martes, 22 de diciembre de 2009

Todos los jardines, un jardín

Como eran todos amigos, decidieron que compartirían los terrenos que había detrás de sus respectivas casas. Eliminaron los cercos, emparejaron el suelo con el mismo tipo de césped y consiguieron un jardín trasero común en el que construyeron una gran parrilla bajo techo, con piso de cerámica y una mesa larga para sentarse a comer asado todos juntos cuando quisieran.

Como las puertas que daban al fondo estaban siempre abiertas, cada uno entraba y salía a su antojo para buscar la sal, un tenedor, servilletas y también cremas para el sol, toallas y algún libro de la biblioteca de sus vecinos.

Como no eran muy ordenados, solía suceder que en una de las casas hubiera, por ejemplo, dos juegos de cubiertos y ninguna ensaladera, en otra veinticinco vasos y ningún plato de postre, y que todos tuvieran juegos de platos formados por modelos totalmente diversos.

Como esta situación a veces se volvía un poco incómoda, sobre todo por las noches, cada tanto hacían inventario, devolvían todo lo que no les pertenecía y volvían a tener sus casas equipadas como al comienzo. Al principio todo era muy descansado y reinaba la armonía; pero al poco tiempo empezaban a aburrirse, y entonces se hacían visibles los conflictos que había en el interior de cada casa. Pero después, con el correr de los días, el intercambio producía sus efectos, todo se mezclaba, y la vida volvía a ser normal.

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