domingo, 15 de febrero de 2009

Atributos físicos de la felicidad

Un día descubrió que la felicidad era elástica. Midió la suya: en ese momento tenía sólo dos centímetros. Tiró de los extremos y consiguió estirarla, pero sólo un poco. Desde esa vez, todos los días hacía el intento de probar la elasticidad de su porción de felicidad, y así fue como llegó a una serie de conclusiones interesantes. Los días de sol, especialmente aquellos en los que había conseguido hacer las paces consigo mismo por un rato, se extendía más. Los días de tormenta, en cambio, o los momentos difíciles en los que todo parecía conspirar contra la realización de sus deseos, se encogía hasta desaparecer de la vista casi por completo. Pero aprendió algo más importante todavía: hiciera lo que hiciera, o sucediera lo que sucediese en su vida –hechos venturosos, desdichas, golpes de suerte o casualidades desafortunadas– su reserva flexible de felicidad nunca pasaba de un máximo de cuarenta centímetros, ni de un mínimo de dos milímetros. Por lo menos, sabía con qué podía contar; que no es poco.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Buenos negocios

–Le vendo una guerra.
–¿Y eso para qué me sirve?
–Pero cómo, usted, ¿no lee los diarios? ¿Todavía no se dio cuenta de las ventajas que traen?
–Bueno, esteee… en realidad no, no le veo la ganancia. Aunque pensándolo bien, a alguien deben favorecer, porque si no, no se entiende por qué siguen existiendo, en un mundo que se llama a sí mismo “civilizado”.
–Me extraña, amigo. ¿Cómo cree que surgieron las civilizaciones? Y yendo más atrás, ¿qué es lo que encuentran los arqueólogos cuando buscan herramientas fabricadas por los primeros hombres, o lo que fueran? Hachas, mazas, puntas de flecha. Sí: armas. Y usted, ¿se piensa que las usaban solamente para cazar mamuts? Está muy equivocado. Seguro que también se encontraron cráneos con marcas hechas por un agresor que tenía, por lo menos, su mismo nivel de inteligencia. Un buen mazazo aquí, una flecha envenenada allá…
–¿Y qué me quiere decir con eso?
–Le quiero decir esto: los que llegamos hasta aquí, somos los sobrevivientes. Los que la podemos contar. ¿O no? Selección natural, amigo. La ley del más fuerte. Convénzase.
–Oiga, ¿por qué me dice todo el tiempo “amigo”?
–Porque se la quiero vender, no gastármela en usted. Escuche: ¿cómo terminaron los dramáticos años treinta para los Estados Unidos? Con una guerra. Meta fabricar fusiles, ametralladoras, balas. La industria metalúrgica se fue para arriba, con ganas. Y todos contentos.
–Bueno, no sé. De todos modos, qué podría hacer yo con una guerra. A quién se la voy a declarar. Nadie me creería.
–Ése es el problema, ve. Por culpa de gente como usted, los dueños de la guerra son siempre los mismos. Así no vamos a ninguna parte. Y un detalle más: ¿sabe quiénes son los que más usan la palabra paz?
–No sé. ¿Las modelos? Cuando les preguntan por qué hacen votos, contestan “por la paz mundial”.
–No, amigo, los que más hablan de pacificar son los que hacen la guerra. Para ellos, siempre son conflictos pacificadores. Qué maestros. Y ahora me voy, que tengo que tratar de vendérsela a alguien antes de que me estalle en las manos. Adiós.
–Adiós, que tenga suerte. Paz y amor.

martes, 10 de febrero de 2009

Variedad de las especies

Hay peces que vuelan, aves que nadan y seres humanos que se arrastran.Enlace

lunes, 9 de febrero de 2009

Archivo

Un día, al despertar, se dio cuenta de que recordaba todo lo que había soñado en su vida.

Los sueños se presentaban ordenados en orden cronológico, del más antiguo al más reciente.

Sueños de ríos de miel y acequias de leche, formas que apenas reconocía porque pertenecían a los rostros del pasado. Un mechón de pelo oscuro balanceándose sobre la frente de su madre mientras lo amamantaba.

Pesadillas de las que solía despertar gritando, a la vez que se despertaba el resto de la familia.

Sueños que contenían, a veces distorsionadas, otras veces con una claridad absoluta, las imágenes olvidadas de su infancia. Polvorientas cortinas de tul en la ventana del comedor en la casa de la abuela. Abejas doradas atravesando un haz de luz entre los árboles, en el bosquecito que había detrás de la casa de la isla. El olor a corteza barrosa de los álamos mojados por la inundación. El reflejo en los adornos de vidrio del primer árbol de navidad. La percusión de las gotas de un aguacero sobre las tablas resecas y despintadas de la persiana. La desolación de los pasillos vacíos en la escuela durante una hora de clase, mientras buscaba algo por encargo de la maestra.

Sueños de abandono.

Sueños de interiores laberínticos, de casas imposibles en las que la puerta del baño no podía cerrarse jamás. Trenes que no llegaban a ninguna parte, que nadie sabía de dónde venían. Sitios a los que era imposible llegar.

Sueños de vértigo, una escalera empinada que sus pies apenas tocaban al bajar, las suelas de los zapatos resbalando por los bordes de los escalones, como si esquiara en una montaña de mármol. Sueños de caída de los que solamente podía despertarse cayendo pesadamente sobre el colchón. Sueños eróticos. Sueños dentro de los sueños.

Atrapó todos esos sueños, los atesoró en algún hueco de su mente y los olvidó de inmediato. Algún día acudirían en su ayuda.

Final de película

El asesino vivía en una película en blanco y negro. En esa época, la sangre no era un elemento de atracción importante; así que, una vez producido el disparo, y viendo que el cuerpo yacía inmóvil sobre la cama, limpió las huellas y huyó. Pero la bala no había dado en el blanco, sino que había pasado a unos centímetros. El destinatario de la agresión ni siquiera se enteró: era completamente sordo.

Una hora más tarde, el segundo asesino entró por la ventana entreabierta que daba al jardín. Llevaba guantes y había envuelto sus zapatos con plástico, para no dejar rastros. Su víctima dormía plácidamente sobre las sábanas arrugadas. Se acercó a unos metros, le apuntó con el arma provista de silenciador, disparó y salió por la misma ventana. Un primer plano mostró los párpados cerrados del agredido, los globos oculares moviéndose rápìdamente, para hacer evidente que estaba dormido y atravesando una etapa de sueños.

Dos horas después irrumpió el tercer asesino. Cubría su rostro con una máscara, tal vez porque se trataba de alguien a quien la potencial víctima conocía. El arma que llevaba era pequeña y tuvo que acercarse para no errar. El disparo sonó como un portazo en la noche silenciosa, un sonido breve y seco que el durmiente no pudo oír. Pero esta vez no tuvo suerte: la bala atravesó el cerebro y le borró todos los sueños en un instante.

El equipo de policía científica nunca pudo descifrar el enigma de los otros dos proyectiles que habían impactado fuera del cuerpo, uno en la mesa de luz y el otro en la almohada de la víctima.

sábado, 7 de febrero de 2009

Aventuras que sueño

Entro en las casas de gente desconocida. Lo hago por la noche, cuando imagino que están todos adentro. Recorro los jardines de atrás sin que nadie me descubra, tratando de ver a cierta distancia cómo son los interiores. Algunos, iluminados por un color cálido y suave que hace brillar los pisos de madera clara, me parecen más vastos y abiertos que el exterior oscuro que los envuelve. Y más vacíos también, a pesar de las siluetas móviles que se deslizan entre los muebles, estirando un mantel, arrimando sillas, pasando las manos ahuecadas a sólo centímetros de los objetos que los rodean, como para asegurarse de que el halo invisible que emanan les pertenece tanto como los objetos mismos. A veces me desoriento, y no sé por dónde salir. Después de un breve momento de pánico, descubro una puerta de reja entreabierta. Cuando estoy por atravesarla me doy cuenta de que el dueño de casa ha salido, tal vez a fumar, y está ahí, del lado de afuera de esa puerta. Paso con total naturalidad y digo “Buenas noches”. “Buenas” me contesta, sin hacer ningún esfuerzo por detenerme mientras cruzo la calle y me alejo por la vereda de enfrente, como si le pareciera grosero preguntarme quién soy.

martes, 3 de febrero de 2009

Fragmentos

Apoyó sobre la hierba la vida que le quedaba. No era demasiada, y tampoco parecía dispuesta a quedarse por mucho rato. Se recostó de espaldas, sintiendo que la frescura de todo el planeta le absorbía los últimos resabios de oscuridad. Ya casi no pensaba, descubrió con una sensación de triunfo. Cuando se lo contara a… La frase le quedó en suspenso en la cabeza, una expresión ya sin ningún sentido, palabras que no comprendía del todo. Unas voces lejanas parecían tenderle trampas, pero ni siquiera consiguieron provocarle inquietud. Las últimas energías se escurrieron hacia los cuatro puntos cardinales, buscando la tierra. Allí se calentaron, se reunieron y entraron en ebullición, formando remolinos ascendentes que escapaban por los poros del suelo, procurando salir, volver a la fuente primordial. Algo fuerte le golpeó el pecho desde el interior como una explosión de viento estival; la espalda se le arqueó en una convulsión apenas perceptible. La vida había vuelto, y ya no había nada que pudiera hacerse.