Nunca había visto un color en su vida. Y de todas las cosas que era posible ver, ésa era la que más le intrigaba. Podía entender lo que era una forma; de hecho, sus manos distinguían lo redondo de lo plano, lo pequeño de lo grande, lo puntiagudo de lo suave. Podía saber si algo estaba arrugado o completamente liso. Si estaba hecho de alguna trama, como los tejidos, o era totalmente compacto en apariencia, como una hoja de papel. Si se abría al mundo como una flor, o permanecía cerrado, vuelto sobre sí mismo hasta que alguien lo rompía, como un huevo. Pero los colores, eso no sabía de qué se trataba. Por eso, todos los días le pedía a alguien que le dijera de qué color era cada cosa.
Una noche, alguien en la casa afiló demasiado el cuchillo de cortar pan; y así fue como aprendió que rojo era algo pegajoso, caliente y que dolía al tocarlo.
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