sábado, 20 de noviembre de 2010

Sila

Era una castellana tímida y hermosa. Tenía muchos hermanos y un tío cura al que, una vez que se volvió diestra con el hilo y la aguja, le hacía hasta las sotanas. Bordaba, cantaba, se iba a merendar al monte con las amigas. Bailaba la jota con movimientos casi avergonzados, sin permitírselo del todo. Había cruzado el océano en barco, para vivir con el amor de su vida. Mientras estuvo aquí no podía dejar de hablar de esa otra vida, la de los cantos y los bailes con sus amigas de aquel pueblo de montaña en el que brotaba agua de fuente a cada paso. Crió dos hijos, tuvo cuatro nietos, conoció a tres bisnietos. Hablaba en voz baja. No podía estar sin hacer algo. Tejía sin mirar, a una velocidad pasmosa y con una perfección inimitable. Era mi madre, y hoy hubiera cumplido noventa y tres años.

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