miércoles, 24 de octubre de 2012

Alternancia

El teclado de mi computadora huele a ajo y, a veces, a rúcula y a cebolla. Puede pasar que, en el medio de la preparación de una comida, se me ocurra la continuación de un cuento; y la urgencia por escribirlo antes de que la idea se esfume es tan grande que apenas tengo tiempo de secarme las manos con un repasador. También suele suceder que, en medio de la escritura, me dé hambre; por lo general, cuando eso me ocurre, viene acompañado por el deseo de algo en particular, muchas veces de alguna preparación rápida, que requiere pelar ajos o cebollas, o picar aceitunas o rúcula. Así que, con la seguridad de que puedo volver a este puerto en cualquier momento, abandono la escritura y me interno en los olores de la cocina, y los dedos se me impregnan de aromas deseables. Es una buena manera de cocinar. O de escribir, que es casi lo mismo.

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