Hablábamos de costumbres. Qué hacer los fines de semana, cuando salir no es una opción atractiva. Leer, claro. Hojear el diario, para mí un ritual de papel crujiente que marca la diferencia con la lectura virtual de lunes a viernes. A ella (la amiga de una amiga, muy simpática y agradable) le pasaba lo mismo. Y mientras la charla fluía con frescura, me di cuenta de yo sabía algo que ella no sabía. Por eso, cuando nombró el diario que leía —La Nación— no fue ninguna novedad. Y fue en ese momento cuando decidió entrar en detalles (insisto: yo sabía algo que ella no). Hoy leí La Nación y me llené de indignación, dijo. No con esas palabras, pero más o menos. Lo dijo con el tono que ya conozco, dando por sentado que yo compartía su misma indignación y no hacían falta explicaciones. Quiero aclararte algo antes de que sigas, dije. El diario que yo leo es Página 12. Me miró con espanto, aspirando con ruido, tapándose la boca, casi dando un salto.
Esto me pasó hoy, día de la sanción (y promulgación, ya, a estas horas) de la nueva ley de medios audiovisuales.
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