martes, 14 de diciembre de 2010

Saturación de lo real

Las primeras noticias de la mañana cayeron con cierta morosidad, como si supieran que había suficiente espacio fresco para sentirse como en su casa y, al cabo de unos instantes, terminar disolviéndose sin inconvenientes.

Las que siguieron ya se encontraron con este estado de disolución previo que, no obstante, las recibía con naturalidad, las analizaba e intercambiaba datos, hasta que pasaban a formar parte, ellas mismas, de ese estado.

La disolución tenía, a esas alturas del día, una densidad considerable. Algunas partículas de información quedaban por unos minutos en suspensión antes de integrarse por completo, contribuyendo así al desarrollo de una sensación de extrañeza incipiente: los cabos sueltos tardaban en encontrar su camino, y había que hacer algunas piruetas para conseguir que todo eso se transformara en un cuerpo coherente.

Con el correr de las horas, las noticias no sólo aumentaron en número sino en dureza. Era muy difícil lograr disolverlas, quedaban girando en la superficie sin terminar de caer. Algunas de ellas se reunían allí arriba y parecían agruparse en una gestalt con cierto sentido, pero muy pronto eran empujadas por las nuevas, que las volvían a dispersar. Y por más vueltas que se le diera, lo único que se lograba era que llegaran al fondo completamente divorciadas hasta formar una capa inestable, como el manto arenoso de un lago de aguas turbias.

Al anochecer, la materia ya disuelta no admitía más información. Algunos crímenes quedaron afuera, así como las declaraciones de cierto jefe de gobierno que a su vez le respondía a un ministro que a su vez opinaba sobre lo que había dicho el embajador; y al final de día, agotada ya la capacidad de procesar semejante cantidad de partículas, las últimas noticias se convirtieron en los restos diurnos de una pesadilla, en medio de una noche sueño agitado que no iba a servir, de ninguna manera, para enfrentar el nuevo día.

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