domingo, 1 de marzo de 2009

Grabando, un, dos, tres…

De algún modo, y aun antes de que se inventara cualquier método de grabación, la Tierra se las arregló para grabar todos los sonidos. Sin que nadie lo sospeche, guarda un registro completo escondido en alguna parte. O diseminado en toda su piel. Sonidos que tal vez algún día conseguiremos reproducir. Ahí, bajo esa piedra, las primeras palabras. La voz insegura multiplicada por el eco en la caverna, nombrando algo al fin: un animal, el hambre, agua, fuego, humo, miedo. En ese pozo de arena, los cantos rituales del entierro de un faraón. El gorgoteo del agua cayendo dentro de un cántaro. El rugido de un león enfrentado a su gladiador de turno. Entre las ruinas de una vieja ciudad, el bramido del volcán que sepultó a Pompeya. Bajo el puente que ya nadie usa, escalas musicales salidas del piano de Mozart a los cinco años, bajo la estricta vigilancia de su aún más estricto padre. Los extraños solos agudos de los eunucos. El ruido sibilante de la guillotina a punto de caer sobre el cuello de María Antonieta. En algún sitio de esa pradera, los lamentos de los esclavos en las bodegas de los barcos que los alejaban para siempre de África, sus viejas canciones entre las espigas de maíz. Debajo de esa alcantarilla, el bufido caliente y espeso de la primera máquina a vapor, los pregones de las vendedoras de sardinas, el repique de las campanas llamando a misa. En lo alto de ese monumento de bronce, el taconeo de las botas militares de un desfile, las hurañas voces de mando de los oficiales, los discursos de todos los presidentes. En el fondo cubierto de monedas de esa fuente, todas las promesas de amor, todos los secretos, todas las risas, todos los arrepentimientos, todas las mentiras.

Hay quien dice que el procedimiento usado para guardar todos esos sonidos es algo así como un invisible envasado al vacío. Y en ese caso, nunca podremos reproducirlos. Nadie los conocerá, nadie los oirá jamás; porque, como es sabido, el sonido no se propaga en el vacío.

Hay otros, en cambio, que sostienen que hay una forma de escucharlos. Y que lo hemos venido haciendo desde tiempos inmemoriales. Primero, a través de las narraciones orales. Después, con la palabra escrita.

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