domingo, 30 de noviembre de 2008

Ilumínenme

¿Por qué son tan feos los artefactos de iluminación que ponen en las vidrieras de los negocios de iluminación?

Todo no se puede

Las cucarachas voladoras también forman parte del paisaje en la estación veraniega.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Tesoro oculto

La primera vez no se habían dado cuenta. El primer cajón era, por fuera, igual a todos los otros. No fue sino hasta que tiraron fuerte de él para sacarlo, que vieron lo corto que era. El tirón, inadecuado para el tamaño, lo sacó de manera brusca: debía tener la mitad de la profundidad esperada. Sin embargo, el de abajo continuaba hasta el fondo del placard. Se agacharon para mirar y descubrieron, escondido debajo del estante que lo sostenía, otro cajón. En el medio, una cerradura. Debe estar abierto, pensaron. De otra manera, la llave estaría por aquí cerca. Pero el cajón no cedía.

En la casa había vivido una anciana, quién sabe cuántos años. Empezaron a imaginar los ajetreos de la familia vaciando las habitaciones, los muebles, guardando lo que valía la pena y arrojando a la basura lo que no servía. Olvidando cosas aquí y allá, algunas de ellas, precisamente, en algunos de esos cajones. Entonces no les pareció tan disparatada la idea de que, durante esa tarea ingrata, esa obligación que todos queremos dar por terminada lo antes posible, hubieran omitido revisar todo. Y ahí estaba el cajón oculto, guardando vaya a saberse qué clase tesoros. Un escondite secreto, del que probablemente no sabían nada los hijos o los sobrinos, o quienes quiera que fuesen los sobrevivientes. Podría ser que allí estuvieran los ahorros acumulados durante años. Billetes verdes. O joyas de oro. Con mucha mala suerte, billetes de alguna moneda que ya estuviera fuera de circulación. Carcomidos por la curiosidad, hicieron un segundo intento de forzar el cajón. Esta vez abrió.

Allí estaba el arcano, la joya que la mujer ya no usaría nunca más, el que había sido uno de los objetos más preciados durante su vida. Las dos hileras perladas brillaron al retirar el papel de seda, y una sonrisa pareció brotar desde el más allá a través de la dentadura postiza.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Sin excusas

Hay un mundo en el que todo es provisorio. Los proyectos ocupan todo el espacio y todo el tiempo. Nos quedamos quietos, de pie entre los límites de una baldosa, y desde allí imaginamos otros mundos. Nada de lo que sucede en esos escasos centímetros cuadrados de aire interesa de verdad; lo que importa es lo que vendrá. El lugar donde están todas las realidades posibles, todas las metas por cumplir. Los mundos imaginados son amplios, generosos. Todo está por hacerse, y sin embargo se abren hacia nosotros como un tesoro de bienes preciosos, inabarcables. Si algo no nos gusta, podemos cambiarlo; total, no existe todavía.

Mientras tanto, la realidad en nuestra baldosa permanece en segundo plano; no hay urgencias, podemos tolerar ese estado en el que todos los objetos parecen estar suspendidos en el aire, dispuestos a alejarse apenas intentamos capturarlos, o escondidos, inaccesibles por el momento porque, claro, no hay espacio. Es un universo en el que la queja no tiene sentido, porque sería como lamentarse del color de las paredes de ese sector del aeropuerto en el que estamos en tránsito esperando el otro vuelo, el definitivo. Lo que importa de ese sitio, es que es un lugar de pasaje. Entre tanto, por supuesto, respiramos, comemos, reímos, hacemos lo indispensable para vivir. Y pensamos en el lugar de destino.

Llega un momento en el que lo provisorio se termina. Damos el salto, dejamos la baldosa. Y los múltiples mundos imaginados pasan a ser un único universo que reclama toda nuestra atención, porque lo habitaremos por mucho tiempo. Y encontramos, sí, las alegrías anticipadas, el aire liviano, la luz. Lo recorremos con indolencia, o saltamos a cerrar una ventana porque llueve, nos perdemos, nos encontramos en parte, volvemos a perdernos. Y la realidad vuelve; nos ponemos de frente, tomamos aire, sacamos pecho y, qué remedio nos queda, la enfrentamos. Ya no hay excusas, por suerte.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Grito

Hay cada vez más vacas. No en el campo, aquí, en la ciudad, en los suburbios. Caminando por la calle, haciendo la cola del banco, viajando en colectivo. O tal vez es la misma cantidad que antes, sólo que yo no las veía. Ahora, desde hace un tiempo, tengo un radar de vacas. Y no me refiero al tamaño, sino más bien a una condición. Algo en las miradas, en el tono de voz, en la actitud. Hay algo vacuno en lo que suelen decir, también. Sobre todo, cuando hablan de materias de las que todo lo ignoran, con frases hechas, repetidas hasta la agonía. Es como si se hubiera agotado la capacidad de combinar las palabras para decir cosas. Para decir cosas, digo. Algo que valga la pena escuchar, que nos haga temblar alguna remota neurona. Hay como un cansancio, como una renuncia. Como si pensar por cuenta propia fuera algo reservado a vaya a saberse qué usina de producción de ideas. Y entonces, lo único que hubiera que hacer fuera recibir la papilla masticada, baboseada, triturada por los hombres y mujeres que hablan dentro de una caja, o que escriben todos los días en algún panfleto. De investigar, nada. De preguntar, menos. Todo son respuestas, “slogans”. Verdades cerradas. A veces me pregunto si vale la pena gritar, si alguien me escuchará por sobre los mugidos, o si yo misma, como en la obra de Ionesco, me transformaré en una de ellas.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Abarackate ésta

No sé si es un nuevo ejemplo de gatopardismo, si en verdad tiene, como dicen por ahí, el gobierno pero no el poder, ni siquiera sé si está dispuesto a cumplir sus promesas, o si podrá vanagloriarse de un cambio que ya sucedió en los hechos por culpa del blooper de los mercados; no sé cómo nos irá ahora a los que estamos al sur, si habrá más o menos guerras en el mundo, si la gente seguirá teniendo derecho a morirse de hambre o alguien, alguna vez, tomará la responsabilidad por los que no están representados en el mapa de las cosas que se pueden hacer. Lo único que sé es que hoy el mundo amaneció de otro color.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Todo sea para bien

No se ponga nerviosa, me dice el albañil. Ya hace quince días que le pedí un presupuesto. Ilusa de mí, pensaba que a más tardar a los dos días estarían trabajando; pero no. Me siento una invasora sin lugar propio para vivir desde hace más de tres meses, ahora tengo las llaves de mi casa pero no puedo mudarme hasta que no estén avanzadas las reformas, y él me dice que no me ponga nerviosa. Con su tono más simpático, me lo dice. Y ni siquiera me puedo enojar, a ver si todavía me planta definitivamente. Cuando me pasa el presupuesto, casi me da un infarto. Consulto. No, es lo habitual, me dicen los que saben. Apruebo el presupuesto casi infartante. Al rato llamo al de los pisos de parquet, un viejo conocido. Por esas cosas de la confianza, se sabe. Nosotros hacemos de todo, me dice, también albañilería. No tengo idea de cuánto me cobraría, pero igual ya es tarde: arreglé con el albañil bonachón y sus secuaces para esa misma tarde. Por esas cosas de la confianza, claro. Y todavía me falta el presupuesto del pintor, y el del plomero, y el del electricista. Inmediatamente, se me aparece una imagen de mí misma con los ojos vendados y un par de esposas en las muñecas, los brazos adelante, totalmente entregada.