jueves, 15 de enero de 2009

Póngase la letra que corresponda

A veces, la palabra desgano se parece a desgarro por motivos mucho más poderosos que un sonido similar.

El todo por las partes

Jugamos con Lucía (cinco años) a adivinar animales.
Lucía: –¿Tiene plumas?
Yo: –Sí.
Lucía: –¿Vuela?
Yo: –Sí.
Lucía: –Eeeeh... dame una ayudita.
Yo: –Es verde.
Lucía: –¡La mosca!

Por si le sirve a alguien

Quiero compartir un descubrimiento: a algunas personas, la baja presión atmosférica nos hace muy, pero muy mal. Muchas veces había oído por allí “debe haber baja presión, tengo un poco de decaimiento”. Pues bien: lo mío no es un poco de decaimiento, es que me siento verdaderamente enferma cada vez que hay baja presión. Enferma, como si tuviera un virus, sin fuerzas, sin ganas de nada más que estar acostada. Me estoy tomando la molestia de consultar el Servicio Meteorológico Nacional cada vez que esto me ocurre, y oh casualidad, la presión está baja en ese momento. Y no es que me sienta mejor por saberlo, pero al menos aleja unos cuantos fantasmas, incluidos los de la depresión, que no existen pero que los hay, los hay. Así que me lo tomo de la manera más deportiva posible, hago lo que puedo y espero que el clima tome un rumbo más propicio. Buenas tardes.

domingo, 11 de enero de 2009

No lo tome a mal

Cuando usted lo crea conveniente, es un decir, no vaya a pensar que lo mío es una orden perentoria, pero en fin, la película ya ha terminado, todos comienzan a levantarse de las butacas y quieren salir, así que, si no es para usted demasiada molestia, le juro que nunca me he encontrado antes en una situación semejante, en una condición diríamos bochornosa para ambos, porque estoy seguro de que lo será también para usted cuando caiga en la cuenta, digo, que me gustaría, en fin, cuando usted lo considere apropiado, y sin ofensas, quisiera que me devuelva mi zapato.

Agua salada

Hallada la forma de atravesar los océanos, los límites fueron borrándose y la curva del horizonte se hizo más cercana. Pronto las rutas de agua perdieron sus secretos, y los navegantes empezaron a buscar nuevos cantos de sirena. Hallada la forma de eludir a las sirenas y llegar a buen puerto, los navegantes se lanzaron a la conquista de nuevas tierras para, desde allí, impulsarse hacia el espacio. Hallada la forma de atravesar el espacio, los navegantes se regocijaron ante la idea de encontrar, en planetas cada vez más lejanos, otros canales y otros mares, con más y mejores misterios.

Climas

Sin ver muy bien lo que hacía, Gregorio apuntó hacia el televisor con el control remoto del aire acondicionado y pulsó el botón de la temperatura hasta bajarla en dos grados. El canal en el que estaba sintonizado ponía siempre películas sentimentales y empalagosas, y ésta no era ninguna excepción. El protagonista, James, era un hombre trabajador y sufrido, padre de varios hijos que lo esperaban todas las tardes para compartir agotadoras sesiones de juego con él. Por supuesto, jamás se negaba. En el momento de accionar el control, James sonreía en cuatro patas con la menor de sus hijas sobre la espalda. A Gregorio le pareció que algo cambiaba en la expresión de ese rostro, como si la sonrisa hubiera perdido algo de la dulzura anterior. El volumen estaba un poco alto. Distraído, volvió a usar el control equivocado y la pantallita marcó una temperatura de veintidós grados. En la película, la familia estaba reunida alrededor de la mesa, cenando. Gregorio notó una diferencia en la voz de James, algo como un endurecimiento. El tono era distante; las respuestas, casi circunstanciales.
–Esta mañana operaron al hijito de la señora Murray, quién sabe si volverá a caminar –dijo, apenada, su mujer.
–Ahá –contestó James. Y siguió comiendo como si nada.
Sólo por ver qué pasaba, Gregorio apuntó una vez más hacia la pantalla con el control de temperatura, pero esta vez la aumentó en cuatro grados.
–¡Oh, no! –dijo esta vez James con voz desgarradora, luego de entender cabalmente lo que su mujer le contaba acerca del hijo tullido de su vecina. –¡No el pequeño Tim, no, pobrecito! ¡Dios mío, ayúdalo!– decía, mientras las lágrimas corrían por la cara bronceada. Y cosas por el estilo.
Gregorio opinó que ya era suficiente. Decidido, apuntó por cuarta vez y dejó la temperatura del televisor en dieciocho grados. Así aprenderían.

viernes, 9 de enero de 2009

Somos todos Hércules

Siempre admiré a las personas que se ganan la vida haciendo tareas en cuya realización se involucran diversos músculos del cuerpo, en especial las manos. La concentración, la habilidad que a veces se transmuta en sabiduría, las horas de entrenamiento para dominar las técnicas, el esfuerzo para conseguir un resultado satisfactorio. El cansancio y, supongo que a veces, el tedio.

Yo, en cambio, tengo que permanecer sentada tratando de combinar palabras de la mejor manera posible, para diversos propósitos, algunos de los cuales tienen que ver con el sustento y otros con una necesidad vital que no sé muy bien de dónde viene. Mi entrenamiento principal es la lectura, algo placentero de por sí. Un alimento para el que siempre tengo hambre.

Muchas veces, sin embargo, me impongo tareas diferentes. Pintar muebles, por ejemplo. Ir a la pinturería, averiguar qué producto me conviene, comprar todos los elementos. Pasar la lija o la espátula, dar una mano de pintura, esperar que se seque, dar otra mano. Usar aguarrás para que el pincel no quede duro, poner papel debajo del mueble para no ensuciar el piso. Ponerme guantes para evitar las costras de pintura al menos en las manos, algo que casi nunca consigo. Y descubro que es cansador, pero bellísimo. Y más fácil que muchas de las cosas que hago habitualmente. Las superficies a pintar están ahí, la pintura está en el tarro, basta con tomar la decisión y empezar.

Ojalá pudiera encarar con la misma soltura ese monstruo en el que suele encarnarse, la mayoría de las veces, su graciosa majestad la página en blanco.