Desde los actos por la memoria del 24 de marzo pasado, vengo escuchando distintas voces, tanto entre el periodismo estrella de los medios monopólicos como en representantes de una parte de la izquierda argentina, que coinciden en la palabra apropiación.
Apropiación es un término utilizado desde hace más treinta años por los organismos de derechos humanos para referirse al robo de bebés durante el genocidio cometido por la última dictadura militar argentina. Los cientos de matrimonios que, a sabiendas de que se trataba de hijos de desaparecidos sustraídos a sus familias, se quedaron con esos bebés y los hicieron pasar como propios (o inventaron alguna adopción trucha) son llamados, con gran justicia, apropiadores. En la reparación de esa infamia reside, precisamente, la lucha ejemplar de Abuelas de Plaza de Mayo.
Pero resulta que no, que el término apropiación es usado, por los actores antes mencionados, para otra cosa: dicen que el gobierno “se apropió” de los derechos humanos. Algún periodista dijo, en esa ocasión, que por eso “esta vez no iba a la marcha”. Habrá pensado que todos iban a extrañarlo.
En la lucha por el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, que, justo es reconocerlo, comenzó durante el gobierno de Alfonsín, no ha habido ningún gobierno que se ocupara del juicio y castigo a los culpables como el actual (me refiero a las dos gestiones, la de Néstor Kirchner y la de Cristina Fernández). Es uno de los logros más atesorables, ejercidos desde una posición que le ha valido intensas reacciones de la derecha más rabiosa. Recordemos, si no, las declaraciones de los militares sometidos a juicio, como la de Menéndez, que confesó que habían estado aguantando hasta que ya no aguantaron más, y ¡ups! tuvieron que secuestrar gente, tirarla desde los aviones y quedarse con sus hijos. Apropiárselos.
Interpelados, algunos políticos reconocen que sí, que tal vez la palabra sea demasiado fuerte y proponen otra: lucrar. Pero no fundamentan nada.
Yo les pediría que sigan buscando expresiones, distintas maneras de hablar de lo mismo, y tal vez lleguen a la conclusión de que, por todo lo recorrido en estos años, esta administración se ha ganado el derecho de capitalizar la lucha y, sí, apoderarse legítimamente de la bandera de los derechos humanos. Y quizá reconozcan que sería mejor dejar de lado las mezquindades, y, al menos en este tema, ponerse del mismo lado. Si no, nos van a hacer pensar que hablan así por impotencia y envidia.
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