Cuando a Obama le otorgaron el Nobel de la Paz, algunos pensamos que los miembros de esa academia lo hacían convencidos de que el premio iba a obrar como estímulo. Creyeron, tal vez, que Obama se iba a sentir un poco más obligado, para estar a la altura de la distinción, a contribuir con la tan vapuleada paz. No funcionó.
Lo de Guantánamo quedó en el olvido, los EE.UU. demostraron a cada paso que seguían siendo la fuerza militar más importante del mundo, y ahora festejan el empleo de métodos terroristas para abatir al que veían como principal enemigo, la encarnación misma del mal, el terrorista número uno del mundo. Tal vez estaban ansiosos por reemplazarlo en ese podio.
martes, 3 de mayo de 2011
viernes, 8 de abril de 2011
Caída libre de las veleidades
Contra todas las leyes, y en virtud de una pirueta que espesó el aire bajo sus pies, comenzó a elevarse en medio de vítores y aplausos. Gracias a la ayuda de quienes tenían miedo de quedarse sin aire y ahora veían, en esta maniobra, una oportunidad de recuperarlo, la transformación en la densidad de este elemento fue acompañada para él, desde ese mismo instante, por una sensación de liviandad, de pérdida del lastre que traían aparejadas las obligaciones públicas y la responsabilidad.
Empezó, entonces, al tiempo que abría los brazos mientras posaba en el horizonte una mirada mayestática, primero a flotar con levedad, y después a subir. Abajo estaban los pobres terrestres que se había atrevido a expulsarlo de su morada, y también los nuevos aliados a quienes había traicionado, y que por eso mismo dejaban de considerarlo un amigo.
Nuevas bocas soplaban ahora para mantener ese aire inflado y espeso, y esto acrecentaba la ilusión de ascenso divino. Al principio, ayudar a alguien a ir en contra de la ley de gravedad era satisfactorio, porque en las bocanadas de aire expulsadas para sostenerlo en alto había mucho de desahogo, y al tiempo que soplaban emitían sus mejores insultos, y también mentiras, gritadas con una convicción y una moral tan altas que les parecían verdades.
Siguieron insuflando ese aire denso que lo impulsaba a elevarse, ayudados por una multitud que, encantada con la ilusión provocada por esos movimientos, seguía de cerca el elevamiento con la boca abierta por la admiración. Aquellos que lo habían condenado al destierro lo perdonaron, y vieron con entusiasmo la vuelta del hijo pródigo, que seguía allá, a cierta altura, saludando con una media sonrisa y sin hacer otra cosa que dejarse sostener.
Él, desde la altura, empezó a acariciar la idea de ocupar, en algún momento, el sitial de honor, desplazando a quienes habían sido sus socios hasta el momento de ese movimiento traicionero. Y, de paso, se convenció de que podía desplazar también a sus antiguos camaradas, quienes lo habían expulsado y ahora lo recibían en sus brazos como si fuera un estandarte. Pero nada de eso parecía estar sucediendo.
El error, para él, fue creer que se mantenía con los pies a distancia del suelo gracias a sus méritos, es decir, por aquel único movimiento inicial que lo había situado en ese lugar. El hecho es que, después de un tiempo, los insufladores empezaron a cansarse de él, y muchos dejaron de soplar. Muchas miradas dejaron de sostenerlo, y el aire empezó a perder densidad bajo sus pies. Y mientras se debatía pensando qué otro movimiento hacer para seguir subiendo o, al menos, para no perder altura, empezó a darse cuenta de que su caída había empezado y no había vuelta atrás. De vez en cuando, las veleidades también ceden ante la fuerza de gravedad.
Empezó, entonces, al tiempo que abría los brazos mientras posaba en el horizonte una mirada mayestática, primero a flotar con levedad, y después a subir. Abajo estaban los pobres terrestres que se había atrevido a expulsarlo de su morada, y también los nuevos aliados a quienes había traicionado, y que por eso mismo dejaban de considerarlo un amigo.
Nuevas bocas soplaban ahora para mantener ese aire inflado y espeso, y esto acrecentaba la ilusión de ascenso divino. Al principio, ayudar a alguien a ir en contra de la ley de gravedad era satisfactorio, porque en las bocanadas de aire expulsadas para sostenerlo en alto había mucho de desahogo, y al tiempo que soplaban emitían sus mejores insultos, y también mentiras, gritadas con una convicción y una moral tan altas que les parecían verdades.
Siguieron insuflando ese aire denso que lo impulsaba a elevarse, ayudados por una multitud que, encantada con la ilusión provocada por esos movimientos, seguía de cerca el elevamiento con la boca abierta por la admiración. Aquellos que lo habían condenado al destierro lo perdonaron, y vieron con entusiasmo la vuelta del hijo pródigo, que seguía allá, a cierta altura, saludando con una media sonrisa y sin hacer otra cosa que dejarse sostener.
Él, desde la altura, empezó a acariciar la idea de ocupar, en algún momento, el sitial de honor, desplazando a quienes habían sido sus socios hasta el momento de ese movimiento traicionero. Y, de paso, se convenció de que podía desplazar también a sus antiguos camaradas, quienes lo habían expulsado y ahora lo recibían en sus brazos como si fuera un estandarte. Pero nada de eso parecía estar sucediendo.
El error, para él, fue creer que se mantenía con los pies a distancia del suelo gracias a sus méritos, es decir, por aquel único movimiento inicial que lo había situado en ese lugar. El hecho es que, después de un tiempo, los insufladores empezaron a cansarse de él, y muchos dejaron de soplar. Muchas miradas dejaron de sostenerlo, y el aire empezó a perder densidad bajo sus pies. Y mientras se debatía pensando qué otro movimiento hacer para seguir subiendo o, al menos, para no perder altura, empezó a darse cuenta de que su caída había empezado y no había vuelta atrás. De vez en cuando, las veleidades también ceden ante la fuerza de gravedad.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Improbabilidad de las verdades
Miles de verdades forman fila esperando ser escuchadas.
–¿Hay que sacar número? –pregunta una recién llegada. Nadie le contesta, todas hablan al mismo tiempo, no se entiende. La verdad nueva se instala como puede entre los últimos lugares de una fila que ya parece más bien un montón.
Quienes se supone que deberían escucharlas están obstaculizados, a su vez, por la propia necesidad de exponer sus propias versiones de la verdad, lo que agrava el cuadro: nadie llama, no se sabe cuándo empezarán a atenderlas, no hay alguien visible a quien reclamar orden, un mínimo de organización, aunque sea burocrática.
Con el aumento de la multitud va creciendo un fenómeno inesperado: las voces de las verdades, aunque agrias y destempladas, se vuelven cada vez más débiles. Sin demasiada convicción, tratan sin embargo de imponerse por sobre las demás, pisando los argumentos contrarios con exclamaciones como “pero”, “sin embargo”, “qué está diciendo”, “eso es mentira”, “están todos equivocados”, “acuérdese de cuando”, “no es así” y cosas por el estilo.
Unas cuantas horas después, las verdades lucen desgastadas y sin ánimo, como si no creyeran demasiado en sí mismas. Hay un sentimiento de inutilidad, de cansancio hueco, de falsedad extrema. Y una sensación que es más bien un descubrimiento (que seguramente habrán de olvidar al día siguiente) les va ganando la consciencia: cuantas más verdades hay, menor probabilidad existe de que sean legítimas.
–¿Hay que sacar número? –pregunta una recién llegada. Nadie le contesta, todas hablan al mismo tiempo, no se entiende. La verdad nueva se instala como puede entre los últimos lugares de una fila que ya parece más bien un montón.
Quienes se supone que deberían escucharlas están obstaculizados, a su vez, por la propia necesidad de exponer sus propias versiones de la verdad, lo que agrava el cuadro: nadie llama, no se sabe cuándo empezarán a atenderlas, no hay alguien visible a quien reclamar orden, un mínimo de organización, aunque sea burocrática.
Con el aumento de la multitud va creciendo un fenómeno inesperado: las voces de las verdades, aunque agrias y destempladas, se vuelven cada vez más débiles. Sin demasiada convicción, tratan sin embargo de imponerse por sobre las demás, pisando los argumentos contrarios con exclamaciones como “pero”, “sin embargo”, “qué está diciendo”, “eso es mentira”, “están todos equivocados”, “acuérdese de cuando”, “no es así” y cosas por el estilo.
Unas cuantas horas después, las verdades lucen desgastadas y sin ánimo, como si no creyeran demasiado en sí mismas. Hay un sentimiento de inutilidad, de cansancio hueco, de falsedad extrema. Y una sensación que es más bien un descubrimiento (que seguramente habrán de olvidar al día siguiente) les va ganando la consciencia: cuantas más verdades hay, menor probabilidad existe de que sean legítimas.
lunes, 14 de marzo de 2011
Palabras esterilizadas
Diálogo en la entrada al servicio de neonatología donde está internado Lorenzo, mi tercer nieto, mientras otra abuela y yo nos lavamos con jabón desinfectante antes de entrar, en el único ratito que tenemos por semana para verlos:
Yo:
–No hace mucha espuma esto, ¿no?
La otra abuela:
–No, pero lo importante es que es escéptico.
Yo:
–No hace mucha espuma esto, ¿no?
La otra abuela:
–No, pero lo importante es que es escéptico.
martes, 8 de febrero de 2011
Benteveo
Por segunda vez en dos días, un benteveo aterriza en la superficie de vidrio de la mesa de mi terraza. Ignoro si es el mismo benteveo, pero hace las mismas cosas que ayer. La lluvia ha dejado unos goterones gruesos que quedan suspendidos por un buen rato en la parte inferior del borde del vidrio, y el benteveo parece querer interpretar esa imagen, darle sentido. Con la manera especial de mirar de los pájaros, inclina la cabeza hacia uno y otro lado, como si buscara su mejor ojo. De a ratos picotea el vidrio, tal vez con la esperanza de que eso que brilla y tiembla al borde del precipicio esté, en realidad, de su lado. Para poder seguir mirándolo detrás de la puerta acristalada sin espantarlo, yo permanezco inmóvil. No me ve; al estar quieta, me transformo en un mueble más. Fiel a la hipótesis de que el benteveo investiga las gotas, deseo que cambie el punto de mira. Ahora se desplaza con dificultad por el vidrio mojado, va hacia el otro extremo de la mesa, se sacude las plumas, grita, picotea. Finalmente, salta hacia una de las sillas, luego a otra, y emprende el vuelo de regreso al árbol. Ojalá se decida a volver a investigar más tarde, y ojalá yo esté ahí para verlo.
jueves, 3 de febrero de 2011
Coagulación de los prejuicios
En sus momentos más felices, el torrente de ideas fluye con libertad, sin que nada parezca tener la capacidad de detenerlo. Va y viene por el cauce habitual, gorgoteando en las partes más angostas, moldeando vórtices en las curvas y saltando en las pendientes. Sin embargo, y a pesar de que el recorrido es siempre el mismo, ensaya movimientos diferentes en cada vuelta, hace piruetas y carambolas, como si buscara trascender los márgenes un poco más cada vez.
Cuando se cruza con otro torrente no puede evitar que una parte de ambos contenidos se entremezcle, y al volver a su cauce hace una especie de recuento y valoración de esas ideas que han quedado allí, apropiadas casi, copiadas en su propio genoma, ahora corregido y aumentado.
Estas ideas nuevas introducen variantes en el modo de desplazarse y fluir del torrente, que acepta gustoso esa gimnasia que a veces fortalece sus ideas previas y a veces las reemplaza por otras, más abiertas o más profundas si se quiere, en una vuelta de tuerca que transforma el recorrido en una especie de espiral ascendente.
Igual que en un remolino, las vueltas de la espiral se enroscan sobre su ombligo y, en ciertas circunstancias, algunas de las ideas parecen retroceder y replegarse; pero casi siempre es para volver mejoradas, como un mecanismo que se modifica a sí mismo todo el tiempo.
En estos momentos felices de crecimiento, el torrente no advierte que las cosas pueden cambiar. Un cierto cansancio amenaza la continuidad de este despliegue vital de las ideas, y el espesarse del fluido que las contiene presagia un entorpecimiento, un marasmo que pondrá freno, en gran medida, al avance impetuoso de los momentos anteriores.
Esto no sucedería si, junto a todas esas ideas dinámicas y libres, a todo ese cuerpo en crecimiento constante y asombrado de su propia fuerza, no hubiera, también, una cantidad considerable de pensamientos fijos, de hipótesis inamovibles e indiferentes a toda investigación; por decirlo de otra manera, de prejuicios.
Por desgracia, algunos trombocitos formados por la acumulación de estos prejuicios han quedado estancados por ahí, dificultando la marcha. Otros avanzan lentos pero seguros, y quién sabe dónde irán a parar. Lo cierto es que ya nada es lo mismo, todo ese movimiento interesante se vuelve rústico y pesado como un animal prehistórico, y se hace cada vez más difícil abandonar esa rutina de ideas masticadas que resultan tan cómodas de usar.
En un último esfuerzo insensato, las ideas originales avanzan sacando fuerzas de la adversidad y buscan una rendija para, al menos, salir al exterior. Pero ya las placas de prejuicios han formado una barrera sólida que tapona la salida, y a las ideas no les queda más remedio que quedarse ahí, aburridas de tanto lugar común, anhelando sin demasiadas esperanzas la improbable derrota de los prejuicios.
Cuando se cruza con otro torrente no puede evitar que una parte de ambos contenidos se entremezcle, y al volver a su cauce hace una especie de recuento y valoración de esas ideas que han quedado allí, apropiadas casi, copiadas en su propio genoma, ahora corregido y aumentado.
Estas ideas nuevas introducen variantes en el modo de desplazarse y fluir del torrente, que acepta gustoso esa gimnasia que a veces fortalece sus ideas previas y a veces las reemplaza por otras, más abiertas o más profundas si se quiere, en una vuelta de tuerca que transforma el recorrido en una especie de espiral ascendente.
Igual que en un remolino, las vueltas de la espiral se enroscan sobre su ombligo y, en ciertas circunstancias, algunas de las ideas parecen retroceder y replegarse; pero casi siempre es para volver mejoradas, como un mecanismo que se modifica a sí mismo todo el tiempo.
En estos momentos felices de crecimiento, el torrente no advierte que las cosas pueden cambiar. Un cierto cansancio amenaza la continuidad de este despliegue vital de las ideas, y el espesarse del fluido que las contiene presagia un entorpecimiento, un marasmo que pondrá freno, en gran medida, al avance impetuoso de los momentos anteriores.
Esto no sucedería si, junto a todas esas ideas dinámicas y libres, a todo ese cuerpo en crecimiento constante y asombrado de su propia fuerza, no hubiera, también, una cantidad considerable de pensamientos fijos, de hipótesis inamovibles e indiferentes a toda investigación; por decirlo de otra manera, de prejuicios.
Por desgracia, algunos trombocitos formados por la acumulación de estos prejuicios han quedado estancados por ahí, dificultando la marcha. Otros avanzan lentos pero seguros, y quién sabe dónde irán a parar. Lo cierto es que ya nada es lo mismo, todo ese movimiento interesante se vuelve rústico y pesado como un animal prehistórico, y se hace cada vez más difícil abandonar esa rutina de ideas masticadas que resultan tan cómodas de usar.
En un último esfuerzo insensato, las ideas originales avanzan sacando fuerzas de la adversidad y buscan una rendija para, al menos, salir al exterior. Pero ya las placas de prejuicios han formado una barrera sólida que tapona la salida, y a las ideas no les queda más remedio que quedarse ahí, aburridas de tanto lugar común, anhelando sin demasiadas esperanzas la improbable derrota de los prejuicios.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Primera persona del plural
Escucho a Macri: “¿Qué es el espacio público? Son nuestras plazas, nuestras calles, nuestras veredas… nuestras avenidas…” El audio forma parte de una serie de declaraciones editadas para un programa que suelo escuchar por la mañana, conducido por Víctor Hugo Morales; y no sé quién era el periodista que estaba frente a Macri en ese momento. Pero si hubiera sido yo esa persona –en el caso de que la declaración formara parte de una entrevista– sé qué le hubiera preguntado a continuación: nuestras, ¿de quiénes? ¿A quiénes incluye en ese sujeto supuestamente propietario de los espacios públicos? ¿A los argentinos nativos? ¿A los que viven en la Ciudad de Buenos Aires? ¿A la clase media? ¿A los que tienen vivienda propia, o pueden pagar un alquiler fuera de una villa? ¿A él y sus amigos?
Está claro que para Macri, los derechos no son iguales para todos. Se vio muy claro cuando sus unidades especiales de limpieza desalojaban por la fuerza a las personas en situación de calle que dormían en sus veredas. ¿Cómo van a vivir en nuestras veredas, man? Eso no puede ser. Son nuestras.
Han pasado varios años desde que el reinado del mercado dejara devastada a nuestra población, dejando profundos bolsones de pobreza que va a llevar mucho tiempo solucionar. La crisis de vivienda que estamos sufriendo es muy diferente de la crisis alimentaria que vivimos años atrás; pero es inocultable. Hay que hacer planes de vivienda, hay que hacerlos antes de que se desaten estos hechos tan tristes y sangrientos. Y no sólo en la capital del país. Se trata de decisiones políticas, más que nada. Es importante que, si el próximo gobierno sigue el mismo rumbo que éste, se profundicen las medidas en esta dirección. Va a ser difícil, porque vivimos en el sistema capitalista y, ya se sabe, el poder, la mayoría de las veces, es invisible. Pero hay que hacerlo. Hay que transformar el sujeto incluido en esa primera persona del plural que tan graciosamente usa Macri cuando les habla en vivo y en directo a sus electores.
Está claro que para Macri, los derechos no son iguales para todos. Se vio muy claro cuando sus unidades especiales de limpieza desalojaban por la fuerza a las personas en situación de calle que dormían en sus veredas. ¿Cómo van a vivir en nuestras veredas, man? Eso no puede ser. Son nuestras.
Han pasado varios años desde que el reinado del mercado dejara devastada a nuestra población, dejando profundos bolsones de pobreza que va a llevar mucho tiempo solucionar. La crisis de vivienda que estamos sufriendo es muy diferente de la crisis alimentaria que vivimos años atrás; pero es inocultable. Hay que hacer planes de vivienda, hay que hacerlos antes de que se desaten estos hechos tan tristes y sangrientos. Y no sólo en la capital del país. Se trata de decisiones políticas, más que nada. Es importante que, si el próximo gobierno sigue el mismo rumbo que éste, se profundicen las medidas en esta dirección. Va a ser difícil, porque vivimos en el sistema capitalista y, ya se sabe, el poder, la mayoría de las veces, es invisible. Pero hay que hacerlo. Hay que transformar el sujeto incluido en esa primera persona del plural que tan graciosamente usa Macri cuando les habla en vivo y en directo a sus electores.
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