martes, 16 de noviembre de 2010

¿Qué pasó con las violetas?

Cuando yo iba a la escuela primaria, y tal vez unos años después también, me gustaban las violetas. Se vendían en la calle, las comprabas para regalárselas a tu mamá, a tus amigas, a quien te importase de un modo especial como para hacerle ese homenaje modesto. Porque las violetas eran eso: flores modestas, humildes, sin estridencias. De un color que no estaba de moda en esa época, que era casi de luto. Con un perfume suave pero inconfundible. Eran flores de bajo perfil.

Hace mucho tiempo que no veo violetas. ¿Qué pasó?

Hoy, las opciones se han multiplicado de manera astronómica. Y no hablo solamente de la enorme variedad de flores que inundan el mercado desde que formamos parte de un mundo cada vez más promiscuo. Las flores son más grandes, más coloridas, más espectaculares. Lo opuesto a las violetas. Pero las flores no son más que un síntoma. En el medio, el mundo cambió. Y en este mundo, las flores de bajo perfil no tienen cabida. Hay que tener más variedad, más cosas, hay que hacerse notar, hay que hablar más fuerte, hay que tirar lo que ya no es nuevo, hay que consumir. Más rápido, más caro, más, más. Hoy podemos acumular en una computadora tanta música y tantas películas que no nos alcanzaría la vida para disfrutarlas, aunque un naufragio nos dejara en una isla desierta. Hoy, lo más sencillo que podemos encontrar en un puesto de flores es un ramo de fresias, que son hermosas y tienen un perfume riquísimo, pero son más grandes que las violetas y, sobre todo, tienen más color.

El mundo de hoy no es ni mejor ni peor; es el que es. A todos nos gusta que haya mayores alternativas, todos adoramos conseguir información de lo que sea en cuanto la deseemos, probar los sabores de otras latitudes, oler los aromas que nacen más allá de nuestras fronteras. Pero es bueno, también, acordarse, cada tanto, de la callada, breve y austera belleza de las violetas.

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