jueves, 4 de febrero de 2010

Miradas

“Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye”.

Esta cita pertenece a Odo Marquard (Filosofía de la compensación: estudios sobre antropología filosófica). Está en un libro que acabo de leer, “El perdedor radical”, de Hans Magnus Enzensberger: un ensayo sobre los sujetos que de pronto parecen enloquecer de odio y matan a su familia o a sus compañeros de colegio, y también sobre los grupos fundamentalistas que actúan en base al odio. En el capítulo 3, donde está la cita de Marquard, Enzensberger dice: “El progreso no ha eliminado la miseria humana, pero la ha transformado enormemente. En los dos últimos siglos, las sociedades más exitosas se han ganado a pulso nuevos derechos, nuevas expectativas y nuevas reivindicaciones; han acabado con la idea de un destino irreductible; han puesto en el orden del día conceptos tales como la dignidad humana y los derechos del hombre; han democratizado la lucha por el reconocimiento y despertado expectativas de igualdad que no pueden cumplir; y al mismo tiempo se han encargado de exhibir la desigualdad ante todos los habitantes del planeta y en todos los canales de televisión durante las 24 horas de día. Por eso, la decepcionabilidad de los seres humanos ha aumentado con cada progreso”.

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