martes, 20 de diciembre de 2011

Coraje

En algunos países, como México, coraje significa –además de valor– disgusto, enojo, rabia.

Cuando hace diez años el entonces presidente De la Rúa decretó estado de sitio, se esperaba que el miedo actuara como método de disuasión para que todo el mundo se quedara en sus casas. Poca gente hay que ignore lo que significa el estado de sitio, algo así como un permiso para reprimir sin límites. Pero en forma inesperada, el pueblo salió a la calle y enfrentó el peligro. Y a pesar de lo que ocurrió en forma inmediata –las muertes, los heridos, la locura– fue un acontecimiento extraordinario.

El cobarde fue De la Rúa, y lo sigue demostrando cada vez que habla: según él, “lo hicieron abjurar de sus principios”. O sea, no tuvo el valor necesario para sostenerlos, y no se ruboriza al reconocerlo.

Es verdad que ese movimiento fue aprovechado por políticos que no reparan en medios para hacerse su propio espacio ganado a codazos; sin duda, en los saqueos hubo una mano negra. Pero sobre todo hubo hambre, desesperanza, miedo, impotencia. Porque cuando una sociedad atraviesa una crisis, a menos que pertenezca a ese núcleo ínfimo que siempre se beneficia de la miseria de los demás, tiene la sensación de que nunca va a salir de ahí, o de que el alivio va a llegar cuando ya sea tarde para todo.

Siempre me pareció extraño, o por lo menos un poco forzado, usar la misma palabra para designar rabia y valor. Pero éste es un ejemplo perfecto. Cuando los noticieros mostraron muchedumbres gritando, abollando tachos y cacerolas, enfrentando a los hombres a caballo que cometieron la bajeza de atropellar a las Madres, se produjo una epifanía. Una declaración de estado de sitio seguida por la más rotunda manifestación de rebeldía, donde, es cierto, estaban todos mezclados: los sin trabajo de siempre con los recientes empobrecidos, aquellos que no podían usar sus ahorros, los jóvenes, los maduros, todos. A partir de ahí, ya nada sería lo mismo.

Hoy, muchos tratan de justificar la defección simplificando un hecho tan complejo y cargado de humanidad como éste. Para quienes completaron el naufragio de toda una era de neoliberalismo empobrecedor, ése fue un golpe civil. Pero para los expulsados del sistema, para los hijos sin futuro, para los padres sin trabajo, para los ciudadanos de a pie estafados, para el pueblo abandonado por el estado, era rabia, desesperación, coraje.

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