sindrome posicional paroxístico benigno” también lo son. Así que, luego de la segunda visita al especialista, me convencí de que no había otro camino.

Lo que tengo podría describirse casi poéticamente como una rebelión en el laberinto. En la parte más profunda del oído hay una especie de piedritas que se desprenden, o se mueven, o lo que sea, y ahí se produce la hecatombe. Empieza con la pérdida súbita del equilibrio (me caí sin remedio, con moretón y todo) y sigue con inestabilidad, malestar, náuseas y lindezas por el estilo. Hasta que esas piedritas (otolitos, les dicen) no se fijen en el sitio adecuado, el mundo se bambolea cada vez que hago un movimiento inadecuado con la cabeza. Quiero aclarar que inadecuado puede ser, en este caso, mirar hacia un estante que está por encima de mi altura. O tratar de recoger algo del suelo sin flexionar las rodillas por completo. Para huir de estas limitaciones, decidí hacer algo; es por eso que me torturo casi a diario.

La tortura consiste en provocarme el mareo paroxístico (no sé si se llama así, pero lo define bastante bien) de una forma controlada. Tengo que sentarme en el medio de la cama, mirar hacia la derecha (la cosa es en el oído derecho), dejarme caer de espaldas de modo que la cabeza quede colgando de costado, y mirar un punto fijo. Por unos segundos se produce un mareo violento y después todo se aquieta. Entonces, tengo que volver rápidamente a la posición inicial para que vuelva el mareo. Se supone que en algún momento, todas estas maniobras logran poner las cosas (los otolitos) en su lugar. Pero las cosas (los otolitos) no se dan por enteradas. Y a estas alturas, después de casi dos meses, ya me está dando miedo de que la tortura se transforme en costumbre.

viernes, 20 de agosto de 2010

Paroxismo

Había algo que estaba claro: tenía que quedarse quieta. Era la única manera de evitar que el resto del mundo se agitara sin control. Podía mover un poco los pies, y también los brazos y las manos; pero de ninguna manera la cabeza y el tronco. Era muy importante conservar ese plano en el que había conseguido, por un rato, hacer que las cosas se aquietaran. Podía palpar, siempre sin mirar, una superficie irregular que había quedado debajo de su mano izquierda en la alfombra sobre la que permanecía acostada. Lo primero que notó fue la frialdad de esa cosa. Parecía un tejido metálico hecho de partes que funcionaban con autonomía, que rodaban al impulso de los dedos.

Tenía tiempo para pensar, ya que no podía moverse; así que se propuso formular todas las hipótesis que fueran necesarias para descubrir qué era lo que estaba tocando. Sin que supiera por qué, el contacto con esa textura fría la tranquilizaba. El primer pensamiento la llevó a un líquido; después lo descartó: ningún líquido se comportaría de ese modo. Tal vez, lo que se estaba volviendo líquido era el interior de su cabeza. No estaría mal, era mucho mejor dejar que los pensamientos flotaran en lugar de saltar enloquecidos dentro de las costillas, ya por completo fuera de su territorio, si es que alguna vez habían tenido uno propio.

Como siempre, el conocimiento le fue dado en forma abrupta, encerrado en una burbuja que explotó luego de emerger de entre los billones de mensajes que guardaba su cabeza vaya a saberse para qué.

Hacía frío y no podía acceder al control remoto del aire acondicionado, y además estaba desabrigada. Pero de algún modo había conseguido, a pesar de todo, alcanzar el teléfono inalámbrico para pedir ayuda, y ahora lo sujetaba con la mano derecha sobre el pecho, como un crucifijo o un amuleto. Por lo menos no tendría que gritar.

Diez minutos atrás, al inclinarse ella sobre la mesa baja de la sala de estar, la casa se había movido: había hecho un giro de noventa grados hacia el norte. Sin embargo, cuando trató de incorporarse, la casa volvió a girar, esta vez en sentido contrario; por eso ahora se encontraba, como corresponde, en el suelo. Sufría palpitaciones y le dolía el costado sobre el que había caído, a la altura de la cadera; pero al menos tenía el teléfono. Al menos sabía que lo que descansaba bajo los dedos de su mano izquierda, eso que la acompañaría de manera incondicional durante todo el tiempo que tardara en llegar la ayuda, eran las alfileres salidas de la caja que ella había arrastrado, sin darse cuenta, al caer.

viernes, 6 de agosto de 2010

Inflación de la palabra

Un virus desconocido estaba atacando las cuerdas vocales de una gran parte de la humanidad. Era un virus selectivo: sin que nadie supiera por qué, sólo afectaba a las personas que hablaban aun sin tener nada para decir. En consecuencia, eran muy pocos los que estaba a salvo.

Las emisoras de radio fueron languideciendo hasta casi enmudecer, y una tristeza incontenible ganó los corazones de millones de oyentes que solían encontrar alivio en esas voces amigas, aunque sólo fuera por conocidas.

Quedaban las grabaciones y la música, pero ya casi nadie decía cosas de verdad. Algunos de los pocos que no habían sufrido el embate del virus, los menos tímidos, empezaron a usar los micrófonos de radios y canales de televisión. Eran los que sí tenían algo para decir.

Muchos de ellos no tenían ninguna experiencia en ese oficio, y carecían de los trucos que les permiten a los experimentados mantener la comunicación a la vez que dan la impresión de estar diciendo algo verdadero. Entonces se arreglaban como podían, tratando de evitar las repeticiones.

Poco a poco, los que estaban del otro lado fueron dándose cuenta de que nadie tiene tantas cosas para decir, y aceptaban con gusto ese nuevo ritmo. Los nuevos hablantes se adaptaron también a la nueva situación, y sólo hablaban cuando sabían que podían decir ALGO.

La inexperiencia y el pudor hacían que, en cada emisión, se produjeran con frecuencia largos silencios; pero, para consuelo de muchos, eran unos silencios cargados de sabiduría.

jueves, 15 de julio de 2010

Igualdad de derechos

A partir de la nueva ley de matrimonio civil, todos los argentinos estamos en condiciones de probar un poco del llamado “orgullo gay”. Y para eso, en el día de hoy, no hace falta ser gay: basta con ser del primer país de América Latina que permite casarse a las parejas de homosexuales. Aplausos para los diputados y senadores de diferentes partidos políticos que votaron a favor.

domingo, 11 de julio de 2010

Matrimonio civil: curas, abstenerse

Por favor, que alguien les avise que estamos en el siglo XXI. Que lean algún libro de Margaret Mead, la antropóloga del siglo pasado que se metía en sociedades donde la estructura familiar era completamente distinta a la única reconocida por la iglesia. Aunque sea, que miren el Discovery Channel, o el National Geographic, que cada dos por tres se despachan con documentales sobre pueblos cuyos niños son criados por sus tíos maternos y a nadie se le mueve un pelo. Donde podemos conocer sociedades que reconocen tres y hasta cuatro géneros, en México o en la India.

Y todavía preguntan, con cara de inocencia, si deberemos enseñarles a los chicos que la familia cambió. Pero claro que cambió. Y va a seguir cambiando. Ayer, mi nieta de siete años vio en el diario una foto de una pareja gay. Uno de ellos llevaba un ramo de flores en la mano, y ella, con una risita cómplice, dijo “se están casando”, y siguió jugando.

La realidad les pega cachetazos mientras ellos siguen durmiendo su sueño de poder vaticano e inmutable.

Por supuesto que Bergoglio y compañía no pueden reconocer que el matrimonio, la familia y hasta la forma de tener sexo son construcciones culturales, y no inscripciones divinas en el alma de los humanos. Ya les debe resultar bastante duro saber que nuestro mapa genético no es radicalmente distinto al de un gusano. Hay que hacer como que no pasa nada, como que nada cambia, la Tierra sigue siendo el centro del universo, el hombre fue hecho con barro por Dios, la mujer con una costilla del primer hombre, todo está escrito, el ser humano es una creación divina. Porque si pusieran todo eso en duda, tendrían que llegar a la misma conclusión que muchos de nosotros: que Dios es una creación del hombre, y no al revés.

Por eso, como dijo mi amiga Lía, ojalá que alguna vez alguien se atreva a ponerle el cascabel al gato, y pague el costo político —con la inmensa ganancia que eso traería para todos los argentinos— de separar la Iglesia del Estado.

miércoles, 16 de junio de 2010

Catorce toneladas de bombas

Trescientos muertos. Dos mil heridos. Setenta y nueve personas lisiadas para siempre. El estupor sin medida de millones de personas ante un ataque concentrado en la plaza más simbólica de un país que no estaba en guerra: la Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires.

Al mediodía de ese 16 de junio de 1955, mi madre (o mi abuela, no estoy segura) estaba haciéndome el moño del guardapolvo. Los guardapolvos eran tableados y tenían en la cintura un lazo que se ataba por detrás con crujidos de almidón recién planchado. Alguien, en la casa, se asomó al balcón. Desde abajo llegó, quebrada por la incredulidad y el miedo, la voz de una vecina que corría por el pasillo interior del viejo edificio en el que vivíamos, apenas a siete cuadras de la Plaza de Mayo:

–¡Se sublevó la marina de guerra!

Durante meses, el tema de conversación excluyente en todos los hogares fue el bombardeo.

Mucho tiempo después se conocieron los entretelones. Por ejemplo, que un mayor del ejército le había transmitido al secretario general de la CGT la siguiente orden del general Perón:

–Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo. Estos asesinos no vacilarán en tirar contra ellos. Ésta es una cosa de soldados. Yo no quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de trabajadores.

Sin embargo, los obreros salieron a la calle al grito de “¡Pe-rón, Pe-rón!” Muchos cayeron al recibir ráfagas aéreas, o quedaron atrapados entre dos fuegos.

En casa, el estruendo de las bombas era muy diferente al de las películas de guerra. Los dos balcones daban al norte, hacia la masacre. El cielo invernal se animó de una manera imposible: aviones que avanzaban desde el oeste, mientras unos signos de admiración asomaban por debajo de ellos para caer en diagonal y producir ese ruido infernal apenas unos segundos después. No entiendo cómo mis padres me dejaron mirar eso. En esa época no existía el horario de protección al menor.

Mi abuela preparaba té de tilo, la señora del departamento de enfrente entraba y salía de casa rezando, yo coloreaba un mapa de las islas Malvinas. Los bordes eran verde claro.

Esa tarde, los sublevados, atrincherados en la Secretaría de Marina, desplegaron una bandera blanca. Según las reglas militares, eso sólo podía significar dos cosas: diálogo o rendición. El general peronista Juan José Valle y otros oficiales leales a Perón se dirigieron a ese lugar para parlamentar, con instrucciones de ser tolerantes con los rebeldes. Apenas se acercaron al edificio, la bandera blanca fue arriada. Los recibió una ráfaga de ametralladora.

En la radio, la impostada voz de un militar decía cosas incomprensibles para mis nueve años de entonces, pero el tono era inconfundible. Yo esperaba en silencio que terminara (y no terminaba nunca) porque ansiaba oir la voz de Perón, con la certeza de que ése era el único sonido que podría tranquilizarme en ese momento.

Hace unos días me di cuenta de que, cuando los de mi generación ya no estemos, no habrá nadie que pueda relatar algo parecido a esto.

miércoles, 9 de junio de 2010

Viscosidad de la quietud

Los primeros momentos de quietud son los más fáciles. El recuerdo de la movilidad es todavía muy fresco, y el cuerpo sigue en una especie de inercia celebratoria que podría confundirse con el placer. El cansancio, y hasta el dolor, tienen un carácter dulce que por momentos es comparable a la euforia. La certeza de que esa inmovilidad es temporal libera los músculos que, confiados, se relajan y descansan en un estado de despreocupación inesperada. La única preocupación es, en esa etapa, evitar las posturas y los movimientos dolorosos.

Con el paso de los días, la conciencia transforma ese estado inicial en una condición instalada. El pensamiento profundo no reconoce el origen de la quietud, y es como si hubiera tenido lugar desde siempre. La euforia se transforma en aburrimiento y fastidio, la sensación de paz da lugar a la ansiedad.

Ahora, la quietud es un molusco gigante y pesado que se adhiere a la piel; en esta etapa hay que hacer un gran esfuerzo para no caer en el desgano, inventarse actividades con los movimientos permitidos, soportar el confinamiento. Aceptar estoicamente la dependencia.

No sé cómo será la próxima etapa, pero me ayuda pensar que dentro de diez días, si todo sale bien, el médico va a mirar la radiografía de mi pie izquierdo y va a decretar que ya está bien, que ya puedo empezar a caminar como una persona normal, sin esos movimientos limitados y patosos que me confiere la bota especial que estoy usando para desplazarme por el interior de mi casa desde que me operaron.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La mayoría silenciosa

Tanto machacar con el descontento. Tanto insuflar miedo. Tanto martillar con el desánimo. Y al final, parece que no; parece que el país tenía ganas de festejar.

Hay una contradicción entre esa masa de millones de personas que salieron a celebrar el Bicentenario y el supuesto malestar que les haría manifestar en todo momento y lugar su enojo permanente.

Cuando se produce la alquimia necesaria, cuando aparece la bisagra capaz de impulsar a la gente, las mayorías dejan de ser silenciosas, y salen a la calle. Ahí se ve qué es lo que sienten: no es, seguramente, ese enfurruñamiento masivo que expresan los que sí hablan, los que repiten como un mantra, en la cola del banco, lo que oyeron en el noticiero más visto de la televisión.

La mayoría dejó de ser silenciosa, al menos por tres días, y todos mostraron su alegría y su orgullo de ser argentinos. Por tres días, éste no fue un país de mierda, un país “que no es serio”, que “está aislado del mundo”, y donde todo “es un desastre” o “un escándalo”, donde no se puede “salir a la calle sin que te maten”.

El pueblo se animó a cantar y a bailar, mostró alegría, distensión, asombro, entusiasmo. Fue feliz. ¿Por qué será?

Por tres días nadie se quejó del caos de tránsito, nada colapsó, nadie provocó, no hubo crispación ni violencia.

Resulta que el pueblo tenía ganas de festejar.

¿No tendrían que replantearse el mensaje los medios masivos de comunicación?

martes, 18 de mayo de 2010

Usar la fuerza del adversario

Encontré la respuesta perfecta para el exabrupto de Ernesto Sanz acerca de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Sanz criticó la medida asegurando que iba a parar al juego y a la droga. Gustavo Romans le contesta de este modo en su blog.
Abajo, el link (por las dudas)
http://importatuopinion.blogspot.com/2010/05/ernesto-sanz-tiene-razon.html

lunes, 17 de mayo de 2010

Mi pie izquierdo

Si la miro de lejos parece una bota de astronauta. Está sobre la mesa, esperando el momento de pisar la luna. No sabe que el suelo que espera ser hollado por ella es por completo terrenal. Yo no sé cómo será caminar con eso puesto en mi pie recién cosido y vendado, cuando salga del sanatorio. Tal vez camine como un astronauta, despacio y raro. Lo que sí espero es que, cuando haya pasado un tiempo, y si todo sale bien, me sea posible caminar como una persona normal, sin esa molestia que tengo desde hace años, que se llama Hallux Valgux y que las malas lenguas, de puro malintencionadas, sostienen que es un juanete.

jueves, 6 de mayo de 2010

Sí, los libros muerden.

La primera vez que un libro me mordió, ni siquiera sabía leer. Era un libro de cuentos como los de antes, con tapas duras, de la editorial Sigmar. Había ilustraciones con cortinados de terciopelo, vasijas de barro, gatos con botas, caballos enjoyados, princesas con cara de niñas y campesinos enamorados que aspiraban al puesto de príncipe consorte, pero sólo por amor.

Me dejé morder con ganas cuando, una tarde, mi tía Porota empezó a leernos uno de esos cuentos a mis primos, a mi hermano y a mí. Quería que ese momento no tuviera fin. No sé si mi hermano y mis primos se acuerdan; para mí es un recuerdo bisagra. Poco después me dediqué con toda el alma a aprender a descifrar esos ganchitos que dibujaban otros mundos en negro sobre blanco, una forma de volver interminable el momento fundacional de aquella tarde. La mordedura venía con veneno, y no había antídoto.

Mi primer regalo de Navidad me lo hizo mi padre. Fue un libro. Lo leí tantas veces que todavía puedo describir las ilustraciones con epígrafes, de los que sobresalen, vaya a saberse por qué, dos palabras que aprendí gracias a esas mordeduras cotidianas: había una campesina zafia (que, por supuesto, era una princesa disfrazada para protegerse de la maldición del rey) y una viejecita con aspecto de bruja que barbotaba.

No sé en qué momento me hice adicta a las revistas infantiles y a las de historietas. Pasábamos el verano en la isla con mamá y los abuelos, y los fines de semana esperábamos con necesidad abstinente la llegada de papá, que nos traía sin falta nuestra dosis: las revistas de la semana.

Casi como por milagro, en mi casa había una pequeña biblioteca llena de libros forrados de verde. Habían sido, creo, de uno de mis tíos; y eran de Emilio Salgari. La mordedura de esos libros tenía gusto a sal marina, a selva, a madera con brea, a bodega.

Salgari ya me había inoculado el virus de la aventura, y para colmo fui atacada también, masivamente, por los libros de la colección Robin Hood.

Cuando todavía podía disfrutar de la mordedura del terror, descubrí a Lovecraft. Por un tiempo no pude mirar las nubes sin temer la presencia de alguna malignidad innombrable. Y no tenía nada que ver con la religión.

Después vinieron –no necesariamente en ese orden– Cortázar, Bradbury, Borges, Ballard, Faulkner, Kafka, Poe, Saer, McCullers, Calvino, Homero, Cheever, Highsmith, Pavese, Girondo, McEwan y muchos, muchos más.

En algún momento recibí el ataque de una jauría furiosa: los libros de la colección Minotauro. En esa época se hablaba despectivamente de la literatura de evasión, como si leer a Sturgeon o a Dick nos transformara en idiotas pataleando en el aire. Por el contrario, sigo sosteniendo que, mientras estamos leyendo esos libros, nos fugamos a un mundo más verdadero, y eso nos permite volver al mundo “real” para entenderlo mejor.

Algunos libros me clavan los colmillos sin piedad con la primera línea, otros me mordisquean inofensivamente, otros se me quedan prendidos como esos perros decididos a no soltar su presa, o se hunden en mi carne como una caricia de encías húmedas y blandas. Pero casi todos me dejan marcas. Y creo que de esas marcas estoy hecha.

lunes, 3 de mayo de 2010

Se busca

–Permiso, buenas tardes.
–Adelante, díganos.
–Sí, no, esteee… Por el cartelito en la vidriera.
–¿Cuál de ellos?
–El que dice Se busca.
Ah, sí. Cuéntenos qué desea que le busquemos.
–No, pero ¿cómo? ¿No son ustedes los que buscan? El cartel dice Se busca.
–Claro, por eso. Buscamos lo que usted nos pida. Sin garantías de hallazgo, por supuesto.
–Estoy un poco confundido. Cuando se pone un cartel así, ¿no es para pedir un empleado? Por lo general son más específicos, dicen Se busca repartidor, o Se busca vendedora, o contador, o lo que sea. Ustedes pusieron solamente Se busca. En fin, pensé que habían querido ahorrar palabras.
Ah, no, en eso no somos nada ahorrativos. Cuando queremos decir algo, lo decimos con todas las letras. Es decir, con las letras que hagan falta. La equis, por ejemplo, la usamos muy poco. Lo mismo que la doble ve.
–Bueno, pero todavía no me dijeron qué buscaban.
–Es al revés: es usted el que no dijo qué quería que le buscáramos. Nos gusta buscar. No siempre encontramos, pero en el camino aparecen algunos hallazgos inesperados, muy interesantes. Si quiere, se puede asociar a esta empresa. No se va a arrepentir, se lo aseguro.
–¡Ah! ¿Vio cómo sí buscaban a alguien? Ahora me está diciendo que buscan un socio.
–No lo buscábamos, pero a lo mejor acabamos de encontrarlo. Como le decía, esta actividad está llena de sorpresas.

lunes, 19 de abril de 2010

En la galería

Esto es lo que sabemos: está la galería, y está el otro lado de cada puerta.

Todas las puertas que dan a la galería están cerradas la mayor parte del tiempo, y sólo se abren cuando llega el momento de que uno de nosotros pase al otro lado.

Cuando estamos del otro lado no recordamos la galería. Tampoco somos capaces de imaginarla, porque no se trata de estar en otro sitio, sino de estar antes o después. Las vidas que tenemos de ese lado de la puerta no tienen nada que ver con las que transcurren en la galería. O eso es lo que creemos. No hay manera de saberlo, porque estando allí ignoramos por completo que hay otras vidas. Tampoco nos enteramos de lo que sucederá cuando se cumpla el plazo de nuestra estadía ahí, porque no sabemos que hay un plazo. Simplemente, aparecemos de nuevo en la galería.

En la galería somos hoy. Fuera de la galería está la libertad, el espacio infinito. Pero nos quedamos cerca de las puertas, esperando que se abran y nos sea dada esa vida que está preparada para cada uno de nosotros, y que regirá nuestros movimientos todo el tiempo que pasemos del otro lado.

Mientras, miramos hacia el espacio libre e inhabitado, soñando con que alguna vez nos atreveremos a avanzar sobre él, imaginando cómo sería la existencia sin todas esas puertas decidiendo por sí mismas, dibujándonos destinos posibles que, al fin y al cabo, nunca son del todo nuestros.

viernes, 16 de abril de 2010

No pueden derogar la cordura

Digo yo: ¿los senadores de la oposición nos quieren tomar por las tontas del bote?

En una votación contra viento y marea, el Senado modificó una ley sin tener la mayoría que exige la Constitución Argentina para estos casos.

¿Cómo lo hizo? Con una maniobra impresentable.

Mediante el poco elegante recurso de hacer una voltereta en el aire, en el medio de la sesión (cuando ya se habían dado cuenta de que no reunían los votos necesarios), propusieron votar, en lugar de la modificación de la ley, la derogación de uno de sus artículos. El argumento era que para derogar no se necesita mayoría absoluta.

De nuevo, digo yo: derogar un artículo de una ley, ¿no es modificar esa ley?

Ya basta, ya no pueden seguir esgrimiendo la estrategia de que están ahí para garantizar el funcionamiento republicano de las instituciones. Ni siquiera están capacitados para respetar la Constitución, que es (supongo) para lo que fueron votados.

jueves, 15 de abril de 2010

La Banelco no va

Este otoño ha resultado ser insobornable. Bastaron unos pocos elogios para que, de inmediato, se decidiera a ponerse de acuerdo con la naturaleza de nuestros prejuicios. Hace tres días que cae sin parar una lluvia gris y destemplada que ha demostrado ser muy eficaz para ablandar las capas de hojas acumuladas en el suelo, que, por otra parte, él mismo arrojó allí; pero no logrará deshacer mi firme creencia en sus virtudes. Dentro de poco, el tiempo mejora. Ya van a ver.

lunes, 12 de abril de 2010

Ideología de las estaciones

Todos los años pasa lo mismo. Llega el otoño, indiscutiblemente la mejor estación en Buenos Aires y aledaños, y volvemos a escuchar las mismas voces sorprendidas, diciendo cosas como “qué bien que vino este otoño”.

Convenzámonos de una vez por todas: el otoño es lo que es, no lo que nos enseñaron a creer.

De acuerdo, las hojas amarillean y se caen, y lo que viene a continuación es el invierno. Pero mientras tanto, la temperatura es ideal, el sol no achicharra, la presión atmosférica sube (y por lo tanto el oxígeno) y la humedad baja. Es infalible. Personalmente, nunca me siento tan bien como en el otoño.

Estoy segura de que a muchos les pasa lo mismo, aunque lo atribuyen a otras causas. Y siguen pensando que el otoño es una estación triste, lúgubre, húmeda y oscura, con una humedad y una oscuridad de brujas.

¿Por qué? ¿Cómo puede ser que los prejuicios tengan más fuerza que la evidencia?

Dejemos de mirar el otoño con esta ideología pesimista, e inauguremos una nueva era donde esta estación se merezca, de una vez por todas, nuestra mayor admiración y gratitud.

viernes, 9 de abril de 2010

Humanidad de los objetos

Algunos edificios son inteligentes. Los otros, ¿son estúpidos?

Las computadoras tienen cada vez más memoria. Las de antes, ¿se olvidaban de todo?

La tendencia antropomórfica al hablar de los objetos es perfectamente explicable: somos la referencia que tenemos más a mano.

Hay casas amables. Calles tristes. Puertas rebeldes.

Propongo que extendamos esta costumbre hasta alcanzar el mayor número posible de objetos inanimados.

Dos ejemplos:

El desperfecto en un sistema de descarga de agua (se trababa y no paraba) me hizo pensar que el inodoro era muy temperamental.

Cuando la cardióloga me pidió que suspendiera la sal hasta hacerme los estudios correspondientes, proclamé que los tomates deshidratados eran mis mejores amigos. Cuando dejé de comerlos y el envoltorio en el que estaban se llenó de bichos, descubrí con pena que los había abandonado. Y peor aún: que los estaba traicionando.

Los objetos se rebelan, se esconden, nos atacan o nos cuidan, están ahí, agazapados vaya a saberse con qué intención, en la oscuridad o a la más plena luz del día. No tiene sentido luchar contra eso. Es mucho más astuto, de nuestra parte, reconocer que tienen vida propia, algo así como una extensión de lo humano en otros soportes.

lunes, 5 de abril de 2010

Fuego y limón

Cuando los de mi generación teníamos diez años no existían ni Internet ni los videojuegos, y nos atravesaba una búsqueda constante de distracciones para el tiempo de ocio. Algunos juegos los inventábamos, otros aparecían como propuestas más o menos novedosas. Como la escritura invisible, por ejemplo. Se trataba de escribir usando jugo de limón en lugar de tinta, y luego acercar el papel a una llama, a la distancia óptima para que, sin que se produjera un incendio, el limón se tostara y la escritura apareciera como por arte de magia.

En los últimos diez años, después de una explosión que llevó el prestigio de la política a sus niveles más bajos, se ha producido un fenómeno que me trajo a la memoria este juego de la escritura en código. Quiérase o no, en la sociedad argentina empezó a instalarse, al principio tímidamente, ahora cada vez con más fuerza, la idea de que la política no es, después de todo, tan mala palabra como parecía. Más allá de los resultados transitorios o definitivos de cada contienda, deberíamos valorar la discusión de temas y de ideas que, en épocas que podrían llamarse “anestésicas”, formaban parte del paisaje sin que nadie pudiera darse cuenta de cuál era su verdadero valor. Eran como palabras escritas con limón.

La palabra ajuste, por ejemplo. En muchos sectores de la oposición hacen malabarismos idiomáticos para evitarla, y hasta se ofenden como damiselas cuando se los acusa de querer volver a la estrategia del ajuste. Su pasado los condena: la política neoliberal del gobierno de Menem, y la del breve paso de De la Rúa por la Rosada, no hubiera sido posible sin ajustar. Léase bajar los sueldos y las jubilaciones, empeorar las condiciones laborales, achicar el gasto público, hacer todo lo posible para que sólo puedan consumir a su gusto unos pocos privilegiados. Resulta que ahora se habla de esto.

Y eso me lleva a la segunda parte del proceso: el fuego. Por fortuna, ésta es una época en la que se habla de política, se consume política, se la discute, se la estudia. La televisión transmite hasta las interpelaciones en la Cámara de Senadores. Y las ideas han empezado a emerger, no para que formen parte del paisaje, no para que las repitamos como frases hechas, sino para hacernos pensar. Hay un fuego que señala como un índice revelador la existencia de ideas, y ahora ya no es posible creer que haya una sola forma de entender la realidad.

viernes, 2 de abril de 2010

Derecho propio

Desde los actos por la memoria del 24 de marzo pasado, vengo escuchando distintas voces, tanto entre el periodismo estrella de los medios monopólicos como en representantes de una parte de la izquierda argentina, que coinciden en la palabra apropiación.

Apropiación es un término utilizado desde hace más treinta años por los organismos de derechos humanos para referirse al robo de bebés durante el genocidio cometido por la última dictadura militar argentina. Los cientos de matrimonios que, a sabiendas de que se trataba de hijos de desaparecidos sustraídos a sus familias, se quedaron con esos bebés y los hicieron pasar como propios (o inventaron alguna adopción trucha) son llamados, con gran justicia, apropiadores. En la reparación de esa infamia reside, precisamente, la lucha ejemplar de Abuelas de Plaza de Mayo.

Pero resulta que no, que el término apropiación es usado, por los actores antes mencionados, para otra cosa: dicen que el gobierno “se apropió” de los derechos humanos. Algún periodista dijo, en esa ocasión, que por eso “esta vez no iba a la marcha”. Habrá pensado que todos iban a extrañarlo.

En la lucha por el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, que, justo es reconocerlo, comenzó durante el gobierno de Alfonsín, no ha habido ningún gobierno que se ocupara del juicio y castigo a los culpables como el actual (me refiero a las dos gestiones, la de Néstor Kirchner y la de Cristina Fernández). Es uno de los logros más atesorables, ejercidos desde una posición que le ha valido intensas reacciones de la derecha más rabiosa. Recordemos, si no, las declaraciones de los militares sometidos a juicio, como la de Menéndez, que confesó que habían estado aguantando hasta que ya no aguantaron más, y ¡ups! tuvieron que secuestrar gente, tirarla desde los aviones y quedarse con sus hijos. Apropiárselos.

Interpelados, algunos políticos reconocen que sí, que tal vez la palabra sea demasiado fuerte y proponen otra: lucrar. Pero no fundamentan nada.

Yo les pediría que sigan buscando expresiones, distintas maneras de hablar de lo mismo, y tal vez lleguen a la conclusión de que, por todo lo recorrido en estos años, esta administración se ha ganado el derecho de capitalizar la lucha y, sí, apoderarse legítimamente de la bandera de los derechos humanos. Y quizá reconozcan que sería mejor dejar de lado las mezquindades, y, al menos en este tema, ponerse del mismo lado. Si no, nos van a hacer pensar que hablan así por impotencia y envidia.

lunes, 22 de marzo de 2010

Temprano para luchar

A los seis años, Lucía ya está protagonizando luchas de género. Ella no lo sabe, y tampoco sus compañeritos, quienes, tal vez desconcertados por algunas señales, han iniciado una especie de hostigamiento que ella resiste, por ahora, con mucho coraje.

Lucía se niega a entrar en los estereotipos que se esperan para una nena. Ella no entiende por qué le tiene que gustar solamente jugar a la mamá o adorar a las princesas; y reclama su derecho a disfrutar del resto del mundo. No entiende por qué no puede decorar un cuaderno con Cenicienta y Campanita, y otro con Ben Diez (un héroe de historietas para varones).

Lucía no es para nada violenta, más bien todo lo contrario; pero tampoco es ñoña. Mira el mundo con ojos inteligentes desde el mismo momento de su nacimiento, cuando su mamá la tuvo frente a sí por primera vez y se estremeció por la firmeza de su mirada. Lucía nació y miró a su mamá a los ojos. Y algo debe haber visto en ellos, algo como una complicidad, un mensaje que iba más allá de las palabras, porque desde ese instante supo que tenía una aliada importante. Lucía tiene la suerte de tener la mamá que tiene.

Con el paso de los años, Lucía va a ser cada vez más interesante para sus amigos varones (no es que ahora no lo sea), y eso le valdrá el respeto de todos. Por ahora, le espera una larga lucha con una parte de la sociedad que trata de disciplinarla e imponerle una visión estática y simplificadora de los géneros, lo que no es sino una de las formas de la mediocridad.

jueves, 11 de marzo de 2010

Opiniones y verdades reveladas

Una opinión es una opinión. Ayer, hoy y siempre. En Atenas, en Chicago y en Venado Tuerto.

Una opinión es un pensamiento parcial, una toma de partido sobre uno o varios temas. Es subjetiva, aun cuando se nutra de grandes estudios y conocimientos. Una opinión no es una verdad: es una de tantas verdades posibles. O no es una verdad de ninguna manera.

En los últimos tiempos existe la tendencia a tomar ciertas opiniones como verdades absolutas. Esa transformación consigue resultados que encierran un riesgo importante, sobre todo porque no es inocente. Le sirve a determinado grupo de personas, especialmente las que detentan el poder económico. Que son quienes tienen, en consecuencia, la posibilidad de difundir estas verdades absolutas.

En función de esa capacidad –la de convertir opiniones en verdades y la de convencer a los desprevenidos, que son la mayoría, y también a ciertos aliados útiles– se transforma un procedimiento político válido en un escándalo, por ejemplo. O lo que es peor: en un delito.

Ayer, el Senado de la Nación Argentina transformó una opinión en una verdad revelada. La presidenta del Banco Central había actuado en contra de la opinión de los senadores opositores, y eso la transformó en delincuente.

Podemos estar o no de acuerdo en la rapidez con la que actuó Mercedes Marcó del Pont en darle curso al decreto sobre el uso de las reservas para el pago de la deuda, pero no podemos decir que cometió un delito. Que no nos guste no es motivo para echarla.

Mercedes Marcó del Pont no sólo explicó por qué lo suyo había sido actuar dentro de la ley, sino que hizo una defensa brillante de sus opiniones. Opiniones que, por supuesto, son opuestas a la de la mayoría actual en el Senado. Nadie le preguntó nada, nadie le dio oportunidad de rebatir la acusación. Hoy se aprestan a echarla, basados en opiniones que funcionan como verdades reveladas.

martes, 9 de marzo de 2010

La mejor y la peor de las cosas

El esclavo Esopo recibió de su amo Xanto la orden de ir al mercado a comprar lo mejor. Esopo volvió trayendo solamente lengua. “¿Esto es lo mejor?” preguntó Xanto. “Sin duda”, dijo Esopo, que no en vano era fabulista. “La lengua es el órgano de la verdad y la razón, y permite a los hombres entenderse entre ellos. La lengua nos une a todos. Sin la lengua no podríamos entendernos. Gracias a la lengua se construyen ciudades, gracias a la lengua podemos expresar nuestro amor. La lengua es el órgano del cariño, de la ternura, del amor, de la comprensión. La lengua hace eternos los versos de los poetas, las ideas de los grandes escritores”.

Pasados algunos días su patrón pidió a Esopo que fuera al mercado y trajera lo peor que encontrara. Nuevamente el sirviente compró sólo lengua. “¿Esto es lo peor?”, preguntó Xanto, y Esopo le dijo: “Nadie puede dudarlo. La lengua es el canal de la mentira, el chisme y las ofensas, el arma que usan los hombres para injuriarse. La lengua separa a la humanidad, divide a los pueblos. Es la lengua la que usan los malos políticos cuando quieren engañar con sus falsas promesas. Es la lengua la que usan los pícaros cuando quieren estafar. La lengua es el órgano de la mentira, de la discordia, de los malos entendidos, de las guerras, de la explotación. Es la lengua la que miente, la que esconde, engaña, explota, blasfema, insulta, se acobarda, mendiga, provoca, destruye, calumnia, vende, seduce, corrompe. Es por eso, señor, que la lengua es la mejor y la peor de todas las cosas”.

A veces pienso que pasa algo parecido con la política. Se suele culpar a la política de todos los males de la sociedad, cuando en realidad ninguna sociedad podría sostenerse sin ella. En la política se urden estafas, se engaña, se acumula poder, se miente, se manipula, se roba, se destruye. Pero con la política también se lucha, se resiste, se busca justicia y equidad, se adquiere dignidad, se desafía el poder, se brinda ayuda, se participa, se procura un mundo mejor, se construye.

Hay muchas personas que piensan que pueden vivir sin la política. Yo no soy una de ellas. Sin ser militante ni estar afiliada a ningún partido, gran parte del día lo ocupo en escuchar y leer a gente que piensa en la política, y eso produce en mi cabeza un interesante movimiento que me ayuda, entre otras cosas, a quitar la mirada de mi propio ombligo, lo que es un descanso. Tengo la suerte, también, de tener amigos y familiares con los que puedo intercambiar ideas sobre la política. Y eso me enriquece. También me agarro unas grandes rabietas, muchas veces. Lo cual confirma el paralelismo con el relato de Esopo: la política sería, en ese caso, la mejor y la peor de todas las cosas.

No se puede vivir sin la lengua, como no se puede vivir sin política.

miércoles, 3 de marzo de 2010

A desadjetivar

Sandra Russo habló hace un rato, en Radio Nacional, del abuso de los adjetivos, un mal presente no sólo en la literatura sino también en la política y el periodismo. Y no es un tema menor; por el contrario, es una buena manera de iluminar la materia.

En política, los adjetivos suelen usarse para descalificar, especialmente cuando no hay ideas o argumentos. Cuando se persiguen fines inconfesables (o confesables a medias) se adjetiva en exceso para inocular sentimientos y para generar estados de descontento o miedo, por ejemplo.

En literatura, el uso abusivo de la adjetivación empobrece. La palabra escrita tiene que provocar estados en el lector, no inyectarle contenidos o sensaciones. Los adjetivos le roban su autonomía creativa al lector. Le dan todo por hecho, masticado y pensado. Los adjetivos cierran. Las palabras no sólo tienen que “hacerle algo” al lector, también deberían ir a su encuentro abiertas, entregadas y a la vez indescifradas, para que él o ella “hagan algo” con ellas, las carguen de sentido, las transformen y se transformen a sí mismos. Casi nada.

jueves, 11 de febrero de 2010

Por siempre Marilyn (2007)

Norma Jean está destinada a ser Marilyn. Todo conspira: una sensualidad que duele, los pozos invisibles del alma que lleva tatuados en la cara, la ausencia, el desamparo, el miedo a la locura.
Norma Jean es Marilyn. Pero antes de que llegue a comprenderlo, alguien se apiada de ella. Esa mujer que aceptó cuidarla cuando tiene tan pocos años no ve que ella será Marilyn de todos modos, irremediablemente, y quiere darle otro destino.

Tan convencida está, que en su empeño arrastra al hombre de la casa. Él tiene que ser el padre que Norma Jean nunca tuvo. Darle, por su sola presencia, la seguridad que de otra forma no tendrá jamás. Suturar la herida del miedo que se ha instalado en su pequeño corazón de siete años con la intención de acompañarla toda la vida. Para eso, es necesario llevarse a Norma Jean lejos. A un lugar donde no la encuentre su madre, desquiciada sin remedio que aunque quiera no podrá cuidarla, porque una vez más habrá que internarla y mantenerla inmóvil a base de pastillas. Y la pobre Norma Jean otra vez rebotará de familia en familia, sin poder afianzar sus débiles raíces en ninguna ternura sólida.

Luego será necesario cambiarle el nombre una vez más, darle un apellido, disimularla entre los vecinos de ese barrio tranquilo donde nadie podría perder la cordura ni aunque se lo propusiera. Y si es necesario, volver a mudarse cuando todos empiecen a sospechar, a dudar de la legalidad de esa adopción.

Habrá que inventar canciones y juegos todo el tiempo, para que no se angustie, para que nunca se le ocurra tomar seconal y alcohol y llegar tarde a las filmaciones donde los compañeros la esperan horas y horas maquillados, enojados con ella, sin saber si vendrá o no por fin. Deberán cuidarla mucho, nunca dejarla sola, ni siquiera con un amigo de la familia, para que jamás se haga realidad ni el más mínimo intento de abuso.

Más tarde, cuando ya las curvas comienzan a insinuarse, habrá que apartarla de todos los lugares donde podrían descubrirla y hacer estallar los flashes frente a su linda carita. Se hará necesario vigilar los centímetros de sus tacones, cuidar que siempre estén parejos, que no provoquen ese contoneo tan particular en sus caderas. Habrá que rodearla. Acecharla. Protegerla. Mimarla. Torcer la historia para que nunca, ni en sueños, se case con ese famoso escritor mucho mayor que ella, que seguramente creerá que es mucho mejor que ella y se lo hará notar. Para que nunca, ni en sueños, crea estar enamorada de un presidente, y quiera cantarle el happy birthday en su gala de cumpleaños, dejando plantados a todos los que la esperan para seguir filmando. Para que nunca, ni en sueños, quiera hacer esos papeles de rubia tonta que sólo sabe ser secretaria o corista. Para que nunca, ni en sueños, sea Marilyn, esa increíble rubia platinada que desvela a la mitad del mundo y provoca la envidia de la otra mitad.

Será imprescindible expulsar las penas, transformarlas, darles otra cara. Alejar la oscuridad y la muerte. Ahuyentar los pájaros de mal agüero que se esconden en cada álbum de familia feliz, esa que nunca tendrá. Esconder los anuncios, prohibirle la fama.

Pero Norma Jean es Marilyn, y nada podrá impedir que llegue a serlo. El daño ya está hecho. Aunque sople las velitas en cada cumpleaños vestida de broderie, aunque todas las noches le cuenten un cuento para que se duerma entre ciervos y duendes del bosque. La magia ya empezó a funcionar, y además no hay otra como ella. Un día vendrá un fotógrafo y descubrirá sus facciones de Marilyn ocultas detrás de la cara lavada. Y entonces empezará todo. Norma Jean comenzará a ser quien es, para que todos sueñen con ella, hombres y mujeres, grandes y chicos, camioneros y senadores. Para que ríos de gente se vuelquen a los cines, para que montañas de revistas tapicen los quioscos callejeros con su hermosa cara y su cuerpo de diosa. Y todo habrá sido en vano, entonces. Porque nada será suficiente para ella, ninguna admiración, ningún deseo. Ella necesita que la quieran. A pesar de sus curvas, a pesar de sus facciones de muñeca. Ella se engaña con un destino de delantales bordados y pastel de manzanas, y es muy distinto lo que los otros ven en ella.

Un día, Marilyn dará vuelta el espejo, y no le gustará lo que ve. Toneladas de fama. Montañas de éxito. Torrentes de dinero. Kilómetros de admiración. Y nada de amor. En las notas sobre ella se hablará de su infancia difícil, de su depresión, de esa especie de inocencia madura que tiñe todos sus papeles, hasta el más anodino. Todos intentarán interpretarla, analizarla, comprenderla. Pero ella no necesita que la comprendan. Ella necesita que la quieran.

Hoy, ese hombre importante al que conocen en todo el mundo le dirá que no va más. Era previsible, él es el príncipe y ella la corista, las cosas tenían que ser así; pero en el fondo ella esperaba que no. En algún rincón de su cabeza se anidó la idea de que esta vez era posible, aunque fuera una locura. Y una vez más se quedará sola con su seconal y su alcohol, en la bonita casa que se compró en California. Se queda a soñar sus sueños de Norma Jean, todavía con esperanzas, hasta que una voz interior le dirá que no, que Norma Jean no existe, que no hay lugar en el mundo para ella.

Entonces se matará, o la matarán antes de que ella provoque un bochorno de estado, y todos los esfuerzos habrán sido inútiles o, por el contrario, habrán servido para hacer por fin, de Norma Jean, la inolvidable y única Marilyn.

viernes, 5 de febrero de 2010

Nadie me prometió un jardín de rosas

Escribir es una experiencia demoledora. A veces pienso que escribimos para entendernos mejor, pero casi siempre, para huir de nosotros mismos. Por supuesto que este último objetivo es imposible de cumplir, por muchas razones. Pero en esa distancia que tomamos con respecto al personaje, por ejemplo, ¿no hay una necesidad desesperada de gritar que no, que no somos eso, que si alguna vez lo fuimos ya no lo somos ni lo seremos más?

En las diferencias que les imponemos a los personajes para que no sean iguales a nosotros, hay una especie de despedida de todo lo que hemos venido siendo hasta el último minuto del momento en que nos sentamos a contar una historia. En ese caso, la palabra escrita serviría a la vez como renacimiento y como entierro del que escribe. Una forma, si se quiere, bastante penosa de volver a inventarse.

jueves, 4 de febrero de 2010

Miradas

“Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye”.

Esta cita pertenece a Odo Marquard (Filosofía de la compensación: estudios sobre antropología filosófica). Está en un libro que acabo de leer, “El perdedor radical”, de Hans Magnus Enzensberger: un ensayo sobre los sujetos que de pronto parecen enloquecer de odio y matan a su familia o a sus compañeros de colegio, y también sobre los grupos fundamentalistas que actúan en base al odio. En el capítulo 3, donde está la cita de Marquard, Enzensberger dice: “El progreso no ha eliminado la miseria humana, pero la ha transformado enormemente. En los dos últimos siglos, las sociedades más exitosas se han ganado a pulso nuevos derechos, nuevas expectativas y nuevas reivindicaciones; han acabado con la idea de un destino irreductible; han puesto en el orden del día conceptos tales como la dignidad humana y los derechos del hombre; han democratizado la lucha por el reconocimiento y despertado expectativas de igualdad que no pueden cumplir; y al mismo tiempo se han encargado de exhibir la desigualdad ante todos los habitantes del planeta y en todos los canales de televisión durante las 24 horas de día. Por eso, la decepcionabilidad de los seres humanos ha aumentado con cada progreso”.

jueves, 28 de enero de 2010

El calor es sed

Sed en la garganta,
en las manos,
en las rodillas
y en toda la piel.
Sed en las persianas bajas,
en el noticiero,
en las plantas carnívoras,
en los discursos,
en las lámparas de bajo consumo.
Sed al despertar,
sed antes de beber,
sed después de beber,
sed mientras calmamos la sed,
sed luego de la sed.
Sed en el agua,
en la comida fría de ayer,
en el desayuno y la cena,
y sed
en esa ciruela roja,
jugosa,
madura,
sedienta,
que delira por el calor.

martes, 26 de enero de 2010

Hasta dónde hemos llegado

Tan lejos llega el afán de Duhalde para agradar a la derecha más recalcitrante, que hasta Macri está a la izquierda de él.

sábado, 23 de enero de 2010

El palo y la rueda

El descubrimiento de la rueda fue uno de los pasos más importantes para la humanidad, mucho más que el alunizaje. El palo, en cambio, estaba ahí, rotundo y lineal, listo para ser usado, mucho antes de que a alguien se le ocurriera la necesidad de fabricar herramientas. En las manos de nuestros antepasados era un poderoso disuasivo frente a los enemigos, o un machete sin filo que permitía apartar las malezas, o una antorcha para mitigar la oscuridad de las cavernas. La rueda acortó distancias y se hizo aliada de los humanos en su lucha contra la fuerza de gravedad. Es un invento único e insuperable, porque permite ir hacia delante, fabricar, construir, hacer realidad los sueños. Y es insustituible en muchos casos, aun en la era de la navegación aérea.

No sé cuántos años habrán pasado desde que la humanidad contó con la rueda. Sólo sé que muchos años después, una gran parte de esa humanidad está dignificando el palo como la herramienta sofisticada por excelencia.

viernes, 22 de enero de 2010

Carta a Victoria Donda

Querida Victoria:

Sé que es improbable que leas esta carta, pero la escribo como si estuviera segura de que alguna vez pudiera llegar a tus manos.

No creo que te acuerdes de mí. Hace varios años estuvimos juntas alrededor de una mesa junto a otras personas, en una circunstancia muy especial de tu vida. Fui espectadora involuntaria de tu emoción cuando no pudiste contener las lágrimas, y no era para menos. No se trataba solamente de comprar una vivienda, sino de toda la historia que había detrás de ese paso. A partir de ese momento, el árido trámite se transformó en otra cosa.

En parte por eso, pero más todavía por el cariño que siento por las personas que han recuperado su identidad —y el lugar en la sociedad que les arrancó la dictadura—, desde ese día presté especial atención a tus apariciones en los medios, muchas veces junto a Juan Cabandié. Con admiración y ternura veía tu crecimiento, la superación de cierta timidez inicial, tu formación como cuadro político.

En aquella reunión estaba también una de mis hijas, la que vivió en la casa en la que creo que todavía estás vos. Mis hijas tienen más o menos tu edad, y hoy podrían tener otros nombres y no saber que son mis hijas. Tuve suerte.

Los cambios en tu trayectoria política te llevaron a un lugar desde el cual hoy manifestás tus cuestionamientos hacia una gestión de gobierno que es continuidad de aquél con el cual, en otros momentos, trabajaste codo a codo. Algunos de esos cuestionamientos son cosas que yo podría firmar, con sus más o sus menos. Pero hay algo que no entiendo, por más que me esfuerzo.

Ayer, en Canal 7, le dijiste a Orlando Barone que estabas orgullosa de haber presentado una denuncia penal contra la presidenta. Y ahí es donde trato de entender pero no lo consigo. Se puede estar orgullosa de muchas cosas, particularmente de aquellas que exigen un compromiso y un esfuerzo especiales. Pero, Victoria, francamente, no creo que hoy sea muy difícil atacar a Cristina Fernández. ¿Orgullosa por qué?

Estoy segura de que hay muchas cosas (más de las que decís en público) que le reconocés a este gobierno. Vos sabés que en estos siete años se hicieron cosas que nadie había hecho hasta ahora, y sobre todo, que muchos de nosotros anhelábamos. Y cuando digo nosotros, te incluyo. No dudo de que hay otras agrupaciones políticas que quieren avanzar sobre lo hecho, y superarlo; pero éste es el gobierno que, por una constelación de factores, supo y pudo hacerlo. Y es por eso que, aún con todas las macanas que ha hecho, yo estoy convencida, cada vez más, de que hay que apoyarlo.

Claro, lo mío es fácil: yo no pertenezco a ningún partido político, no soy un cuadro ni nada que se le parezca. Pero si lo fuera, creo que trataría de saber distinguir dónde está el enemigo. Me parece que podría hacer críticas y presionar para que el gobierno tome medidas más radicales, por ejemplo. Pero nunca lo atacaría. Nunca me sumaría al pelotón de “limadores”. No podría firmar una denuncia penal contra Cristina, aunque no estuviera de acuerdo, como en tu caso hoy, de que se pague la deuda externa.

Te preguntarás qué me lleva a decirte todo esto. Es muy simple: creo que sos de buena pasta. Tal vez todavía te falte un poco de distancia para ver alguna cosas, pero creo que sos una buena persona. No creo que se te haya ocurrido a vos la idea de una denuncia penal contra el gobierno. Y —perdoname por la insolencia— no te creo cuando decís que estás orgullosa de haberlo hecho.

Con cariño y respeto,

Luisa Axpe

martes, 19 de enero de 2010

Lateralidades

Es cierto que las cosas nunca son blanco o negro. Pero en este asunto de la izquierda y la derecha, por ejemplo, hay una discusión interminable desde que apareció cierta posición que pretende ser superadora y que creo que no pasa de ser pretenciosa.

De un lado y de otro (por no decir: desde la izquierda y desde la derecha) se cuestiona el uso de estas categorías. Por ejemplo, para cierta izquierda argentina nunca es suficiente lo que hace el gobierno, nada alcanza como para apoyarlo o acompañarlo, aunque sea en los trazos gruesos.

La derecha, ni hablar: nadie que es de derecha, en este país, se reconoce como tal. Y digo este país, porque esta pequeña reflexión de hoy surgió de algo que me llamó la atención en el discurso de Piñera, el presidente electo de Chile.

Piñera dijo que esta vez el centroderecha era mayoría. Lo dijo así: el centroderecha, suavizado por esa especie de prefijo que ahora usamos todos, pero sin ocultar lo medular, lo que define su posición ideológica, que es naturalmente de derecha. Y si él lo dice, así será.

Podemos seguir enredándonos en discusiones insolubles, defender purismos extremos o tratar de ser “ecuánimes”; pero la izquierda y la derecha siguen estando ahí, mal que les pese a algunos compatriotas que sienten que es ofensivo ponerle un nombre a su ideología.

domingo, 10 de enero de 2010

Gracia

Ese estado, como cuando se está escribiendo una historia y se la lleva encima a todas horas, con el cuaderno sobre el estómago o sobre las rodillas, de a ratos en la pantalla, yendo y viniendo, haciendo y deshaciendo, no la inmediatez de un texto diario o de un comentario en un blog, no una carta que se escribe de un tirón porque todo que decimos allí es verdadero y comprobable, por el contrario, esa exaltación del relato que se va descubriendo a sí mismo, que crece, se desdobla y se transforma siempre en otra cosa que todavía no sabemos bien qué será, pero siempre fiel a su origen, esa preñez que no se quiere terminar, que se alimenta en secreto, con egoísmo, acariciando el vientre para sentir los movimientos ocultos de aquello que crece, esa penuria constante, esa locura que consigue el milagro único de borrar todos los ruidos, esa alegría, esa borrachera.

sábado, 9 de enero de 2010

Vértigo

Tenía las ideas para un cuento, creía que había encontrado el tono (o estaba a punto de hacerlo), y también había logrado poner entre paréntesis por un rato los avatares de la vida política del país; pero lo que no conseguía hacer era perderle el miedo al cuento, ese vértigo anterior al momento de sentarse, suspender las dos manos sobre el teclado y empezar.

Ejercicios imposibles

Se puede apagar la radio, pero qué difícil es apagar la realidad por un rato.

lunes, 4 de enero de 2010

No falla

Cada vez que siento opresión en el pecho y, por más que me esfuerzo en respirar más hondo, el aire tan ansiado parece que nunca termina de llegar a mis pulmones, antes de llamar al médico o perderme en devaneos acerca de la angustia miro la página del servicio meteorológico. Nunca falla: la presión atmosférica está baja. Eso significa que el aire no tiene, en esos momentos, la cantidad de oxígeno que estamos acostumbrados a recibir. Y aunque parezca mentira, a pesar de que los síntomas persisten por un rato (hasta que el organismo se resigna y se acostumbra a funcionar en la escasez), esa información me tranquiliza. Lo que no es poco.