Escribía con un lápiz al que se le había gastado tanto la punta que sólo dejaba marcas en el papel al arrastrarlo con mucha fuerza, y las marcas eran sólo el trazo hundido del papel, sin nada de color, de manera que no podía leer lo que iba escribiendo. Cuanto más trataba de que aquello funcionara –cuanto más fracasaba– más furia tenía, hasta que por fin empuñó el lápiz como si fuera una daga y arremetió contra el papel con movimientos espasmódicos, dejándolo rasgado y agujereado. Y ése era el mensaje.
1 comentario:
Clarísimo Luisa!!!!!!
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