sábado, 6 de septiembre de 2008

Ignorancia

En un cuenco fresco dejado a la sombra, entre las matas de hierbas crecidas junto al arroyo, se hallaba la miel más prodigiosa del mundo; pero las moscas no lo sabían, y por eso, en lugar de deleitarse con su sabor –que, sin duda, debía ser exquisito–, se amontonaban entre los restos endurecidos de desayunos ya rancios, engullendo lo que quedaba de sus tostadas con mermelada y manteca sobre manteles de hule viejos.

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