Todavía se ven antenas. En la era de la televisión por cable, muchos de esos mástiles ramificados se elevan por sobre los tejados y las terrazas, cortando el aire con sus costillas rotas, irremediablemente atacadas de inutilidad. Algunas parecen libélulas disecadas que esperan, quietas sobre el panel en el que han sido clavadas, la visita de los estudiantes de entomología, a punto de ingresar como una nueva categoría en los libros de estudio, o como una especie extinguida de la que sólo quedan los fósiles oxidados.
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