viernes, 13 de julio de 2012

Otro sueño

–Epinefrina –dijo el médico. Sí, claro, pensé yo. Que me inyecte lo antes posible. Me costaba respirar; lo hacía con la boca abierta, y podía escuchar mis propios ronquidos a través del sueño. El médico abrió una vitrina y sacó una ampolla. Vamos, pronto, pensé o dije, o ambas cosas. Pero él no se decidía. Magia, pensaba yo, que haga magia. Quiero respirar bien. Entonces me di vuelta sobre el costado, o cerré la boca, y la dificultad empezó a ceder. Sin embargo, yo seguía deseando esa inyección. El médico esperaba; era evidente que se había dado cuenta de que yo respiraba mejor, y no había modo de ocultárselo. De alguna manera entendió mi deseo oculto, porque se sintió obligado a explicar. Que era como tomar algo para dormir, dijo. Qué bien, pensé yo, completamente ignorante de que una inyección de epinefrina es como una dosis extra de adrenalina. Eso, quiero eso: magia. Pero no hubo caso; el médico no se dejó convencer, y yo me quedé sin mi epinefrina por el resto del sueño, y de la noche.

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