Lucía, de cuatro años, viene a pasar la noche conmigo.
–Te voy a gastar –me dice.
–¿Cómo que me vas a gastar?
–Sí, voy a jugar tanto que vas a quedar así (hace la parodia de alguien desmayado de agotamiento).
–¿De dónde sacaste eso? –digo.
Se le ilumina la cara al encontrar la respuesta:
–De un buzón.
La miro con una mezcla de risa y sorpresa.
–No existís –le digo.
No se hace esperar:
–Si no existo, no hablo. ¡Pero estoy hablando!
Y sí, quedé gastada.
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