lunes, 12 de mayo de 2008

Intemperie

En el refugio somos pocos, pero estamos amontonados como si el espacio fuera escaso. Necesitamos estar así, bien cercanos. Tocarnos, olernos, saber qué dice cada uno, cambiar opiniones. Protegernos, buscar líneas de pensamiento. Pensar cursos de acción para cuando nos toque salir. Este aislamiento transitorio nos produce alivio, porque estar afuera, hoy, es muy difícil. Lo comprobamos cada vez que salimos. Grupos de gente disfrazada, con máscaras pesadas que parecen haber sido moldeadas a golpes, y portando estandartes de muchos colores que no alcanzan a engañarnos, amenazan con llevarnos por delante cada vez que asomamos la nariz. Gritan, aúllan. Más que nada, repiten. Dicen las mismas frases llenas de preconceptos, escuchadas en los altavoces que aturden todo el tiempo, que no dejan pensar. Inventan monstruos, de ésos que, de tanto ser convocados, podrían llegar a ser reales. Y sobre todo, odian. Odian con todas sus fuerzas. Así que, mientras podamos, vamos a seguir así, unidos como nunca, hasta que se nos ocurra algo, hasta que a alguien, afuera, se le desgarre el disfraz y todo el mundo pueda, por fin, verlo desnudo.

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