Cada vez que veo allá en la altura, en uno de los cables que cruzan la calle en una esquina, un par de zapatillas colgando de sus cordones, pienso en boleadoras. El concepto es el mismo: un cordón, con dos elementos más o menos pesados en sus extremos, que se arroja a lo lejos para atrapar algo. Con similar obediencia, el cordón (o el tiento de cuero) queda enredado mientras las zapatillas (o las bolas) giran alrededor, atrapando el cable (o las patas del animal).
Las zapatillas enredadas en el cable suelen ser la señal de que allí se vende droga. No es necesario poner ningún cartel, ni preguntar a nadie; esa marca visible permanecerá allí durante mucho tiempo, mientras nadie se suba a una escalera (que más bien debería ser una grúa) para sacarlas. Y aun cuando ya nadie haga negocios ilegales en esa esquina, las zapatillas estarán, mostrando en forma dramática lo que hace una adicción: atar, asfixiar a su presa hasta inmovilizarla y dejarla inerme. Como las boleadoras.
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