domingo, 28 de septiembre de 2008

La tentación de las hipótesis

Suelen acusarme de ser demasiado racional. No es una acusación, se parece más al señalamiento de un déficit. Con frecuencia me encuentro justificando mi falta de fe en cosas tales como la religión, los fantasmas, las hadas, la energía cósmica, la astrología y temas por el estilo. Y sin embargo, acaso contradictoriamente, no dejo de caer en la tentación por las hipótesis. Siempre como hipótesis, claro. Me gusta, por ejemplo, jugar con la idea de que el tiempo es algo completamente distinto a lo que pensamos, que tiene una entidad fraccionable en infinitas porciones coexistentes, y que eso explicaría un abanico de fenómenos que van desde el déja vu hasta los ovnis. No es que lo crea: es una hipótesis.

Hace poco vi un documental que contenía una idea interesante: la de que el corazón tiene memoria. En sucesivos testimonios, varios transplantados juraban que sus personalidades, gustos y tendencias habían cambiado, y ahora se parecían al donante en muchos más aspectos de los que serían razonables por el azar. La mujer que nunca había tomado cerveza se moría por ella, el semianalfabeto se ponía a escribir poemas, el comerciante se transformaba en atleta. Por supuesto, es una hipótesis no probada, mirada con escepticismo por muchos científicos. Pero, ¿y si fuera así?

En este punto, el interés científico se desvanece y deja paso al humor negro. Porque se me ocurre, por ejemplo, que si fuera así, lo pensaría dos veces antes de recibir el corazón de un suicida.

No hay caso: no puedo tomarme esto en serio, ni siquiera hipotéticamente.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Orilleros

En ese punto donde limitan con el río, los suburbios y la ciudad tienen por frontera un puente rojo de hierro. Está hecho con viejos materiales ferroviarios y se puede cruzar solamente a pie. Esta mañana era muy temprano, y estaba cerrado; lo supe bastante antes de llegar, pero me distrajeron unas figuras que se recortaban a lo lejos, cerca del agua. Al principio me pareció ver algo como un espantapájaros, un monigote con capucha, la cabeza gacha y casi inmóvil. Otros dos personajes se acercaron más tarde, o estaban por ahí cerca, ocultos por una especie de lomada, del lado del río. Di la vuelta mientras trataba de descifrar lo que estaba ocurriendo, pero sin detenerme, por las dudas. Parecían estar jugando, tal vez bajo los efectos de algún estimulante. No sé si se reían, pero hablaban con mucha excitación; a pesar de la distancia, se escuchaban exclamaciones. Uno de ellos tenía puesto algo parecido a una capa roja, y se movía como si quisiera imitar el vuelo de un superhéroe. Por un momento pensé que estaban ensayando una representación teatral. Esa idea pronto se transformó en algo que, no sé por qué, se me ocurrió que era siniestro: estaban actuando. Tal vez la única espectadora era yo, y ni siquiera me había quedado ahí para mirar. Pero era como si quisieran decir algo. Seguí caminando; en el último momento, casi con el rabillo del ojo, me pareció verlos enzarzados en una danza en la que tenían un protagonismo especial dos afilados cuchillos que reflejaban los primeros rayos del sol de la mañana.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Seguridad

Afilaron todos los cuchillos, mandaron hacer rejas a medida, instalaron alarmas, colgaron una ristra de ajos junto a la puerta, pusieron trampas para ratones y veneno para cucarachas, cargaron las armas, cerraron los paneles de alambre tejido y las contraventanas, encendieron reflectores, dejaron una fogata en el patio, rociaron el pasto con un líquido especial contra las moscas, dispusieron espirales matamosquitos por toda la casa, engrasaron el suelo cerca de la entrada con una pasta que hacía imposible caminar sin resbalarse y electrificaron los bordes de la azotea. Pero nunca supieron qué peligros los acecharían en sueños.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Vacío

Ese momento del día, cuando el interesante proyecto que acariciamos por la mañana se volvió imposible, o dejó de entusiasmarnos, o resultó ser tan fácil de realizar que su concreción duró apenas unos segundos más que el tiempo que nos llevó soñar con él.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Metamorfosis

Esa ventana que está ahí era la del otro costado, donde antes había un pequeño balcón, cuyas rejas ahora forman parte del cerramiento de la terraza. La puerta, en cambio, era la que daba a la galería de atrás. La ventanita de la cocina la sacamos del lavadero, en donde pusimos la del patio izquierdo. Donde está ese ventanal, antes había una puerta doble, que ahora está en la galería de adelante. Esa puerta, antes, había estado en la pared que da a la huerta. No estamos en condiciones de reconstruir por completo el estado inicial de la casa, pero creemos que existen altas probabilidades de que, muy pronto, todo vuelva a estar como al principio. Quién sabe.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Mismas vocales

-Luli, ¿no tenés frío?
-No, pero tengo hipo.

Ignorancia

En un cuenco fresco dejado a la sombra, entre las matas de hierbas crecidas junto al arroyo, se hallaba la miel más prodigiosa del mundo; pero las moscas no lo sabían, y por eso, en lugar de deleitarse con su sabor –que, sin duda, debía ser exquisito–, se amontonaban entre los restos endurecidos de desayunos ya rancios, engullendo lo que quedaba de sus tostadas con mermelada y manteca sobre manteles de hule viejos.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Anhelo

Y después, cuando todos se reúnen alrededor del fuego y empiezan una vez más las conversaciones de siempre, los temas que ha escuchado hasta el cansancio, y soportado, y sufrido hasta el cansancio, no pierde las esperanzas de que alguna vez, en algún tiempo lejano, puedan hablar de algo distinto, algo que no tenga que ver con la nostalgia, ni con las quejas, ni con el enojo, ni con el aburrimiento, ni con la envidia, ni con el hambre, ni con el resentimiento, sino de algo que, en lugar de hacer languidecer la noche por sobre sus cabezas, en lugar de adormecer el deseo, en lugar de enfriar el tiempo hasta el desmayo, avive las llamas y alimente el fuego.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Endorfinas

Es una sensación como de estar flotando. O más aún, de estar volando. Pero es un volar adentro de uno mismo, como si el interior se expandiera y allí tuviera cabida el universo entero, encarnado en la propia consciencia. Algo se abre con un ligero cosquilleo que permanece ahí, aleteando, promoviendo más movimientos expansivos, y cuanto más expansivos más livianos. Entonces es como si la mente se pusiera en puntas de pie para tratar de alcanzar lo que está más allá, y en ese estirarse provocara una sensación placentera en todos sus músculos, y quisiera seguir en ese estado que es a la vez de expectativas y de ausencia de deseo, en el sentido de que no importa la satisfacción porque ese movimiento es en sí mismo satisfactorio y pleno, porque se basta a sí mismo, y no tiene principio ni fin. Y no importa lo que suceda, o dónde nos encontremos, o qué estemos haciendo, es así. Siempre es así en los momentos que podríamos llamar de felicidad.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Investidura

El de la ferretería lo había dicho en broma: ahora usted va a salir de aquí con esto en la mano, agrediendo al público. O puede ir practicando esgrima. Me reí por la ocurrencia, pero cuando salí a la calle sentí que ese objeto tenía lo suyo. No es algo común llevar en la mano un barral de madera de dos metros de largo. En la ferretería, o más tarde, cuando estuviera colocado en la pared como corresponde, era algo que servía para sostener una cortina. Pero en ese momento era otra cosa. Algo que intimidaba. Algo con lo cual se podía lastimar. Algo que confería un poder especial. Un arma defensiva, tal vez, para sentirse más seguros en los tiempos que corren. Cuidado con el que se atraviese conmigo. Me pareció que la gente se apartaba sutilmente a mi paso. Cuando entré al quiosco, dos chicas que estaban charlando se quedaron calladas, y hasta sentí la necesidad de aclarar que no pensaba hacerles nada. Medio en broma, también, pero por las dudas.

Hasta los objetos más inocentes pueden investirse de maldad.

martes, 2 de septiembre de 2008

Primera fila

Cómo cantan los pájaros este año, pensé. Están como enloquecidos, parece como si quisieran hacerse oír por sobre los ruidos de la calle. O tal vez hay más pájaros que antes, me digo, quién sabe, los cambios climáticos pueden haber desencadenado una serie de respuestas atípicas en el reino animal. Eso estaría bueno, aunque me asusta un poco. De pronto, Hitchcock me viene a la mente. Decenas de pájaros rodeando la casa, volando sobre nuestras cabezas, enrareciendo el aire, llamándose entre sí con gritos ensordecedores. Pero no, estos cantan con amabilidad. No parecen dispuestos a acosar a nadie. El otro día, un zorzal traspasó los límites del jardín de la casa de unos amigos, y se paseó un rato por la cocina, buscando migas. Pero apenas advirtió que lo mirábamos, se fue. Y sin embargo, los oigo cantar más que antes. Entonces, me acuerdo. Antes vivía en un piso catorce y ahora estoy a sólo un piso de altura, cerca de las copas de los árboles que crecen en la calle y en los fondos de las casas vecinas. Y los pájaros cantan en las ramas de los árboles. Entonces no es que cantan más, es sólo que estoy, cómo decirlo, más cerca del escenario.