Cantaba para adentro. Afinaba bien, y tenía una voz naturalmente agradable y armoniosa. Muchas veces le habían dicho que dejara atrás su timidez, que cantara de modo que otros pudieran disfrutar de su arte. Pero era más fuerte que él. De sólo pensar en tener frente a sí un montón de gente escuchando, se estremecía. Por eso, cantaba solamente para adentro. Un día, un sonido apagado, caótico, fue avanzando desde algún sitio en su interior, transformándose en un tableteo suave y a la vez chasqueante que enseguida reconoció: eran aplausos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario