viernes, 30 de mayo de 2008

Cansancio

Motas de polvo. Ojos abiertos mucho tiempo antes de que salga el sol. Secos, irritados. Hambre a media mañana, porque el desayuno quedó muy lejos. Deudas inesperadas, como la de esa factura que nunca llegó, ahora reclamada por teléfono con una seca grabación automática. Que si quiero, puedo pagarla telefónicamente. Con la tarjeta de crédito, sí. A este número. Rápido, papel y bolígrafo. Trámites interminables que nunca entenderé, de ésos que necesitan especialistas. Agrimensores. Contadores. Escribanos. Agentes inmobiliarios. Nombres tan feos como “cédula catastral”. Quién puede tener ganas de obtener una cédula catastral. Yo no. Yo quiero tener amigos, el afecto de la familia, libros, música, un lugar con luz. Pero nunca se me ocurriría ambicionar una cédula catastral. Jamás, ni en mis sueños más devaluados. Pero hay que hacerlo, dice el agente inmobiliario. Hay que hacerlo, dice el escribano. Hay que hacerlo, dice el contador. A quién voy a engañar: en la mayoría de los casos, me limito a enviar datos por email. Pero hay que encontrar esos datos, eh. Hay que buscar la valuación fiscal en la boleta del impuesto inmobiliario. Hay que copiar los polígonos y las parcelas y las subparcelas. ¿A quién se le ocurren todos estos horrores? A mí, no. Pero hay que hacerlo. Sí, hay que hacerlo.

2 comentarios:

Eduardo Abel Gimenez dijo...

Se ve que nunca tuviste una cédula catastral, por eso hablás tan despectivamente.

Luisa Axpe dijo...

Lo que se dice sangrar por la herida, ¿no?