La máquina del tiempo existe. Es mi hermano Daniel.
Con la muerte de mi madre descubrí que había preguntas que ya no podría hacerle a nadie. Porque, como pasa en estos casos, la persona que muere se lleva para siempre historias, datos y secretos únicos. La historia familiar ya no tendrá ese potencial de reconstrucción, esa fuente de información que creemos inagotable, la de los últimos testigos.
Pero, por suerte, tengo un hermano. Y no hace mucho tiempo me di cuenta de que, por ser mayor que yo (y por tener su propia perspectiva de la vida), conserva algunas piezas de ese rompecabezas que a mí me faltan, y que creí que nunca iba a encontrar. Y no sólo eso: guarda cosas. Hace unos días me mandó por correo electrónico varias fotos de su último fin de semana en el Tigre, y en dos de ellas pude ver a su nieto jugando con la carretilla que, allá por los años 50, nos habían traído los Reyes Magos.
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