sábado, 27 de septiembre de 2008

Orilleros

En ese punto donde limitan con el río, los suburbios y la ciudad tienen por frontera un puente rojo de hierro. Está hecho con viejos materiales ferroviarios y se puede cruzar solamente a pie. Esta mañana era muy temprano, y estaba cerrado; lo supe bastante antes de llegar, pero me distrajeron unas figuras que se recortaban a lo lejos, cerca del agua. Al principio me pareció ver algo como un espantapájaros, un monigote con capucha, la cabeza gacha y casi inmóvil. Otros dos personajes se acercaron más tarde, o estaban por ahí cerca, ocultos por una especie de lomada, del lado del río. Di la vuelta mientras trataba de descifrar lo que estaba ocurriendo, pero sin detenerme, por las dudas. Parecían estar jugando, tal vez bajo los efectos de algún estimulante. No sé si se reían, pero hablaban con mucha excitación; a pesar de la distancia, se escuchaban exclamaciones. Uno de ellos tenía puesto algo parecido a una capa roja, y se movía como si quisiera imitar el vuelo de un superhéroe. Por un momento pensé que estaban ensayando una representación teatral. Esa idea pronto se transformó en algo que, no sé por qué, se me ocurrió que era siniestro: estaban actuando. Tal vez la única espectadora era yo, y ni siquiera me había quedado ahí para mirar. Pero era como si quisieran decir algo. Seguí caminando; en el último momento, casi con el rabillo del ojo, me pareció verlos enzarzados en una danza en la que tenían un protagonismo especial dos afilados cuchillos que reflejaban los primeros rayos del sol de la mañana.

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