domingo, 11 de enero de 2009

Climas

Sin ver muy bien lo que hacía, Gregorio apuntó hacia el televisor con el control remoto del aire acondicionado y pulsó el botón de la temperatura hasta bajarla en dos grados. El canal en el que estaba sintonizado ponía siempre películas sentimentales y empalagosas, y ésta no era ninguna excepción. El protagonista, James, era un hombre trabajador y sufrido, padre de varios hijos que lo esperaban todas las tardes para compartir agotadoras sesiones de juego con él. Por supuesto, jamás se negaba. En el momento de accionar el control, James sonreía en cuatro patas con la menor de sus hijas sobre la espalda. A Gregorio le pareció que algo cambiaba en la expresión de ese rostro, como si la sonrisa hubiera perdido algo de la dulzura anterior. El volumen estaba un poco alto. Distraído, volvió a usar el control equivocado y la pantallita marcó una temperatura de veintidós grados. En la película, la familia estaba reunida alrededor de la mesa, cenando. Gregorio notó una diferencia en la voz de James, algo como un endurecimiento. El tono era distante; las respuestas, casi circunstanciales.
–Esta mañana operaron al hijito de la señora Murray, quién sabe si volverá a caminar –dijo, apenada, su mujer.
–Ahá –contestó James. Y siguió comiendo como si nada.
Sólo por ver qué pasaba, Gregorio apuntó una vez más hacia la pantalla con el control de temperatura, pero esta vez la aumentó en cuatro grados.
–¡Oh, no! –dijo esta vez James con voz desgarradora, luego de entender cabalmente lo que su mujer le contaba acerca del hijo tullido de su vecina. –¡No el pequeño Tim, no, pobrecito! ¡Dios mío, ayúdalo!– decía, mientras las lágrimas corrían por la cara bronceada. Y cosas por el estilo.
Gregorio opinó que ya era suficiente. Decidido, apuntó por cuarta vez y dejó la temperatura del televisor en dieciocho grados. Así aprenderían.

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