sábado, 7 de febrero de 2009
Aventuras que sueño
Entro en las casas de gente desconocida. Lo hago por la noche, cuando imagino que están todos adentro. Recorro los jardines de atrás sin que nadie me descubra, tratando de ver a cierta distancia cómo son los interiores. Algunos, iluminados por un color cálido y suave que hace brillar los pisos de madera clara, me parecen más vastos y abiertos que el exterior oscuro que los envuelve. Y más vacíos también, a pesar de las siluetas móviles que se deslizan entre los muebles, estirando un mantel, arrimando sillas, pasando las manos ahuecadas a sólo centímetros de los objetos que los rodean, como para asegurarse de que el halo invisible que emanan les pertenece tanto como los objetos mismos. A veces me desoriento, y no sé por dónde salir. Después de un breve momento de pánico, descubro una puerta de reja entreabierta. Cuando estoy por atravesarla me doy cuenta de que el dueño de casa ha salido, tal vez a fumar, y está ahí, del lado de afuera de esa puerta. Paso con total naturalidad y digo “Buenas noches”. “Buenas” me contesta, sin hacer ningún esfuerzo por detenerme mientras cruzo la calle y me alejo por la vereda de enfrente, como si le pareciera grosero preguntarme quién soy.
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