jueves, 2 de abril de 2009
Padre nuestro
En los últimos años, muchos de nosotros hemos encontrado razones para pensar que, a fuerza de crisis y sobresaltos, los argentinos tuvimos la oportunidad de adquirir algunas habilidades. Yo podría resumirlas diciendo que aprendimos a hacer limonada cuando nos tiran con limones. La carencia, el dolor, las dificultades, pueden hacer surgir recursos de debajo de las piedras, y, pasada la ilusión del “deme dos”, aquí todo se recicla, todo se transforma, para bien o para mal. Todo sirve. ¿Qué haremos con la muerte de Alfonsín, pasado el duelo y los homenajes? Esto que está sucediendo hoy, ahora, es demasiado importante como para dejarlo pasar. Alfonsín era un grande, y hasta los que nos enojamos con él en su momento, hoy transitamos por diversos grados de congoja y de admiración por su estatura. Nos quedamos con lo esencial: su tremenda honestidad, su fuerza, su coraje para volver inevitable el parto de esa débil democracia de entonces, una democracia que hoy vemos como si nos hubiera pertenecido siempre, nosotros, tan olvidadizos. Y en estos dos días que vienen sucediendo a su muerte, por primera vez en mucho tiempo, asistimos a un paréntesis del odio. Hoy, ahora, no nos tiramos con cuchillos. Hoy, ahora, la polarización brutal que impregna todos los discursos desde hace más de un año, parece haber dejado paso a la reflexión, al reconocimiento de lo que verdaderamente vale. ¿Será posible que un pequeño remanente de ese estado perdure? ¿Habrá alguna chance de que este hombre que hizo cosas que nadie creía posibles, como el juicio a los militares, que tuvo en contra medios como Clarín, que fue cercado por el poder económico, tenga algún poder sobre nosotros, estemos del lado que sea, ahora, después de muerto? ¿Podrán acallarse las mentiras, oírse otras campanas? ¿Despertaremos de este sueño inducido por los periodistas que hacen preguntas por encargo, de esta realidad parcial dibujada en “los matutinos de mayor presencia”? Tal vez sean preguntas ingenuas, pero nadie me quita esta sensación de cierto alivio que da el descubrir que, en el fondo, hoy somos todos hijos de Alfonsín. O sea, hermanos.
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