Algunos edificios son inteligentes. Los otros, ¿son estúpidos?
Las computadoras tienen cada vez más memoria. Las de antes, ¿se olvidaban de todo?
La tendencia antropomórfica al hablar de los objetos es perfectamente explicable: somos la referencia que tenemos más a mano.
Hay casas amables. Calles tristes. Puertas rebeldes.
Propongo que extendamos esta costumbre hasta alcanzar el mayor número posible de objetos inanimados.
Dos ejemplos:
El desperfecto en un sistema de descarga de agua (se trababa y no paraba) me hizo pensar que el inodoro era muy temperamental.
Cuando la cardióloga me pidió que suspendiera la sal hasta hacerme los estudios correspondientes, proclamé que los tomates deshidratados eran mis mejores amigos. Cuando dejé de comerlos y el envoltorio en el que estaban se llenó de bichos, descubrí con pena que los había abandonado. Y peor aún: que los estaba traicionando.
Los objetos se rebelan, se esconden, nos atacan o nos cuidan, están ahí, agazapados vaya a saberse con qué intención, en la oscuridad o a la más plena luz del día. No tiene sentido luchar contra eso. Es mucho más astuto, de nuestra parte, reconocer que tienen vida propia, algo así como una extensión de lo humano en otros soportes.
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