viernes, 30 de mayo de 2008
Cansancio
Motas de polvo. Ojos abiertos mucho tiempo antes de que salga el sol. Secos, irritados. Hambre a media mañana, porque el desayuno quedó muy lejos. Deudas inesperadas, como la de esa factura que nunca llegó, ahora reclamada por teléfono con una seca grabación automática. Que si quiero, puedo pagarla telefónicamente. Con la tarjeta de crédito, sí. A este número. Rápido, papel y bolígrafo. Trámites interminables que nunca entenderé, de ésos que necesitan especialistas. Agrimensores. Contadores. Escribanos. Agentes inmobiliarios. Nombres tan feos como “cédula catastral”. Quién puede tener ganas de obtener una cédula catastral. Yo no. Yo quiero tener amigos, el afecto de la familia, libros, música, un lugar con luz. Pero nunca se me ocurriría ambicionar una cédula catastral. Jamás, ni en mis sueños más devaluados. Pero hay que hacerlo, dice el agente inmobiliario. Hay que hacerlo, dice el escribano. Hay que hacerlo, dice el contador. A quién voy a engañar: en la mayoría de los casos, me limito a enviar datos por email. Pero hay que encontrar esos datos, eh. Hay que buscar la valuación fiscal en la boleta del impuesto inmobiliario. Hay que copiar los polígonos y las parcelas y las subparcelas. ¿A quién se le ocurren todos estos horrores? A mí, no. Pero hay que hacerlo. Sí, hay que hacerlo.
jueves, 29 de mayo de 2008
Noventa nietos
Alguna vez, cada uno de estos noventa jóvenes encontrados hasta ahora por Abuelas les contarán su historia a sus propios nietos, quienes en su momento se la relatarán a los suyos, hasta que llegará un tiempo en que alguno de ellos dirá: “Abuela, esto que me estás contando es demasiado increíble, hasta para ser un cuento”.
miércoles, 28 de mayo de 2008
Treinta años
Hoy está nublado. Si tengo suerte y sigue así, no tengo que ir a ver departamentos. En un día nublado no hay forma de saber si la luz del sol entra alegremente, si se cuela apenas por un costado o si se mantiene ausente, en actitud de total desprecio. Así que, por ahora, no hay citas. Necesitaba este descanso, aunque sólo sea para poder pensar. Treinta años en la misma casa es mucho tiempo: nadie debería vivir treinta años en la misma casa. Son demasiadas vidas, demasiadas alegrías, demasiados dolores. Es muy difícil hacer proyectos en una casa en la que se ha vivido treinta años. La historia pesa como una mochila que contuviera una inmensa esponja mojada. Todo: lo que fue, lo que podría haber sido, lo que no pudo ser. Como en un bolero, cada recuerdo raspa sin anestesia y nos revela nuestro costado más cursi, el de la nostalgia inútil. El cambio promete casi un milagro: ensanchar el futuro, agrandar las posibilidades. Entramos en el mundo de lo potencial. Con un poco de insolencia, hasta nos sentimos capaces de soñar. Investimos con nuestra esencia lugares que todavía no existen. Elegimos con los ojos cerrados. Nos imaginamos realidades amables. Y sin embargo, cómo cuesta dejar atrás una casa en la que se ha vivido treinta años.
domingo, 25 de mayo de 2008
Estratagema
Se acomodó para dormir, pero todos sus pensamientos estaban más despiertos que nunca. Entonces se levantó despacio, sin hacer ruido para no despertar sospechas, se preparó un trago, lo tomó de pie apoyado en la mesa de la cocina y luego se sentó a esperar los pedidos de auxilio de los ahogados, totalmente decidido a ignorarlos.
viernes, 23 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)