Mientras vivía en el bosque, creía que tomar distancia de ese sitio sería suficiente para dejar atrás los fantasmas. Las ánimas santas, los muertos peregrinos, las brujas, las luces malas que aparecían de noche, especialmente cuando estaba solo. Los miedos vivían allí, sólo allí, donde debería sentirse seguro y protegido. Por eso se asomaba a la carretera, apenas un camino de tierra endurecida por el que pasaban, traqueteando, escasos coches polvorientos.
Un día, el destino lo puso en una de esas rutas, lo llevó en un barco oscuro como el vino a través del mar, lejos, muy lejos. Inabarcablemente lejos. Conoció el mundo, y el mundo lo conoció por sus hazañas. Creó universos. Hizo magia, una magia nueva e inextinguible. Y finalmente, descubrió que todas las tierras son la Tierra; porque los fantasmas del bosque seguían allí, donde quiera que él estuviese.
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