domingo, 10 de enero de 2010

Gracia

Ese estado, como cuando se está escribiendo una historia y se la lleva encima a todas horas, con el cuaderno sobre el estómago o sobre las rodillas, de a ratos en la pantalla, yendo y viniendo, haciendo y deshaciendo, no la inmediatez de un texto diario o de un comentario en un blog, no una carta que se escribe de un tirón porque todo que decimos allí es verdadero y comprobable, por el contrario, esa exaltación del relato que se va descubriendo a sí mismo, que crece, se desdobla y se transforma siempre en otra cosa que todavía no sabemos bien qué será, pero siempre fiel a su origen, esa preñez que no se quiere terminar, que se alimenta en secreto, con egoísmo, acariciando el vientre para sentir los movimientos ocultos de aquello que crece, esa penuria constante, esa locura que consigue el milagro único de borrar todos los ruidos, esa alegría, esa borrachera.

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