Esto es lo que sabemos: está la galería, y está el otro lado de cada puerta.
Todas las puertas que dan a la galería están cerradas la mayor parte del tiempo, y sólo se abren cuando llega el momento de que uno de nosotros pase al otro lado.
Cuando estamos del otro lado no recordamos la galería. Tampoco somos capaces de imaginarla, porque no se trata de estar en otro sitio, sino de estar antes o después. Las vidas que tenemos de ese lado de la puerta no tienen nada que ver con las que transcurren en la galería. O eso es lo que creemos. No hay manera de saberlo, porque estando allí ignoramos por completo que hay otras vidas. Tampoco nos enteramos de lo que sucederá cuando se cumpla el plazo de nuestra estadía ahí, porque no sabemos que hay un plazo. Simplemente, aparecemos de nuevo en la galería.
En la galería somos hoy. Fuera de la galería está la libertad, el espacio infinito. Pero nos quedamos cerca de las puertas, esperando que se abran y nos sea dada esa vida que está preparada para cada uno de nosotros, y que regirá nuestros movimientos todo el tiempo que pasemos del otro lado.
Mientras, miramos hacia el espacio libre e inhabitado, soñando con que alguna vez nos atreveremos a avanzar sobre él, imaginando cómo sería la existencia sin todas esas puertas decidiendo por sí mismas, dibujándonos destinos posibles que, al fin y al cabo, nunca son del todo nuestros.
2 comentarios:
Qué bueno, Luisa. Muy kafkiano y, a la vez, transparente.
Me encantó.
Abrazo
Ana de V. C.
¡Gracias, Ana!
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