viernes, 20 de febrero de 2009

Entropía de la pasión

Para gastar una pasión, especialmente si es del tipo de la que sale de un ser humano para dirigirse hacia otro, hacen falta muy pocos elementos. El más importante es el tiempo. Las moléculas de la pasión en su etapa inicial están que arden, pero a la vez completamente organizadas y empeñadas responsablemente en formar ese estado, muy modositas ellas, ordenadas en un conjunto primoroso que no deja lugar a dudas. Se las puede ver cantando mientras trabajan, yendo de aquí para allá pero todas juntas, en un grado de cohesión grupal que da gusto. Con el tiempo, algunas de esas moléculas se pierden en el camino. Pero hay tantas, que las demás ni siquiera se dan cuenta, y siguen en lo suyo. Tal vez empiecen a sentir un poco de frío, y se les ocurra que haciendo ejercicios puedan recuperar de nuevo el calor; pero no, la energía también ha huido, y tendrán que conformarse así durante un tiempo más. A medida que se cumplen las etapas, notan que están comenzando a desorganizarse un poco. Se tropiezan entre ellas, confunden los nombres, no saben muy bien qué hacer. Y están cada vez más cansadas, ya ni siquiera tienen ganas de barrer un poco. El polvo se acumula por todos los rincones, y un viento frío entra por las ventanas y las dispersa sin que puedan hacer demasiado. Son cada vez menos, ya se han dado cuenta. Algunas entusiastas todavía creen que podrán volver a encender el fuego en el hogar, pero los leños están húmedos y sólo consiguen un débil humito que, en lugar de calentarlas, les da tos. Hartas de tanta penuria, se acuestan a dormir sin saber que seguramente no despertarán. Queda una sola, la más tenaz, la última en ver la realidad. Sin advertir que sus compañeras se han marchado para siempre, intenta llamarlas por sus nombres. Prueba una y otra vez, pero es inútil: los ha olvidado.

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