El cuchillo era un utensilio común de cocina. Mango de madera, hoja de acero ancha en la base, terminada en punta, afilada. La mano lo sostenía con el filo hacia abajo, el brazo flexionado, levantado, con el puño a la altura de la oreja. La cortina del baño estaba corrida y podía verse por encima la flor por donde salía el agua de la ducha. El antebrazo retrocedió, tomó impulso y avanzó. Una, dos, tres, cuatro, diez veces, golpeando, rasgando, mientras la música rasgaba a su vez el aire, hiriéndolo con sonidos chillones.
Una vez consumado el acto, el portador del cuchillo recogió los restos de la cortina, envolviéndola de cualquier manera para deshacerse de ella. Inmediatamente, sintió un inmenso alivio: desde la primera vez que la vio, había odiado de veras esa cortina.
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