miércoles, 29 de octubre de 2008

Todo sea para bien

No se ponga nerviosa, me dice el albañil. Ya hace quince días que le pedí un presupuesto. Ilusa de mí, pensaba que a más tardar a los dos días estarían trabajando; pero no. Me siento una invasora sin lugar propio para vivir desde hace más de tres meses, ahora tengo las llaves de mi casa pero no puedo mudarme hasta que no estén avanzadas las reformas, y él me dice que no me ponga nerviosa. Con su tono más simpático, me lo dice. Y ni siquiera me puedo enojar, a ver si todavía me planta definitivamente. Cuando me pasa el presupuesto, casi me da un infarto. Consulto. No, es lo habitual, me dicen los que saben. Apruebo el presupuesto casi infartante. Al rato llamo al de los pisos de parquet, un viejo conocido. Por esas cosas de la confianza, se sabe. Nosotros hacemos de todo, me dice, también albañilería. No tengo idea de cuánto me cobraría, pero igual ya es tarde: arreglé con el albañil bonachón y sus secuaces para esa misma tarde. Por esas cosas de la confianza, claro. Y todavía me falta el presupuesto del pintor, y el del plomero, y el del electricista. Inmediatamente, se me aparece una imagen de mí misma con los ojos vendados y un par de esposas en las muñecas, los brazos adelante, totalmente entregada.

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