El posmodernismo, esa filosofía de surf que le calzaba como un guante a la era neoliberal, quiso extinguir todos los fuegos. Parecía que había llegado para quedarse, como si la historia pudiera tener, de verdad, un final. Salvo escasas excepciones, multitudes anestesiadas por un frío criogénico ignoraban con gusto que había otro mundo posible, mientras compraban las revistas Gente y Caras para ver cómo tomaban champagne y comían pizza los nuevos ricos, ésos que formaban parte de una minoría cada vez más estrecha. La juventud parecía haber quedado fijada para siempre en un destino de aburrimiento, fiestas disco, alcohol y desinterés.
En estos días, mucha gente se pregunta de dónde salieron todas esas personas, especialmente los jóvenes, que fueron a rendir homenaje a un ex presidente que, según la visión instalada por los medios, era repudiado por toda la sociedad argentina. ¿Dónde estaba ese fuego?
Como en una foto de la era predigital sin revelar, eran necesarias ciertas condiciones para ver la imagen que, a pesar de todos los esfuerzos por ocultarla, había quedado allí atrapada, palpitante y viva. Un cuarto iluminado por luz roja, papel sensible, drogas para revelar y después fijar el resultado, esa imagen que aparece como por arte de magia. Un hombre murió. Las puertas se abrieron y la otra verdad salió a la calle: la foto fue revelada. Y, sin que se entienda esto como una ilusa expresión de deseos –porque la tarea militante que falta hacer es hercúlea– la magia está empezando a producirse.
1 comentario:
Sí, Luisita, hubo mucho de magia en esto. O así lo vivimos.
Y me hiciste acordar de mi tío fotógrafo...
¡Que podamos consolidarla!
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