Para muchos de mi generación, el libro de Eduardo Galeano "Las venas abiertas de América Latina" fue, en su momento, una lectura imprescindible. La idea de esas venas drenando riquezas hacia el continente europeo (en los años de la conquista), escrita en forma poética, nos hipnotizaba y a la vez nos movía a hacer cosas. (Curiosamente, la expresión “venas abiertas” se parece mucho a “abrirse las venas”, equivalente ya no a terribles actos de expoliación por parte de una potencia dominante, sino a un acto autoinflingido. Como el que cometería alguien que no puede sobreponerse a las exigencias de un “superyó” freudiano, punitivo y malvado).
Hace menos de un mes, una especie de trombosis taponó las rutas de nuestro país, provocada por los gestos sobreactuados de nuestros productores rurales que decretaron que “por tiempo indeterminado” tuviéramos desabastecimiento, con la consiguiente alza de los precios y el desperdicio de leche y otros alimentos del que ya hablé. Fueron apoyados con más regocijo que indignación desde algunos sectores urbanos, por los representantes de un gorilismo agazapado que –no nos engañemos– está siempre ahí, en espera de poder salir a los gritos contra cualquier autoridad que no los represente “comme il faut”.
Hoy, el humo, como una burla, se ha instalado en nuestras vidas. Se supone que el origen es la quema de pastizales para renovar los campos de pastoreo, una vez más a causa de que las vacas han sido acorraladas por Su Majestad La Soja. Y más allá de que muchos de nosotros experimentamos los síntomas de una gripe, y de que no nos deja ver casi nada, el humo parece estar decidido a mostrarnos algo. Porque no es sólo esa especie de niebla maloliente lo que nos impide la visión, sino nuestra tendencia a creernos todo lo que nos dicen, especialmente desde los medios masivos. Sí, los mismos que se quejan de que el gobierno intenta coartar su libertad de expresión.
Por el humo se cortan hoy también las rutas, y hasta el puerto y las llegadas al aeroparque. Algunos camioneros pasan igual, a pesar de las advertencias y de los operativos dispuestos para evitar tragedias. Quieren llegar. Y eligen la peor manera. Nuevamente, el transporte de productos se ve frenado. Las venas siguen abiertas y las riquezas continúan derramándose; pero con nuestra ceguera (no la del humo, sino la permanente) se hace muy difícil saber de dónde nos viene esta vocación por el suicidio.
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